SÓC. – No os reprocharemos, según parece, por no estar dispuestos a colaborar en el consejo y la investigación.
LIS. – Ya es nuestro turno, Sócrates. Pues ya te cuento como uno de nosotros. Inquiere ahora en mi lugar, en favor de los muchachos, lo que necesitamos aprender de éstos y delibera en común dialogando con ellos. Porque yo me olvido ya de muchos detalles a causa de mi edad, de aquello que pienso preguntar; y, a la vez, las respuestas, en cuanto hay otras digresiones por el medio, no las recuerdo bien. Por tanto hablad y conversad entre vosotros sobre lo que os hemos propuesto. Yo os escucharé y, después de haberos escuchado, junto con Melesias, haré lo que a vosotros os parezca bien.
SÓC. -Habrá que obedecer, Nicias y Laques, a Lisímaco y a Melesias. En cuanto a lo que ahora intentamos inquirir: quiénes fueron nuestros maestros en la educación ésa, o a qué otros hemos hecho mejores, probablemente no esté mal que nosotros lo sometamos a examen. Pero creo que también una indagación como la actual nos conduce al mismo punto e, incluso, que en conjunto es más fundamental.
Si conocemos algo, cualquier cosa que ello sea, cuya presencia hace mejor a aquello en lo que se presenta y, además, somos capaces de efectuar su presentación, es evidente que sabemos qué es tal cosa y que, acerca de ella, podemos hacernos consejeros en cuanto al modo de adquirirla más fácilmente y mejor. Tal vez no comprendáis lo que quiero decir, pero lo entenderéis mejor de este modo.
Si sabemos, por caso, que la presencia de la vista en los ojos hace mejores a los que la poseen y, además, somos capaces de procurar su presencia en los ojos, está claro que sabemos lo que es la vista y, acerca de ella, podríamos ser consejeros de cómo uno puede adquirirla del modo más fácil y mejor. Pues si no supiéramos esto, lo que es la vista, o lo que es el oído, en vano pretenderíamos ser consejeros de algún valor, o médicos de ojos o de oídos, en cuanto al mejor modo de poder uno obtener vista u oído.
LAQ. -Tienes razón, Sócrates.