SÓC. – Pues bien, Laques, también ahora éstos nos han invitado a deliberar conjuntamente sobre cómo la presencia de la virtud haría mejores las almas de sus hijos.
LAQ. – Desde luego.
SÓC. – Entonces debe estar a nuestro alcance eso: el saber lo que es la virtud. Pues si no supiéramos en absoluto lo que es la virtud, ¿de qué manera podríamos ser consejeros para cualquiera en esto: sobre el mejor modo de adquirirla?
LAQ. – De ninguna, a mi parecer, Sócrates.
SÓC. – Entonces afirmamos, Laques, saber lo que es.
LAQ. – Lo afirmamos, sí.
SÓC. – Por tanto, si lo sabemos, Laques, podemos decir, desde luego, qué es.
LAQ. – ¿Cómo no?
SÓC. – Sin embargo, amigo mío, no tratemos directamente de la virtud en general, pues acaso sea excesivo trabajo. Miremos en primer lugar si nos hallamos en buena disposición de conocer alguna de sus partes. Así, probablemente, nos resultará más fácil el análisis.
LAQ. – Hagámoslo, Sócrates, tal como tú lo prefieras.
SÓC. -¿Cuál de las partes de la virtud vamos a elegir? ¿Está claro que aquella hacia la que parece tender la enseñanza de las armas? Sin duda que a la mayoría les parecerá que el valor. ¿O no?
LAQ. – Ésa es, desde luego, mi opinión.
SÓC. -Y eso es lo que intentaremos en primer término, Laques: decir qué es el valor. A continuación examinaremos también de qué manera puede presentarse en los jóvenes, en la medida en que sea posible obtenerlo a partir de entrenamientos y enseñanzas. Con que intenta responder a lo que digo: ¿qué es el valor?