Laq 192b-194b: Segunda definição da coragem

LAQ. – Entonces, me parece que es un cierto coraje del alma, si debe decirse lo que se da en todos los ejemplos.

SÓC. -En efecto se debe, al menos si queremos contestarnos a nosotros mismos. Sin embargo, se me ocurre esto: según pienso, no cualquier coraje te parece valor. Lo deduzco de esto: que de seguro, Laques,: que tú consideras el valor una cosa de las muy hermosas.

LAQ. – Ten bien cierto que de las más hermosas.

SÓC. -¿No es, pues, bello y digno el coraje acompañado de sensatez?

LAQ. -Desde luego.

SÓC. – ¿Y qué si le acompaña el desvarío? ¿No será, por el contrario, dañino y criminal?

LAO. – Sí.

SÓC. – ¿Es que llamarás hermoso a lo que es dañino y criminal?

LAQ. -No sería justo, Sócrates:

SÓC. -¿No reconocerás, por tanto, que un coraje de esa clase sea valor, puesto que no es hermoso, y el valor es algo bello?

LAQ. – Tienes razón.

SÓC. -¿Entonces el coraje sensato sería, según tu definición, el valor?

LAQ. -Al parecer.

SÓC. – ¿Veamos ahora a qué se refiere su sensatez? ¿Acaso a todo, a lo grande y a lo pequeño? Por ejemplo, si uno tiene el coraje de gastar su dinero sensatamente, conociendo que, mediante ese gesto, adquirirá más, ¿a ése tú lo llamarías valiente?

LAQ. -Yo no, ¡por Zeus!

SÓC. -¿Y en el caso de uno que es médico, que tiene a su hijo o a algún otro enfermo de pneumonía y que, pidiéndole que le dé de beber o de comer, no se doblega, sino que mantiene su firmeza?

LAQ. -Tampoco se trata de eso, de ningún modo.

SÓC. – En cambio, el hombre que en la guerra resiste con coraje y quiere pelear, pero que, reflexionando sensatamente y sabiendo que otros le socorrerán, va a combatir contra oponentes menores en número y más cobardes que los que están de su parte, y que domina un terreno más favorable, ése que con tal sensatez y previsión se reviste de coraje, ¿dirías que es más valiente que el que en el campamento contrario está dispuesto a enfrentarse a él y a resistir con coraje su ataque?

LAQ. – Éste del campamento contrario me lo parece más, Sócrates.

SÓC. – Sin embargo, el coraje de éste es más insensato que el del otro.

LAQ. – Tienes razón.

SÓC. – Y el que combate firme en una batalla ecuestre con conocimiento científico de la equitación, ¿dirás que es menos valiente que el que lo hace sin tal conocimiento?

LAQ. – Me parece que sí.

SÓC. -¿E igual, el que resiste lleno de coraje- con su pericia en el manejo de la honda o del arco o de cualquier otra cosa?

LAQ. – Desde luego.

SÓC. -Y todos los que están dispuestos a bajar a un pozo y sumergirse con pleno coraje en tal acción, o en otra semejante, no siendo expertos, ¿vas a decir que son más valientes que los expertos al respecto?

LAO. – ¿Qué otra cosa puede uno decir, Sócrates?

SÓC. – Ninguna otra, siempre que así lo creas.

LAQ. – Pues yo, desde luego, lo creo.

SÓC. -Pero sin duda, Laques, ésos se arriesgan y tienen coraje más insensatamente que los que lo hacen con conocimiento técnico.

LAQ. – Al parecer.

SÓC. -. ¿Y no nos pareció en lo anterior que esa audacia y coraje insensatos eran viciosos y dañinos?

LAQ. – Desde luego.

SÓC. – ¿Y que el valor se había reconocido que era algo hermoso?

LAQ. – Se había reconocido, en efecto.

SÓC. -Ahora, en cambio, afirmamos que esa cosa fea, el coraje insensato, es valor.

LAQ. – Así parece que hacemos.

SÓC. – ¿Te parece, entonces, que decimos bien?

LAQ. – ¡Por Zeus!, Sócrates, a mí no.

SÓC. – Por tanto, según tu expresión, no nos hemos armonizado al modo dorio tú y yo, Laques. Pues nuestros actos no están acordes con nuestras palabras. Ya que, si alguien nos escuchara dialogar ahora, diría que, de hecho, ambos participamos del valor; pero que, de palabra, según sospecho, no.

LAQ. – Dices la pura verdad.

SÓC. – ¿Qué entonces? ¿Te parece bien que nosotros nos quedemos así?

LAQ. -De ningún modo.

SÓC. – ¿Quieres, pues, que hagamos caso en todo a lo que decíamos?

LAQ. – ¿Qué es eso, y a qué vamos a atender?

SÓC. -Al razonamiento que nos invita a mostrar coraje. Si estás dispuesto, también nosotros resistiremos y persistiremos con firmeza en la encuesta, para que el valor mismo no se burle de nosotros, de que no lo hemos buscado valerosamente, si es que muchas veces ese coraje en persistir es el valor.

LAQ. – Yo estoy dispuesto, Sócrates, a no abandonar. Sin embargo, estoy desacostumbrado a los diálogos de este tipo. Pero, además, se apodera de mí un cierto ardor por la discusión ante lo tratado, y de verdad me irrito, al no ser como ahora capaz de expresar lo que pienso. Pues creo, para mí, que tengo una idea de lo que es el valor, pero no se cómo hace un momento se me ha escabullido, de modo que no puedo captarla con mi lenguaje y decir en qué consiste.

SÓC. – Desde luego, amigo mío, el buen cazador debe proseguir la persecución y no dejarla1.

LAQ. -Hasta el final, en efecto.


  1. La metáfora de la caza, y el filósofo como «cazador» de la verdad, es una de las más frecuentes en Platón, desde los primeros diálogos. Cf. Lisis 218c, Rep. IV 432b.