Laq 194b-196b: Terceira definição da coragem

SÓC. – ¿Quieres, pues, que invitemos a Nicias a nuestra partida de caza, por si es más diestro que nosotros?

LAQ. – De acuerdo. ¿Cómo no?

SÓC. – Venga, Nicias, socorre a tus amigos que están apurados en la discusión y no encuentran la salida, si tienes alguna fuerza. Ya ves cuán atrapados están nuestros intentos. Tú di lo que crees que es el valor, líbranos de nuestro apuro y asegura con tu palabra lo que piensas.

NIC. – Por cierto que desde hace tiempo me parece, Sócrates, que no definíais bien el valor. Pues no os referíais a algo que yo te he oído mencionar a ti con buen acierto en charlas anteriores.

SÓC. – ¿A qué, Nicias?

NIC. – Te he oído decir muchas veces que cada uno de nosotros es bueno en, aquello que es sabio, y malo, en aquello que ignora.

SÓC. – Por Zeus, es verdad lo que dices, Nicias.

NIC. – Por tanto, si el valiente es bueno, es evidente que es sabio.

SÓC. – ¿Lo has oído, Laques?

LAQ. – Sí, y no entiendo bien lo que quiere decir.

SÓC. -Yo sí creo entenderlo, y me parece que nuestro amigo dice que el valor es una especie de saber.

LAQ. – ¿Qué tipo de saber, Sócrates?

SÓC. – ¿A él le preguntas eso?

LAQ. – Sí.

SÓC. -Venga, pues, contéstale, Nicias, qué clase de saber sería el valor, según tu propuesta. Porque, sin duda, no se trata del saber tocar la flauta.

NIC. -En modo alguno.

SÓC. – Ni del tocar la cítara.

NIC. – No, ciertamente.

SÓC. – ¿Pues qué ciencia es ésa y cuál es su objeto?

LAQ. -Muy bien, la pregunta, Sócrates; pero que nos diga cuál es esa ciencia.

NIC. -Yo digo, Laques, que ésa es la ciencia de las cosas en que hay que confiar o que temer, tanto en la guerra como en todo lo demás.

LAO. – ¡Cuán absurdo es lo que dice, Sócrates!

SÓC. – ¿A qué te refieres al decir esto, Laques?

LAQ. – ¿A qué? La sabiduría es, ciertamente, algo aparte del valor.

SÓC. – Nicias afirma que no.

LAO. – ¡Desde luego que no es lo que afirma, por Zeus! En eso dice tonterías.

SÓC. – Entonces aleccionémosle, pero no le insultemos.

NIC. – Lo que me parece que pasa, Sócrates, es que Laques desea que quede en evidencia que yo respondo bobadas, porque él ha quedado tan al descubierto hace poco.

LAQ. -Desde luego, Nicias, que dices bobadas, e intentaré demostrarlo. ¿Por de pronto, en las enfermedades no son los médicos los que conocen los peligros? ¿Es que te parece que los valientes los conocen? ¿O llamas tú valientes a los médicos?

NIC. -De ningún modo.

Lao. – Tampoco, a los agricultores. Aunque en la agricultura ellos, sin duda, conocen las cosas que temer, también todos los demás artesanos saben lo que hay que temer y lo que es seguro en sus oficios respectivos. Pero en nada son, por eso, éstos más valientes.

SÓC. -¿Qué te parece lo que dice Laques, Nicias? Parece, desde luego, que es importante.

LAQ. – Tal vez es importante, pero no es cierto.

SÓC. – ¿Cómo entonces?

NIC. -Porque se cree que los médicos saben algo más acerca de los enfermos que distinguir entre lo sano y lo enfermo. Tan sólo saben eso. ¿Pero si para alguien el estar sano es más grave que el estar enfermo, crees tú, Laques, que los médicos lo saben? ¿O no crees tú que para muchos es mejor no recobrarse de una enfermedad que recobrarse? Dime: ¿consideras tú que para todos es mejor vivir, y no es mejor para muchos estar muertos?

LAQ. – En eso sí estoy yo de acuerdo.

NIC. -¿Entonces para ésos a los que les convendría estar muertos, crees que son de temer las mismas cosas que para los que les conviene vivir?

LAQ. – Yo, no.

NIC. -Ahora bien, ¿concedes tú ese conocimiento a los médicos o a algún otro artesano, excepto a aquel conocedor de lo que es temible y no temible, al que yo llamo valiente?

SÓC. – ¿Captas, Laques, lo que quiere decir?

LAQ. -Sí, que identifica a los adivinos y a los valientes. ¿Pues qué otra persona va a saber para quién es mejor vivir o estar muerto? Y bien, ¿tú, Nicias, es que te reconoces adivino, o piensas que no eres ni adivino ni valiente?

NIC. -¿Cómo? ¿Ahora crees que es propiedad del adivino conocer las cosas temibles y las seguras?

LAQ. -Sí, ¿pues de qué otro?

NIC. -Mucho más de quien yo digo, amigo. Puesto que el adivino debe sólo conocer los signos de los sucesos: si ocurrirá la muerte de alguien, o la enfermedad, o la pérdida de sus riquezas; si sobrevendrá la victoria o la derrota, bien sea a causa de la guerra o de alguna otra competición. Pero lo que para cualquiera es mejor sufrirlo o no sufrirlo, en qué le toca más a un adivino que a otro cualquiera juzgarlo?

LAQ. – Entonces no entiendo, Sócrates, lo que quiere decir. Pues queda claro que no aplica su definición del valiente ni al adivino ni al médico ni a ningún otro, a no ser que diga que se refiere a algún dios. A mí me parece que este Nicias no quiere reconocer que dice bobadas, y se revuelve arriba y abajo intentando ocultar su apuro. También nosotros habríamos sido capaces, tú y yo, hace un momento, de dar vueltas, si hubiéramos querido ocultar nuestras contradicciones. Si estas explicaciones fueran ante un tribunal, tendría alguna disculpa ese proceder. Pero ahora, en una reunión como ésta, ¿a qué viene que él se adorne en vano con palabras huecas?