¿Y qué otra causa, que no sea ninguna de éstas, podrá dejar nada incausado, con la vigilancia y el cuidado de la sucesión y el orden de los hechos? ¿Qué otra, en verdad, aceptará que seamos algo, sin destruir para ello las predicciones y adivinaciones? Conviene que introduzcamos el alma en las cosas como un principio distinto de ellas; y no se trata sólo del alma del universo, sino, juntamente con ella, del alma individual. Como principio que es, y no pequeño por cierto, el alma debe entrelazar todas las cosas, sin que por ello tenga que haber salido de unas semillas como todo lo demás, dada su condición de causa primera. Si verdaderamente no dispone de un cuerpo, es entonces la causa más soberana, la más libre e independiente de la causa cósmica; pero, contenida en un cuerpo, pierde ya el señorío de sí misma por estar ordenada a otros seres diferentes de ella. La fortuna enseñorea todo lo que se ofrece a su alrededor, todos los seres en medio de los cuales vino a caer el alma a su llegada a este mundo; el alma, a su vez, actúa unas veces según estos seres, otras, en cambio, los domina y los lleva a donde ella quiere. El alma superior tiene un poder más alto, y el alma inferior un poder menor. El alma sometida al cuerpo se ve precisada a desear, a irritarse, a hacerse humilde en la pobreza, orgullosa en la riqueza y tiránica en el ejercicio del poder. Aquella otra alma que es por naturaleza buena se mantiene firme en las mismas circunstancias y transforma las cosas más de lo que las cosas la transforman a ella; y así, a unas las altera, en tanto a otras las acepta, sin caer por esto en el vicio. ENÉADA: III 1 (3) 8
Ahora bien, si existe una sola alma, ¿cómo pueden darse un alma racional, un alma irracional y un alma vegetativa? Sin duda, porque la esencia indivisible del alma, que no se divide en los cuerpos, aparece ordenada según la razón, en tanto la esencia que se divide en los cuerpos y que, a pesar de todo, es una y la misma, produce en todas partes la facultad de sentir, como consecuencia de esa división. Esa será precisamente la primera facultad, y la segunda la capacidad que aquella esencia tiene para modelar y producir los cuerpos. Pero no porque tenga varias facultades deberá dejar de ser una. Porque en la simiente hay también más de una potencia, que es, sin embargo, una, aunque de esta unidad provenga una multiplicidad. Pero, si es así, ¿cómo no se dan todas las facultades en cualquier ser? Si nos fijamos en el alma individual que, según se dice, se encuentra en todas partes, comprobamos que la facultad de sentir no es la misma en todas ellas, y también que la razón no se halla en todo el cuerpo. En cuanto a la facultad vegetativa, se aparece en partes que no experimentan la sensación, aunque ello no impide que vuelva de nuevo a la unidad una vez que el cuerpo ha desaparecido. Pero si el alma tiene del universo la facultad vegetativa, también la tendrá del alma universal. ¿Por qué, entonces, esta facultad no puede proceder de nuestra alma? Pues sabido es que la facultad vegetativa del universo es la que sufre la sensación, en tanto en cada uno de nosotros la facultad de sentir, ayudada por la inteligencia, juzga de los objetos, pero en nada ayuda al poder de modelar el cuerpo que el alma recibe del universo. Y, ciertamente, podría hacerlo, si esta facultad no hubiera de encontrarse en el universo. ENÉADA: IV 8 (6) 3