¿Y si advirtiera que comienza a declinar? No es fácil que tal ocurra al virtuoso. Pero si le ocurriera de hecho, clasificaría el suicidio entre las cosas forzosas y elegibles por las circunstancias, no entre las elegibles sin más. Y es que aun la administráción de venenos para que salga el alma, bien puede ser que no sea conveniente para el alma. Además, si la hora asignada a cada cual está decretada por el destino, no trae buena suerte cuando se adelanta, a no ser, como decimos, por fuerza mayor. Y si cual es cada uno al partir, tal es el rango que ocupa allá, mientras haya posibilidad de acrecentamiento para adelantar en virtud no hay que quitarse la vida. ENÉADA: I 9 (16) 15

También el alma, luego que echa a andar, quiere cumplir su función, y tengamos en cuenta que el alma lo produce todo y ha de considerarse como un principio. Pero ya marche en línea recta, ya siga un camino inadecuado, la justicia presidirá todas sus acciones, puesto que el universo nunca podrá ser destruido. Al contrario, subsistirá siempre en virtud de la disposición y el poder de quien le dirige. Los astros, como partes, y no pequeñas, que son del cielo, colaboran con el universo y sirven de signos anunciadores anticipan así todo cuanto acontece en el mundo sensible, pero sólo producen lo que de ellos deriva de modo manifiesto. En cuanto a nosotros, hacemos realmente lo que nuestra alma realiza según su naturaleza, y eso en tanto no nos extraviemos en la pluralidad del universo; porque si de verdad nos extraviásemos, nuestro mismo error sería la compensación justa a ese extravío, que pagaríamos más tarde con un destino desgraciado. La riqueza y la pobreza provienen de una coyuntura externa; mas, ¿y qué decir de las virtudes y de los vicios? Las virtudes derivan del elemento primitivo del alma, pero los vicios dicen referencia al encuentro del alma con las cosas de fuera. De todo esto, sin embargo, ya se ha hablado en otro lugar. ENÉADA: II 3 (52) 8

Vayamos, ahora al ejemplo del huso, que fue considerado por unos, ya desde antiguo, como un huso que trabajan las Parcas, y por Platón como una representación de la esfera celeste; las Parcas y la Necesidad, su madre, eran las encargadas de hacerle girar, fijando en suerte, al nacer el destino de cada uno. Por ella misma todos los seres engendrados alcanzan su propia existencia. En el Timeo, a su vez, el demiurgo nos da el principio del alma, aunque son los dioses que se mueven lo que facilitan las terribles y necesarias pasiones: así, los impulsos del ánimo, los deseos, los placeres y las penas, al igual que la otra parte del alma de la que recibimos esas pasiones Las mismas razones nos enlazan a los astros, de los cuales obtenemos el alma; y en virtud de ello quedamos sometidos a la necesidad una vez llegados a este mundo. ¿De dónde provienen entonces nuestros caracteres y, según los caracteres, las acciones y las pasiones que tienen su origen en un hábito pasivo? ¿Qué es, pues, lo que queda de nosotros? No queda otra cosa que lo que nosotros somos verdaderamente, esto es, ese ser al que es dado, por la naturaleza, el dominio de las pasiones, Pero, sin embargo, en medio de los males con que somos amenazados por la naturaleza del cuerpo, Dios nos concedió la virtud, que carece de dueño Porque no es en la calma cuando tenemos necesidad de la virtud, sino cuando corremos peligro de caer en el mal, por no estar presente la virtud. De ahí que debamos huir de este mundo y alejarnos de todo aquello que se ha añadido a nosotros mismos. Y no hemos de ser siquiera algo compuesto, un cuerpo animado de alma en el que domina más la naturaleza del cuerpo, quedando sólo en él una simple huella del alma; si es así, la vida común del ser animado es en mayor medida la del cuerpo, y todo cuanto depende de ella es realmente corpóreo. Atribuimos, por tanto, a otra alma que se halla fuera de aquí ese movimiento que nos lleva hacia arriba, hacia lo bello y hacia lo divino donde a nadie es permitido mandar; muy al contrario, es el alma la que se sirve de este impulso para hacerse igual a lo divino y vivir de acuerdo con él en el lugar de su retiro. Al ser abandonado de esta alma corresponde, en cambio, una vida sujeta al destino; los astros no son para él, en este mundo, únicamente signos, sino que él mismo se convierte en una parte, sumisa por completo al universo, del cual es precisamente parte. Cada ser es ciertamente doble esto es, un ser compuesto y que sin embargo, resulta uno mismo; así, todo el universo es un ser compuesto de un cuerpo y de un alma enlazada a este cuerpo, y es también el alma del universo que no se encuentra en el cuerpo, pero que ilumina los propios vestigios de ella existentes en el cuerpo. Son igualmente dobles el sol y todos los demás astros. Como su otra alma es pura no producen nada pernicioso, pero algo engendran en el universo ya que son una parte de él y constituyen cuerpos vivificados por un alma. He aquí que cada uno de estos cuerpos es una parte del universo, que actúa sobre otra; pero su alma verdadera tiende, sin embargo, su mirada hacia el bien supremo. También las demás cosas siguen de cerca este principio y, mejor que a él, a todo lo que priva alrededor de él. Esta acción se ejercita no de otro modo que la del calor proveniente del fuego, que se extiende por todas partes; y es algo así corno la influencia del alma ejercida sobre otra alma con la cual tiene parentesco. ENÉADA: II 3 (52) 9

Si, por otra parte, se reconoce que hay aquí justicia y castigo, ¿cómo formular justos reproches a una ciudad que otorga a cada uno lo que merece? Es claro que aquí no se condena la virtud y, por otra parte, el vicio es despreciado convenientemente. No solamente contemplamos imágenes de los dioses, sino que ellos mismos mantienen vigilancia desde lo alto y, según se dice, serán fácilmente absueltos por los hombres; no en vano llevan todas las cosas en orden desde el principio al fin y dan a cada uno, en la alternativa de sus vidas, el destino que realmente le conviene, consecuencia lógica de sus vidas anteriores. El que esto desconoce formula juicios precipitados sobre las cosas y se muestra muy rudo en lo que atañe a los dioses. ENÉADA: II 9 (33) 9

Si Dios provee todas estas cosas, ¿por qué iba a descuidar el conjunto del mundo en el cual os encontráis? Aduciréis que no dispone de tiempo libre para contemplarlo y que no le está permitido mirar hacia abajo; pero, ¿por qué al mirar hacia vosotros no mira fuera de sí y lo hace en cambio al mirar al mundo en que vosotros estáis? Parece evidente que si no mira fuera de sí para atender al cuidado del mundo, tampoco mirará por vosotros. ¿Es que los hombres no tienen necesidad de él? Pero el mundo sí que le necesita y conoce de este modo su propio orden; e igualmente, cuantos viven en él conocen para qué se encuentran en este mundo y en el mundo inteligible. También los hombres que son amados por Dios sobrellevan tranquilamente cuanto resulta de los movimientos del universo; consideran, en este sentido, no lo que es grato a cada uno, sino lo que conviene al conjunto del universo, honrando así a cada cual en razón de su mérito y buscando siempre lo que, en la medida de lo posible, buscan todos los seres – muchos son, desde luego, los seres que tienden a este fin, y de ellos se tornan felices quienes lo alcanzan, en tanto los demás tienen el destino que más les conviene – , sin concederse a sí mismos el poder que necesitan. ENÉADA: II 9 (33) 9

El concederse descanso cuando se ha llegado a estas cosas y el no querer ir más allá, es tal vez muestra de negligencia y equivale a no escuchar a los que se acercan a las causas primeras, que van mas allá de todo esto. Pues, ¿por qué de dos seres nacidos en las mismas circunstancias, por ejemplo en ocasión de la salida de la luna, el uno se convierte en un ladrón y el otro no? ¿Por qué, en circunstancias semejantes, uno de estos seres contrae la enfermedad y el otro no? ¿Por qué, en fin, luego de realizados los mismos trabajos, el uno termina enriquecido y el otro pobre? Es claro que para las diferencias entre las costumbres, los caracteres y las suertes convendrá ascender a las causas más lejanas; y nunca se detendrán en los hechos aquellos que hablan de unos principios corpóreos, como por ejemplo los átomos. El movimiento de los átomos, sus choques y las relaciones que mantienen entre sí explican para ellos las mismas relaciones entre las cosas, los estados que tienen lugar en éstas y su nacimiento, así como su privativa constitución, sus acciones y sus pasiones. Nuestras tendencias y disposiciones también encuentran ahí su raíz; de modo que se da una necesidad proveniente de los átomos y que viene a introducirse en los seres. ¿Podría entonces considerarse como principios otros cuerpos que no fuesen los átomos, si de ellos se hace provenir todas las cosas y a los seres mismos se les tiene como esclavos de una necesidad que deriva de los átomos? Otros hay, en cambio, que se dirigen al principio del universo, haciendo proceder todo de él, como de una causa que se presenta de manera regular y que no solamente es motora sino incluso productora de los seres. Para los que esto sostienen el principio es el destino y también la causa más alta, dependiendo de su disposición no sólo todas las demás cosas que acontecen en el universo, sino también nuestros propios pensamientos, al modo como en el animal cada una de sus partes dispone de un movimiento que no ha de atribuirse a éstas, sino a la parte principal del alma que se da en el animal. Otros se refieren aún al movimiento de traslación del universo, que lo abarca todo y lo produce todo por si mismo, tanto por las relaciones que adoptan los planetas y los astros como por las figuras que se originan de su mismo trato; para lo cual no dudan en dar crédito a las predicciones, pues ahí fundamentan ellos todas las cosas que ocurren. ENÉADA: III 1 (3) 2

Ciertamente, cuando se habla del intercambio de relaciones de unas causas con otras y del encadenamiento que esto supone con un principio superior, decir también que unas cosas se siguen de otras y que se reducen a éstas, pues sin ellas no se explicarían dado que lo que viene después está sometido a lo que le precede, esto, realmente, parece introducir una otra forma de destino. Si dividimos en dos esta doctrina, no nos alejaremos en modo alguno de la verdad. Porque los unos hacen depender todas las cosas de una sola realidad, y no así, en cambio, los otros. Al referirnos a estas cosas, nuestro razonamiento se dirigirá antes de nada a los primeros, para examinar seguidamente las ideas de los otros. ENÉADA: III 1 (3) 2

El hacer depender todas las cosas de los cuerpos, sean éstos los átomos o lo que suele designarse con el nombre de elementos, y el engendrar con su movimiento desordenado una determinada disposición, que es como la razón y el alma que sirve de guía, resulta en los dos casos algo extraño e imposible; imposibilidad todavía más patente, si puede hablarse así, partiendo del mundo de los átomos. Muchas cosas, y muy atinadas, se han dicho ya sobre este punto. Si se aceptan tales principios, no puede admitirse necesariamente que haya para todas las cosas una necesidad, o, hablando en otros términos, un destino. Supongamos primeramente que estos principios sean los átomos. Es claro que se verán movidos hacia abajo – daremos por supuesto que ese abajo existe – , o bien con un movimiento oblicuo, deslizándose cada átomo en una cierta dirección. Nada aparece aquí como ordenado y sería un contrasentido que, no existiendo un orden, lo que luego se produjese estuviese enteramente sujeto a él. De modo que no puede darse en absoluto ni predicción ni arte adivinatoria, sea ésta, como se dice, una especie de arte – ¿cómo podría aplicarse un arte a cosas que no están ordenadas? – , ni un soplo de inspiración entusiasta; pues conviene también, en este caso, que el futuro quede determinado. Será indudablemente necesario, para los cuerpos alcanzados por los átomos, experimentar el movimiento propio de éstos; mas, ¿a que movimiento de los átomos habrán de atribuirse las acciones y las pasiones del alma? ¿Cuál será el choque que llevando el alma hacia abajo o golpeándola de una determinada manera, la incline a unos pensamientos o deseos, o haga que se den necesariamente estos razonamientos, deseos o pensamientos, o simplemente que existan? ¿Y en el caso del alma que se opone a las pasiones del cuerpo? ¿A qué movimientos de los átomos quedará subordinado el pensamiento del geómetra, el del aritmético, el del astrónomo, y, en general, el del sabio? Porque es claro que lo propio de nuestras acciones y lo que nos caracteriza como seres animados se verá plenamente destruido si nos sentimos arrastrados por los cuerpos o dominados por sus impulsos al igual que las cosas inanimadas. Estas mismas razones podemos dirigirlas a los que admiten como principios de todas las cosas otros cuerpos distintos a los átomos; pues estos cuerpos pueden hacer que nos calentemos o enfriemos, e incluso que perezcan los que son más débiles. Pero el alma no realiza ninguna de estas acciones, y convendría entonces que proviniesen de otro principio. ENÉADA: III 1 (3) 3

¿Nos encontramos tal vez con un alma única, que se extiende a través de todo y lo realiza todo? ¿Y será que cada ser es una parte, que se mueve al compás del universo? Si es así, ¿no resulta necesaria una continuidad entre todas las causas que aparecen seguidas y derivadas de la primera, continuidad verdaderamente sucesiva y enlace que se confunde con el destino? Podríamos tomar a este respecto el ejemplo de la planta, que tiene su principio en la raíz pero que, desde ahí, se extiende también a través de todas las partes de ella. Podría decirse que se da entre estas partes un enlace recíproco, acción y pasión, y cual un gobierno y un destino de la planta. ENÉADA: III 1 (3) 4

Ahora bien, si se les lleva a tal punto terminan por destruirse la necesidad y el destino e, igualmente, el enlace existente entre las causas. Porque si en las partes de nuestro cuerpo se da un movimiento director, es ilógico decir que aquéllas se mueven fatalmente – diríamos que el principio productor del movimiento no es una cosa, y otra diferente, en cambio, la parte que lo recibe y que se sirve de su impulso: siempre es primero aquello que mueve la pierna – ; y, del mismo modo, si en el universo el agente y el paciente son una sola cosa, y un ser no proviene de otro según un enlace sucesivo que nos conduce siempre a otro ser, no es verdad que todo derive de una causa, sino que todos los seres son realmente uno solo. De manera que nosotros no somos nosotros y ninguna acción puede sernos atribuida; y ni siquiera somos nosotros los que pensamos, sino que nuestras resoluciones son los pensamientos de otro ser; ni somos tampoco los que actuamos, al modo como no son los pies los que golpean el suelo, sino nosotros con una parte de nosotros mismos. Pero conviene, sin embargo, que cada uno sea el que es, que nuestras acciones y nuestros pensamientos nos sean atribuibles, y que, ya sean aquéllas buenas o malas, provengan de cada uno de nosotros; así, no podrá cargarse al universo la producción de acciones malas. ENÉADA: III 1 (3) 4

Nos queda por considerar la tesis de un principio único que entrelaza y reúne entre sí todas las cosas, dando a cada una su privativa manera de ser y haciendo a la vez que se realice de acuerdo con las razones seminales. Esta opinión se acerca mucho a la que dice que todas nuestras disposiciones y movimientos – y naturalmente las disposiciones y movimientos del todo – provienen del alma del universo, aunque aquí quiera regalarse nos una concesión, atribuyéndosenos algún poder. Admite enteramente esta opinión la necesidad de todas las cosas, y así, una vez aprehendidas todas las causas de un acontecimiento, resulta imposible que tal acontecimiento no se realice; porque no hay ya nada que pueda impedirlo o que pueda hacer que ocurra de otra manera, si todas las causas han quedado bien ligadas al destino. Pero, siendo tal como son y como surgidas de un principio único, no nos dejarán otra solución que la de ser llevados a donde ellas nos empujen. He aquí, pues, que las representaciones dicen relación a sus antecedentes y las tendencias a las mismas representaciones, con lo cual la libertad se convierte en un mero nombre. Porque el hecho de que seamos nosotros los que tendemos a algo, nada quiere decir con respecto a la tendencia, ya que ésta ha nacido de las causas; tanto nos pertenecerá a nosotros como al resto de los animales o a los recién nacidos, o incluso a los locos; pues es claro que los locos cuentan asimismo con tendencia. Digamos, por Zeus, que también el fuego tiene sus tendencias, al igual que todas las cosas sometidas al fuego y que se mueven conforme a su constitución. Todos lo ven perfectamente y nadie lo discute, aunque se busque otras causas para esta tendencia al no considerarla como un principio. ENÉADA: III 1 (3) 7

Esta argumentación quiere decir, en fin, que todas las cosas son anunciadas y producidas por causas, bien que estas mismas causas sean dobles; porque hay, por ejemplo, cosas originadas por el alma, y otras producidas por otras causas que rodean a aquélla. Las almas que realizan sus acciones pueden actuar según la recta razón, y todo lo que hacen lo verifican entonces por si mismas; también puede ocurrir que, impedidas de actuar por si mismas, sufran más que actúen. De modo que nada tienen que ver con el alma las causas que la privan de la sabiduría; tal vez se diría que el alma actúa en este caso según el destino, al menos si se cree que el destino es una causa externa. Aunque, sin embargo, las cosas mejores provienen de nosotros mismos, y eso es lo propio de nuestra naturaleza cuando nos encontramos solos. Así, las acciones hermosas de los sabios habrá que atribuirlas a ellos mismos, en tanto los demás hombres podrán realizarlas si les es permitido recobrar el aliento; y no porque estos reciban sus pensamientos de otra parte cuando realmente piensan, sino por el hecho de que ya nada se lo impide. ENÉADA: III 1 (3) 10

De todas estas cosas surge una sola y única providencia. Si empezamos por las cosas inferiores la llamaremos el destino, pero si la vemos desde lo alto, diremos que es sólo providencia. Todas las cosas que se dan en el mundo inteligible son o razón o algo superior a la razón; esto es, inteligencia y alma puras. Todo lo que viene de lo alto es providencia, esto es, todo lo que hay en el alma pura y lodo lo que viene del alma a los animales. En su descenso la razón se divide y ya sus partes no son iguales: de ahí que no produzcan seres iguales, como tampoco en cada animal particular. ENÉADA: III 3 (48) 5

En cuanto a las almas del mundo sensible se hallan por encima de la naturaleza demoníaca y han remontado ya, en tanto se encuentran en este mundo, todo el destino de la generación y el orden total de lo que vemos. Llevan con ellas, por decirlo así, la esencia que desea la generación a la cual se califica rectamente de “esencia divisible en los cuerpos”, tanto por multiplicarse como por dividirse con ellos. Pero no se divide en masas de gran volumen, sino que es la misma en todas las partes de los cuerpos, en los que está toda entera y una. Cuando un animal origina otros muchos, se divide como decimos, igual que ocurre con las plantas, porque es claro que esta esencia se divide en los cuerpos. Unas veces el alma una origina esas vidas sin dejar para nada el cuerpo: tal es el caso de las plantas. Otras veces las produce luego de haber dejado a aquél, aunque en este caso mejor será decir antes de partir: tal acontece con los esquejes de las plantas o con los animales ya muertos que, de resultas de la putrefacción, dan origen a múltiples vidas. En ello colabora una potencia análoga a la del universo, que es la misma aquí y en todas partes. ENÉADA: III 4 (15) 6

Si el alma vuelve de nuevo a este mundo, toma el demonio que ya tenía u otro adecuado a la vida que escogió. Embarca primero en este demonio como en un esquife que la trae a este mundo; luego la toma consigo “el huso de la necesidad” y la ordena como en un navío, en el cual asienta su suerte. Y, al igual que el viento arrastra al pasaje del navío, por más que éste se sienta o se mueva, así también arrastra al alma el movimiento de las esferas. Muchas cosas y muy variadas pasan entonces ante su vista, y le suceden cambios y accidentes lo mismo que al pasajero que, en el navío, sufre el vaivén de éste o cambia de lugar por su propio movimiento, con el que responde por sí mismo a la acción de aquél. Porque en circunstancias análogas no todos se mueven, o quieren, o actúan de la misma manera. De hombres diferentes se originan cosas también diferentes, ya sean análogas o no las circunstancias en que se produzcan; de otros, en cambio, surgen las mismas cosas, aunque las circunstancias sean diferentes. Este es, realmente, su destino. ENÉADA: III 4 (15) 6

Las almas no vienen hasta aquí por su voluntad, ni tampoco son enviadas. Lo que en ellas se considera como voluntario no es en realidad una voluntad de elección, puesto que se mueven naturalmente y tienden al cuerpo de manera instintiva, cual ocurre con el deseo del matrimonio y, a veces, incluso, con algunas hermosas acciones, no cumplidas de modo racional. Tal es siempre el destino de este ser, unas veces el que ahora decimos y otras veces otro. ENÉADA: IV 3 (27) 13

En cuanto a la inteligencia, que es anterior al mundo, tiene también su destino, el cual consiste en permanecer en el mundo inteligible, enviando desde él su luz y sus rayos de conformidad con una ley universal. Esta ley es absoluta para cada individuo y, para realizarse, no saca su fuerza de algo extraño, sino que se da a los individuos, que se sirven de ella y la transportan en sí mismos. Cuando el tiempo es llegado, su voluntad se cumple por las almas individuales que la retienen, hasta el punto de que son éstas las que realizan la ley, por llevarla precisamente consigo y disponer de su fuerza. La ley que se da en las almas es como una carga que pesa sobre ellas y que les infunde el deseo doloroso de dirigirse allí donde se les indica que vayan. ENÉADA: IV 3 (27) 13

Las almas, pues, se precipitan fuera del mundo inteligible, descendiendo primero al cielo y tomando en él un cuerpo; luego, en su recorrido por el cielo, se acercan más o menos a los cuerpos de la tierra, a medida de su mayor o menor longitud. Así, unas pasan del cielo a los cuerpos inferiores y otras verifican el tránsito de unos a otros cuerpos porque no tienen el poder de elevarse de la tierra, siempre atraídas hacia ella por su misma pesadez y por el olvido que arrastran tras de sí, carga que verdaderamente las entorpece. Las diferencias existentes entre las almas habrá que atribuirlas a varias causas: o a los cuerpos en que ellas han penetrado, o a las condiciones que les han tocado en suerte, o a sus regímenes de vida, o al carácter particular que ellas traen consigo, incluso, si se quiere, a todas estas razones juntas, o solamente a algunas de ellas. Unas almas, por su parte, se someten enteramente al destino; otras, en cambio, unas veces se someten y otras veces son dueñas de sí mismas; otras almas, en fin, conceden al destino todo cuanto es preciso darle, pero, en lo tocante a sus acciones, son realmente dueñas de sí mismas. Viven, por tanto, según otra ley, que es la ley que abarca a todos los seres y a la cual se entregan sin excepción todas las almas. La ley de que hablamos está formada de las razones seminales, que son las causas de todos los seres, de los movimientos de las almas y de sus leyes, provenientes del mundo inteligible. De ahí que concuerde con ese mundo y que tome de él sus propios principios, tejiendo la trama de todo lo que a él está ligado. En este sentido, mantiene sin modificación alguna todas las cosas que pueden conservarse conforme a su modelo inteligible, y lleva también a todas las demás allí donde lo exige su naturaleza. De modo que podemos decir que en el descenso de las almas ella es la causa, precisamente, de que ocupen una u otra posición. ENÉADA: IV 3 (27) 15

Frecuentemente me despierto a mí mismo huyendo de mi cuerpo. Y, ajeno entonces a todo lo demás, dentro ya de mí mismo, contemplo, en la medida de lo posible, una maravillosa belleza. Creo sobre todo, en ese momento, que me corresponde un destino superior, ya que por la índole de mi actividad alcanzo el más alto grado de vida y me uno también al ser divino, situándome en él por esa acción y colocándome incluso por encima de los seres inteligibles. Sin embargo, luego de este descanso en el ser divino y una vez descendido de la inteligencia al pensamiento reflexivo, debo preguntarme cómo verifico este descenso y cómo pudo penetrar el alma en el cuerpo, estando ella en sí misma, como a mí me ha parecido, aunque verdaderamente se encuentre en un cuerpo. ENÉADA: IV 8 (6) 1