Y a Dios, ¿cómo lo poseemos? Como montado sobre la naturaleza inteligible y sobre la Esencia real; y a nosotros nos poseemos como terceros a partir de aquél, compuestos – dice (Platón) – «de la esencia indivisa», de la de arriba, «y de la dividida en los cuerpos», la cual hay que entender que está dividida en los cuerpos porque se da a las magnitudes del cuerpo de cada animal individual en todo su tamaño, puesto que también se da al universo entero sin dejar de ser una sola. O mejor, porque aparenta estar presente en los cuerpos iluminándolos y convirtiéndolos en animales, sin entrar ella misma en composición con el cuerpo, sino quedándose ella pero emitiendo imágenes de sí misma como un rostro que se reflejara en muchos espejos. Y la primera imagen es la sensación que se da en el compuesto. Luego, de ésta proviene a su vez toda la que se llama «otra especie de alma» – proviniendo siempre una parte de otra – y termina en la generativa e incrementativa y, en general, productiva de otro y realizadora de un producto distinto de la productiva misma, mientras la productiva misma está vuelta a su producto. ENÉADA: I 1 (53) 8
De nuevo, pues, reanudando el tema, digamos lo primero en qué consiste por cierto la belleza que hay en los cuerpos. Efectivamente, es algo que se hace perceptible aun a la primera ojeada, y el alma se pronuncia como quien comprende y, reconociéndolo, lo acoge y como que se ajusta con ello. En cambio, si tropieza con lo feo, «se repliega», y reniega y disiente de ello porque no sintoniza con ello y está ajena a ello. Pues bien, nuestra explicación es que, como el alma es por naturaleza lo que es y procede de la Esencia que le es superior entre los seres, en cuanto ve cualquier cosa de su estirpe o una huella de lo de su estirpe, se alegra y se queda emocionada y la relaciona consigo misma y tiene remembranza de sí misma y de los suyos. ENÉADA: I 6 (1) 2
Aquella Inteligencia no es, pues, como éstas, sino que contiene todas las cosas y es todas las cosas y está con ellas porque está consigo misma y las contiene todas sin contenerlas. Porque no son éstas una cosa y ella otra, ni existe por separado cada una de las cosas que hay en ella, pues que cada una es total y es absolutamente todo. Y, sin embargo, no están confundidas, sino a su vez discriminadas. Es un hecho al menos que el participante no participa de todas juntamente, sino de la que puede. Y así, la Inteligencia es la primera actividad de aquél y la primera Esencia, mientras aquél se queda en sí mismo. La Inteligencia, sin embargo, actúa en torno a aquél como quien vive en torno suyo. El Alma, en cambio, danzando por fuera alrededor de la Inteligencia, mirando a ésta y escrutando el interior de ésta, mira a Dios a través de la Inteligencia. ENÉADA: I 8 (51) 2
Está, pues, mezclada de sinmedida y es impartícipe de la forma que pone orden y reduce a medida, porque está entremezclada con un cuerpo dotado de materia. En segundo lugar, aun la parte racional, caso de que sufra daño, se ve impedida de ver por causa de las pasiones y porque está entenebrecida por la materia e inclinada a la materia y, en suma, porque pone la vista no en la Esencia, sino en el devenir, cuyo principio es la naturaleza de la materia, la cual es tan mala que incluso a quien no está todavía sumido en ella, con sólo que haya posado su mirada en ella, lo infesta de su propio mal. Porque como no participa en absoluto en el bien, como es privación de bien y pura carencia, vuelve semejante a sí a todo aquello que de cualquier modo tome contacto con ella. ENÉADA: I 8 (51) 4
Suponiendo, pues, que haya algo que, siendo el más eximio de los seres y aun estando más allá de los seres, no dirija su actividad a otra cosa mientras las otras dirijan la suya a él, es evidente que ése será el Bien por el que, además, les es posible a las otras participar del Bien. Ahora bien, las otras cosas, cuantas poseen el Bien de ese modo, pueden poseerlo de dos maneras: por haberse asemejado a él y por ejercitar su actividad dirigiéndola a él. Si, pues, el deseo y la actividad se dirigen al Bien más eximio, sigúese que, como el Bien no dirige su mirada a otra cosa ni desea otra cosa porque es, en su quietud, fuente y principio de actividades conforme a naturaleza y porque hace boniformes a las otras cosas, mas no en virtud de una actividad dirigida a ellas, pues son ellas las que dirigen la suya a él, ese principio no debe ser el Bien en virtud de su actividad ni de su intelección, sino que debe ser el Bien por sí solo. Además, como está «más allá de la Esencia» también está más allá de la actividad y más allá de la Inteligencia y de la intelección. ENÉADA: I 7 (54) 1