pasiones del alma

El hacer depender todas las cosas de los cuerpos, sean éstos los átomos o lo que suele designarse con el nombre de elementos, y el engendrar con su movimiento desordenado una determinada disposición, que es como la razón y el alma que sirve de guía, resulta en los dos casos algo extraño e imposible; imposibilidad todavía más patente, si puede hablarse así, partiendo del mundo de los átomos. Muchas cosas, y muy atinadas, se han dicho ya sobre este punto. Si se aceptan tales principios, no puede admitirse necesariamente que haya para todas las cosas una necesidad, o, hablando en otros términos, un destino. Supongamos primeramente que estos principios sean los átomos. Es claro que se verán movidos hacia abajo — daremos por supuesto que ese abajo existe –, o bien con un movimiento oblicuo, deslizándose cada átomo en una cierta dirección. Nada aparece aquí como ordenado y sería un contrasentido que, no existiendo un orden, lo que luego se produjese estuviese enteramente sujeto a él. De modo que no puede darse en absoluto ni predicción ni arte adivinatoria, sea ésta, como se dice, una especie de arte — ¿cómo podría aplicarse un arte a cosas que no están ordenadas? –, ni un soplo de inspiración entusiasta; pues conviene también, en este caso, que el futuro quede determinado. Será indudablemente necesario, para los cuerpos alcanzados por los átomos, experimentar el movimiento propio de éstos; mas, ¿a que movimiento de los átomos habrán de atribuirse las acciones y las pasiones del alma? ¿Cuál será el choque que llevando el alma hacia abajo o golpeándola de una determinada manera, la incline a unos pensamientos o deseos, o haga que se den necesariamente estos razonamientos, deseos o pensamientos, o simplemente que existan? ¿Y en el caso del alma que se opone a las pasiones del cuerpo? ¿A qué movimientos de los átomos quedará subordinado el pensamiento del geómetra, el del aritmético, el del astrónomo, y, en general, el del sabio? Porque es claro que lo propio de nuestras acciones y lo que nos caracteriza como seres animados se verá plenamente destruido si nos sentimos arrastrados por los cuerpos o dominados por sus impulsos al igual que las cosas inanimadas. Estas mismas razones podemos dirigirlas a los que admiten como principios de todas las cosas otros cuerpos distintos a los átomos; pues estos cuerpos pueden hacer que nos calentemos o enfriemos, e incluso que perezcan los que son más débiles. Pero el alma no realiza ninguna de estas acciones, y convendría entonces que proviniesen de otro principio. ENÉADA: III 1 (3) 3

Si se trata de hombres prudentes, el apego a la belleza de este mundo no constituye una falta; pero sí lo es, en cambio, la caída en el placer sexual. Para quien ama la belleza pura hay suficiente con ella, tenga o no el recuerdo de la belleza de lo alto; para quien mezcla a su amor el deseo de la inmortalidad en su naturaleza mortal, la búsqueda de lo bello ha de cifrarse en la eterna generación; y así, fecundará y engendrará en lo bello según la naturaleza, lo primero para la continuidad de la generación, lo segundo por su misma afinidad con la belleza. Porque es claro que la eternidad es afín a la belleza, y siendo la naturaleza eterna la belleza primitiva, también será bello lo que de ella procede. Para quien no desea engendrar, hay más que suficiente con la belleza, pues el deseo de producir la belleza se origina por indigencia e insatisfacción y porque se piensa en el ser al producir y engendrar aquélla. En cuanto a los que quieren engendrar contra las leyes y contra la naturaleza, han cumplido al principio con el camino natural, pero, una vez apartados de él, permanecen alejados de este camino y caen sin haber visto a dónde les lleva el amor, y sin haber conocido el deseo de engendrar, ni el uso de las imágenes de la belleza, y ni siquiera lo que es la belleza misma. Así, en tanto unos aman los cuerpos hermosos, no para unirse a ellos sino porque son bellos, otros, en cambio, buscan el amor sexual y la convivencia con las mujeres, para perpetuar así la especie. Unos y otros son prudentes, siempre que no se aparten de este fin; sin embargo, los primeros resultan ser superiores. Pues mientras aquellos veneran la belleza de este mundo y tienen bastante con ella, los otros mantienen el recuerdo de la belleza primitiva, sin desdeñar por esto la belleza de este mundo como cumplimiento y representación de la primera. Unos van a la belleza sin vergüenza alguna, otros, por la misma belleza, caen en la deshonra; porque el mismo deseo del bien hace muchas veces caer en el mal. He aquí lo que acontece con las pasiones del alma. ENÉADA: III 5 (50) 1

¿Cómo, si no es así, se produce la sensación? Digamos que se refiere en realidad a objetos que ella no posee, porque es propio de toda facultad del alma no sufrir impresiones sino utilizar su poder con objetos para los que esté dispuesta. En este sentido, puede distinguirse perfectamente por el alma el objeto visible del objeto sonoro, lo cual no sería posible si ambos fuesen improntas. Y no lo son, sin duda alguna, como tampoco afecciones o pasiones del alma, sino actos referentes al objeto con el que se corresponden en el alma. Nosotros, sin embargo, ponemos en entredicho que cada facultad sensitiva pueda conocer si no sufre un choque con el objeto. Y creemos que sufre, en efecto, como consecuencia de este choque y no que conoce verdaderamente ese objeto que le ha sido dado dominar, pero no ser dominada por él. ENÉADA: IV 6 (41) 2