En las cosas carentes de sabiduría hay un principio rector que imita esta unidad del alma. Platón lo ha dicho en enigma de manera divina: “De (la esencia) indivisible y siempre idéntica a sí misma, y de la esencia divisible en los cuerpos (el demiurgo), hizo, por su misma mezcla, una tercera clase de esencia”. Así, pues, el alma es una y múltiple; y, por su parte, las formas que se dan en los cuerpos son múltiples y unas. Los cuerpos, por consiguiente, tienen sólo multiplicidad, en tanto el principio más alto tiene sólo unidad. ENÉADA: IV 2 (4) 2
Ciertamente, otro razonamiento nos dice, por el contrario, que mantenemos unos con otros una simpatía reciproca, que ante algo que ven nuestros ojos compartimos con los demás nuestros sufrimientos y alegrías, y que, igualmente, nos vemos arrastrados de manera natural hacia el sentimiento de la amistad. Y no hay duda de que la amistad descansa en esa misma simpatía. Pues si los conjuros y, en general, las artes mágicas nos aproximan y nos hacen sentir las mismas cosas a grandes distancias, ello habrá de atribuirse por entero a la unidad del alma. Y así, una frase pronunciada levemente puede ejercer un efecto lejano e incluso dejarse oír a distancias inmensas, de todo lo cual se deduce la unidad de todas las cosas, que es resultado de la unidad del alma. ENÉADA: IV 8 (6) 3