Lis 207d-210d: O saber, condição da amizade

Cuando Menéxeno se hubo marchado, le dije a Lisis preguntándole:

-¿Cierto, Lisis, que tu padre y tu madre te aman mucho?

-Claro que sí, me dijo.

-Por tanto, querrían que tú fueses lo más feliz posible1.

-¿Cómo no iban a quererlo?

-¿Te parece que sería un hombre feliz el que es esclavo y no puede hacer nada de lo que desea?

-No, por Zeus, no me lo parece, dijo.

-Por tanto, si tu padre y tu madre te aman y desean que llegues a ser feliz, es claro que cuidan, por todos los medios, de que lo seas.

-¿Cómo no iba a ser así?, dijo.

Así, pues, ¿te dejan hacer lo que quieres, y no te reprenden ni te impiden hacer lo que te venga en gana?

-Por Zeus, que sí, que me prohíben, y muchas cosas.

-¿Cómo dices?, le dije. ¿Quieren que seas dichoso y no te dejan hacer todo lo que quieres? Explícame entonces esto. Si te viniera en gana subirte en uno de los carros de tu padre y llevar las riendas en una com­petición, ¿te lo permitirían, o más bien, te lo impedirían?

Por Zeus, me dijo, que me lo impedirían.

-¿A quién dejarían entonces?

-Hay un auriga a quien mi padre da un sueldo.

-¿Cómo dices? ¿Confían más en un asalariado que en ti para hacer lo que quiera con los caballos, y encima le dan dinero?

-Pero, ¿qué otra cosa?, dijo.

-Sin embargo, la yunta de mulos supongo que te la dejarán conducir, y si quisieras coger el látigo y servirte de él, ¿te lo permitirían?

-¿De qué me iban a dejar?, dijo.

-¡Cómo!, dije yo. ¿A nadie les es permitido golpearlos?

-Y mucho -dijo-, al mulero.

-¿A uno que es esclavo, o que es libre?

-Esclavo, dijo.

-¿Y a un esclavo tienen en más que a ti, su hijo, y le dejan sus cosas antes que a ti, y le permiten hacer lo que quiere, mientras a ti te lo impiden? Dime todavía algo más, ¿dejan que tú te gobiernes a ti mismo, o ni esto te permiten?

-¿Cómo, pues, me lo iban a permitir?, dijo.

-Entonces, ¿te gobierna alguien?

-El pedagogo éste, dijo.

-¿Un esclavo, tal vez?

-Desde luego, y además uno nuestro, dijo.

-Resulta raro, dije yo, que uno que es libre sea gobernado por un esclavo, ¿y qué es lo que hace este pedagogo para gobernarte?

Llevarme adonde el maestro2.

-¿Es que son éstos, los maestros, quienes te gobiernan?

-Pienso que sí.

Muchos son, pues, los maestros y gobernantes que a tu padre le han venido a bien imponerte; pero, acaso, cuando vienes a casa con tu madre ella te deja hacer lo que quieras, con sus lanas o con sus telas, cuando está tejiendo, y todo ello por verte feliz. Porque seguro que no te impide que toques la tablilla, ni la lanzadera, ni ninguna de las otras cosas que necesita para tejer.

Y él riendo:

-Por los cielos, dijo, oh Sócrates, no sólo me lo impide, sino que me pegaría si pusiese las manos en ellas.

-¡Por Heracles!, dije. ¿Acaso es que has molestado en algo a tu padre o a tu madre?

-Por Zeus, que no es este mi caso, dijo.

-Pero, ¿por qué causa ponen entonces trabas para tu felicidad y para hacer lo que quieras3, y, durante todo el día, te tienen siempre esclavizado y, en una palabra, no haces nada de lo que deseas? De modo que, tal como parece, no te aprovechan ni toda esta riqueza que poseéis, ya que todos éstos mandan más que tú, ni este cuerpo tan espléndido al que, por cierto, atiende y cuida un otro; porque tú, Lisis, en nada mandas, ni nada haces de lo que deseas.

-Pero esto es porque no tengo aún, dijo, la edad, Sócrates.

-No, no es esto lo que te frena, hijo de Demócrates, ya que, como creo, hay algo, al menos, que tanto el padre como la madre te dejan y no esperan a que tengas la edad; porque, cuando quieren que se les lea o se les escriba algo, pienso que es a ti, antes que a ningún otro de los de casa, a quien lo encomendarán. ¿No es así?

-Claro que lo es, dijo.

-Así pues, en este caso, puedes libremente escoger qué letra quieres escribir en primer lugar y cuál en segundo y lo puedes hacer también al leer. Y cuando, como supongo, coges la lira, ni el padre ni la madre te impiden destensar la cuerda que quieras, y hacerlas sonar con los dedos o con la púa, ¿o es que te lo impiden?

-No, por cierto.

-¿Cuál serla, pues, entonces la causa, Lisis, de que te pusieran impedimentos en las cosas que antes decíamos que te los ponían?

-Porque pienso, dijo, que éstas las sé; pero no aquéllas.

-Está bien, amigo, dije yo. No es, pues, tu edad lo que está esperando el padre para confiártelo todo, sino el día en el que piense que tú eres más listo. que él; entonces se confiara él mismo a ti y, con él, te confiará todas sus cosas.

-Ya lo creo, dijo.

-Y bien, le dije yo, ¿qué pasa entonces con el vecino? ¿Acaso no tendrá propósitos parecidos a los de tu padre con respecto a ti? ¿No crees que te confiará la economía de su casa, cuando entienda que te administrarás mejor que él mismo? ¿O se pondrá él al frente?

-Yo creo que me la confiará.

-Y bien, ¿no crees que los atenienses te confiarán también sus cosas cuando perciban que eres suficientemente sensato?4.

-Ya lo creo.

-¡Por Zeus!, le dije. ¿Y qué pasará con el Gran Rey? ¿Confiará a su hijo mayor, al que corresponde el mando de Asia, le confiará, digo, mejor que a nosotros, cuando estuviese cocinando la carne, que echase a la salsa lo que quisiera, en el supuesto de que llegáramos junto a él y le mostráramos que somos mejores que su hijo en cuestiones de condimentar comida?

-Es claro que a nosotros, dijo.

-¿No le dejaría, pues, que echase ni un trocito y, en cambio, a nosotros, aunque quisiéramos echar sal a manos llenas, nos dejaría?

-¡Cómo no!

-¡Y qué! Si a su hijo se le pusiesen malos los ojos, ¿le dejaría que alguien se los tocase, a sabiendas de que no era médico o se lo impediría?

-Se lo impedirla.

-Pero a nosotros, si sospechase qué éramos médicos y quisiéramos, abriéndole los ojos, llenárselos de ceniza, me pienso que no nos lo impediría, en el convencimiento de que obrábamos rectamente.

-Dices verdad.

-Así pues, ¿no nos confiaría todas las otras cosas mejor que a él mismo o a su hijo, en todo cuanto le pareciéramos saber más que ellos?

-Necesariamente, dijo, oh Sócrates.

Así son las cosas, querido Lisis, le dije. En aquello en lo que hemos llegado a ser entendidos, todos confían en nosotros, griegos y bárbaros, hombres y mujeres. Haremos, pues, en esas cosas lo que queramos, y nadie podrá, de grado, impedírnoslo, sino que seremos en ellas totalmente libres y dominadores de otros, y todo esto será nuestro porque sacamos provecho de ello5. Pero en aquello en lo que no hemos logrado conocimiento no nos permitirá nadie hacer lo que a nosotros nos parezca, más bien nos lo impedirán todo lo que puedan, y no sólo los extraños, sino el padre y la madre e, incluso, alguien más próximo, si lo hubiera. En estas cosas seremos, pues, súbditos de otros y ellas mismas nos serán ajenas, porque ningún provecho sacamos de ellas.

-¿Concedes que es así?

-Lo concedo.

-Entonces, ¿seremos amigos de alguien y será alguno amigo nuestro por aquellas cosas por las que que somos inútiles?

-En modo alguno, dijo.

-Por tanto, ahora, ni tu padre te ama ni nadie ama a nadie, en tanto que es inútil.

-Parece que no, dijo.

-Si, en cambio, llegas a ser entendido, oh hijo mío, entonces todos te serán amigos, todos te serán próximos, porque tú, a tu vez, serás provechoso y bueno; pero si no, entonces nadie te querrá, ni tu padre, ni tu madre, ni tus parientes. ¿Es posible, pues, estar orgulloso, Lisis, cuando aún no se sabe pensar?

-¿Cómo podría?, dijo.

-Si necesitas de un maestro es que todavía no sabes. -Es verdad.

-Ni puedes, por consiguiente, tenerte por un gran sabio, si no sabes nada.

-Por los dioses, Sócrates, que así lo creo.


  1. Amistad y felicidad se relacionan mutuamente al comienzo del análisis platónico. Consecuencia del amor de los padres, la felicidad se inserta también en el vínculo amoroso. Ser feliz es, pues, ser amado. La tesis, sin embargo, va a ser matizada por Sócrates al delimitar esa. felicidad y sacarla de los límites de una felicidad subsidiaria. 

  2. La función del pedagogo era más modesta que en la actualidad, donde se identifican, o pretenden identificarse, las funciones del paidagogós y del didáskalos o maestro. 

  3. Felicidad y libertad. Las pequeñas libertades a que Sócrates alude expresan un ámbito en el que la felicidad procede de la realización de un deseo. Estos deseos, sin embargo, que configuran las posibilidades de un joven de la aristocracia ateniense no pueden lógicamente saciarse. Ni el amor, ni la felicidad pueden quedar reducidos a este ámbito estrecho. 

  4. Educación como proceso que lleva a la maduración intelectual y humana (phroneîn). Cuando se ha alcanzado esta madurez se está fuera ya del ámbito familiar y en pleno dominio de la Polis. ¿Cómo hacer que la philía colabore en este proceso? Las semejanzas del Lisis y el Cármides van más allá de la simple forma. 

  5. El tema del amor ha pasado ya por el contraste del conocimiento, del saber. El concepto de utilidad que adorna estos saberes que Sócrates enumera, y que tienen que ver con una noción característica de la Atenas democrática, apunta, sin embargo, a algo más profundo: a la idea de competencia que produce algún tipo de bien a la comunidad. Sócrates lo expresará inmediatamente con el término sophós (201d).