Estábamos charlando de estas cosas entre nosotros, cuando preguntó Ctesipo:
-Eh, vosotros, ¿qué hacéis ahí solos, sin hacernos partícipes de lo que habláis?
-Al contrario, dije, íbamos a comunicároslo, pues éste no entiende lo que digo, pero afirma que cree que Menéxeno lo sabe y me pide que le pregunte.
-¿Y por qué no lo haces?1
-Ahora mismo voy a hacerlo. Contéstame, Menéxeno, a lo que te pregunto. Hay algo que deseo desde niño, como otros desean otras cosas. Quién desea tener caballos, quién perros, quién oro, quién honores. A mí, sin embargo, estas cosas me dejan frío, no así el tener amigos, cosa que me apasiona; y tener un buen amigo me gustaría más que la mejor codorniz del mundo o el mejor gallo, e incluso, por Zeus, más que el mejor caballo, que el mejor perro. Y creo, por el perro, que preferiría, con mucho, tener un compañero, a todo el oro de Darío. ¡Tan amigo de los amigos soy! Viéndoos a vosotros, a ti y a Lisis, me asombro, y os felicito porque, tan jóvenes, habéis llegado a poseer tal don, de una manera tan rápida y sencilla. Has logrado rápida y fácilmente que él sea tu amigo y tú, el suyo. Pero yo estoy tan lejos de tal cosa que no sé de qué modo se hace uno amigo de otro. Por ello, dada tu experiencia, quisiera preguntarte sobre todo esto.
-Dime, entonces. Cuando alguien ama a alguien, ¿quién es amigo de quién, el amante del amado, o el amado del amante? ¿O no se diferencian en nada?
-En nada, dijo, me parece que se diferencian. -¿De qué hablas?, dije yo. ¿De modo que los dos llegan a ser amigos entre sí, aunque sólo sea uno el que ame al otro?
-A mí, al menos, así me lo parece, dijo.
-¿Cómo? ¿No ocurre, a veces, que el amante no es correspondido por aquel a quien ama?
-Ocurre.
-¿Y no pasa también que el amante es odiado? Cosas así parece que tienen que soportar los enamorados por parte de sus predilectos; pues amando todo lo que pueden, unos, sin embargo, creen que no son correspondidos, otros, que son odiados. ¿O no te parece esto verdad?
-Sí que me parece verdadero, dijo.
-Y también en este caso, dije yo, uno ama y el otro es amado.
-Sí.
-¿Quién, pues, de ellos es el que ama?, ¿el amante al amado, ya sea correspondido o ya sea odiado, o el amado al amante? ¿O, por el contrario, ninguno, en este caso, es amigo del otro, si ambos no se aman entre sí?
-A primera vista, así es.
-Pero ahora nos parece distinto de lo que nos pareció antes. Porque entonces, si uno ama, aman ambos, pero ahora, si no aman ambos, no ama ninguno.
-Es muy probable, dijo.
-Así pues, no hay amigo para el amante, si no es correspondido.
-Creo que no.
-No hay, pues, amigo de los caballos, si los caballos no le aman, ni amigos de las codornices, ni amigos de los perros, ni del vino, ni de la gimnasia, ni del conocimiento, si el conocimiento, a su vez, no le corresponde2. O ama cada uno a estas cosas no siendo en verdad amigos, y el poeta se ha confundido cuando dice:
«Feliz aquel que tiene por amigos a sus hijos y tiene caballos de pezuña única y un huésped extranjero»3.
-Al menos a mí no me lo parece, dije. -Entonces, ¿a ti te parece que dice verdad?
-Sí.
-O sea, el amado es amigo del amante, al parecer, oh Menéxeno, ya le ame o le odie. Es lo mismo que pasa con los niños que acaban de nacer que aún no aman, o con aquellos que odian si son reprendidos por su madre o por su padre, y que, incluso en el mismo momento en que odian, son extraordinariamente queridos por sus progenitores.
-A mí me parece que es eso lo que pasa.
-Según este ejemplo, no es el amado el que es amigo, sino el amante.
-Eso es claro.
-Y, en consecuencia, el que odia es el que es enemigo, no el odiado. Muchos, pues, aman a los que les son enemigos y odian, por el contrario, a los que les son amigos, y son, así, amigos de sus enemigos y enemigos de sus amigos, si es que el amado es amigo, y no sólo el que ama. En verdad que es una gran sinrazón, compañero mío, o mejor, pienso yo, es totalmente imposible ser amigo del enemigo, y enemigo del amigo.
-Parece que dices verdad, Sócrates, dijo.
-Por tanto, si esto es imposible, el amante es el que es amigo del amado.
-Así lo veo yo.
-El que odia es, pues, el enemigo del odiado.
-Necesariamente.
-Así pues, ¿no nos acaecerá que por necesidad también tengamos que conceder lo de antes, a saber, que muchas veces se es amigo de quien no lo es, y otras muchas veces hasta del enemigo, cuando alguien ama al que no le ama, o incluso ama al que le odia?
-Es muy probable, dijo.
-¿Qué debemos hacer, dije yo, si ni los que se aman son amigos, ni los amados, ni los que, al mismo tiempo, aman y son amados, sino que entre otros que no sean éstos tenemos que buscar a los que llegan a ser amigos entre sí.
-Por Zeus, Sócrates -dijo él-, que no sé seguir.
-¿No será, dije, oh Menéxeno, que no hemos buscado bien?
-Eso es lo que creo, Sócrates -dijo Lisis, y al punto que hablaba se puso colorado. Y me pareció como si se le hubiera escapado de mal grado lo que había dicho, debido a lo muy concentrado que estaba en el diálogo. Es claro que cuando atendía siempre lo hacía así.
Desde el 210e, hay un interludio en el que Platón dramatiza hábilmente el nivel alcanzado: un Hipotales reducido al ridículo de sus encomios a Lisis. El diálogo se continúa con otro nuevo tema que sitúa el problema de la philía en el marco de la reciprocidad. Aparece aquí una dificultad lingüística fundada en la ambigüedad del término philos, que puede emplearse en forma activa o pasiva; como sustantivo (amigo de alguien) o como adjetivo (amante de alguien, que tiene amor a alguien, etc.). ↩
La reciprocidad de la philia aparece como imposible en esta serie de adjetivos que Sócrates enumera: philippos (amigo de los caballos), phitortiges (amigos de las codornices), philokynes (amigos de los perros), philoinos (amigo del vino), etc. El carácter ambiguo de estas expresiones es más marcado en griego, por la estructura misma de estas palabras compuestas, ya que diversas perífrasis -me gustan los caballos, etc.evitarían en otras lenguas la ambigüedad, o, tal vez, la desplazarían a otros espacios equívocos también. De todas formas, el análisis de estos términos y las funciones que desempeñan en los contextos en los que aparecen prestan al contenido de la cuestión debatida un extraordinario interés. El carácter asimétrico de estas relaciones lo ha observado agudamente A. E. TAYLOR, Plato, the Man and his Work, Londres, 19608, págs. 67-68. (Cf., a propósito del sentido pasivo de philos, A. W. D. ADKINS,, «Friendship’, and ‘Self-Sufficiency’ in Homer, Plato and Aristotle», The Classical Quarterly (1963), 40-41. ↩
Versos de SOLÓN 13D (F. R. ADRADOS, Líricos griegos. Elegíacos y yambógrafos arcaicos, vol. I, Barcelona, 1956, pág. 195). ↩