Queriendo yo que Menéxeno descansara y gozando con la curiosidad de Lisis, me dirigí a él para que prosiguiéramos la conversación y le dije:
-Me parece, Lisis, que hablas con verdad y que, si hubiésemos seguido el buen camino, no nos habríamos extraviado de esta manera. Pero no sigamos ya por aquí -porque difícil me parece a mí también, como camino, esta indagación, y creo que es más fecundo volver allí donde nos desviamos- y preguntemos a los poetas, pues éstos son para nosotros como padres y guías del saber. Ellos, naturalmente, no se manifiestan desinteresados de los amigos cuando los tienen; pero dicen que es un dios el que los hace amigos, haciendo que coincidan entre sí. Si no me equivoco dicen cosas como:
«Siempre hay un dios que lleva al semejante junto al semejante» (Odisea XVII 218)
y les hace conocerse. ¿Es que nunca te has tropezado con estos versos?
-Claro que sí, dijo.
-¿No han llegado, en efecto, a tus manos escritos de gente muy sabia que dicen estas mismas cosas, a saber, que lo semejante siempre tiene que ser amigo de lo semejante? Me refiero a esos que han hablado y escrito sobre la naturaleza y sobre el todo1.
-Tienes razón, dijo.
-¿Entonces es que proponen cosas sensatas?, dije yo.
-Tal vez, dijo.
-Tal vez, dije, lo hacen a medias, tal vez de una. manera completa, pero nosotros no somos capaces de captarlo. Pues nos parece que el malvado, cuanto más cerca esté del malvado y más lo frecuente, tanto más enemigo llegará a ser, porque ofende. Pero los que ofenden y los ofendidos de ninguna manera pueden ser amigos. ¿No es así?
-Sí, dijo.
-Así pues, la mitad de lo dicho no sería verdad, si es que los malvados son semejantes entre sí. Tienes razón.
-Pero a mí me parece que quieren decir que los buenos son semejantes entre sí y amigos, y que los malos, cosa que se dice de ellos, nunca son semejantes ni siquiera con ellos mismos, sino imprevisibles e inestables. Y lo que es desemejante y diferente consigo mismo difícilmente llegaría a ser semejante a otro y amigo suyo. ¿O no te parece así?
-Me lo parece, dijo. .
-Esto, en efecto, insinúan, como creo, oh compañero, los que dicen que lo semejante es amigo de lo semejante, al igual que el bueno sólo es amigo del bueno, y que el malo, ni con el bueno ni con otro malo, puede jamás llegar a una verdadera amistad.
-¿Estás de acuerdo?
Dio muestras de asentimiento.
-Así, pues, ya tendríamos quiénes son amigos, porque nuestro discurso apunta a que lo son los que son buenos2.
-Eso es lo que me parece, dijo.
-Y a mí, dije yo. Sin embargo, hay algo que me tiene inquieto en todo esto. Sigamos, pues, por todos los dioses, y veamos lo que estoy sospechando. El semejante es amigo del semejante en cuanto semejante, y en este caso, ¿son útiles el uno al otro? O mejor dicho: cualquier cosa semejante a otra cualquiera ¿qué beneficio puede traerle o qué daño causarle, que no se lo haga también a sí mismo? ¿O qué cosa sufrir que no lo sufra también por sí misma? Así pues, ¿cómo pueden tales cosas vincularse entre sí no prestándose mutuamente servicio alguno? ¿Es esto, de algún modo, posible?
-No lo es.
-¿Y cómo querrá el que no sea querido?
-De ninguna manera.
-Pero, entonces, el semejante no es amigo del semejante, aunque bien pudiera serlo el bueno del bueno, no por ser semejante, sino por ser bueno.
–Bien pudiera.
-Pero, ¿cómo? El bueno, en cuanto que bueno, no se bastaría a sí mismo?
-Sí.
-Pero el que se basta a sí mismo no necesita de nadie en su suficiencia.
-¿Por qué no?
-El que no necesita a nadie tampoco se vincularía a nadie.
-En modo alguno.
-El que no se vincula a nadie tampoco ama.
-Verdaderamente no.
-El que no ama, no es amigo.
-No parece.
-¿Cómo, entonces, pueden los buenos, sin más, ser amigos de los buenos, si vemos que, estando ausentes, no se echan de menos ya que son autosuficientes, estando separados- y, si están juntos, no sacan provecho de ello? ¿Qué remedio poner para que tales personas lleguen a tenerse mucha estima?
-Ninguno, dijo.
-Pero no serán amigos, si no llegan a valorarse mucho mutuamente.
-Es verdad.
Alusión a los primeros filósofos, y más concretamente a Empédocles y Anaxágoras, que presentan variaciones sobre el verso de Homero, y para los que el temade lo semejante, como motor de unión, constituye una idea central. (Cf. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco 1157» 31 sigs.; 1156b 34 sigs.; 1158» 11 sigs.). ↩
La dificultad surgida de la interpretación platónica sobre la de los primeros que filosofaron «sobre la naturaleza» y sobre el «todo» ha quedado delimitada a un ámbito más reducido, al ámbito moral que interesa principalmente a Sócrates. La atracción de lo semejante por lo semejante parece que sólo puede darse entre los buenos. Sócrates nos ha mostrado alguna de las dificultades que sobrevendrían de no ser así. ↩