Míguez: Tratado 40,2 (II, 1, 2) — O fluxo dos corpos sensíveis

2. Admitamos esta opinión y afirmemos que el cielo y todo lo que hay en él posee una eternidad individual, en tanto que lo que cae bajo la esfera de la luna posee una eternidad en cuanto a la especie. Habrá que mostrar también cómo un ser corporal puede conservar su individualidad e identidad con pleno derecho, aunque sea propio de la naturaleza de cada cuerpo el estar en un flujo continuo. Porque tal es la opinión de los físicos y de Platón, no sólo con respecto a los otros cuerpos sino con relación a los cuerpos del cielo: “¿Cómo, dice (Platón), podrían conservar su permanencia e identidad consigo cosas que son corpóreas y visibles?” Concuerda en esto con la opinión de Heráclito, que dice que “el sol está en continuo devenir” Lo cual no constituye dificultad para Aristóteles, si se admite su hipótesis del quinto cuerpo. Pero, caso de que se la rechace, y se diga que el cuerpo del cielo está compuesto de las mismas cosas que los animales de la tierra, ¿cómo se concebirá su eternidad individual? Y, con mayor motivo, ¿cómo tendrán que poseerla el sol y las partes del cielo? Todo ser animado está compuesto de un alma y de un cuerpo, y el cielo, si posee la eternidad, ha de poseerla según el alma y el cuerpo juntamente, o bien según una u otro, ya se trate del alma o del cuerpo. El que otorga la incorruptibilidad al cuerpo, no tiene necesidad del alma para afirmar la incorruptibilidad de aquél, ni de que el cuerpo se una eternamente a ella para la constitución del ser animado. Si se dice, en cambio, que el cuerpo es de suyo corruptible, habrá que buscar en el alma la causa dé su incorruptibilidad; pero entonces tendremos que mostrar que la manera de ser del cuerpo no es opuesta a la combinación con el alma ni a la persistencia de tal combinación, así como también que no hay discordancia alguna en las combinaciones de la naturaleza y que la materia es adecuada a la voluntad de cumplimiento del mundo,