MNX 239c-242a: Guerras Médicas

Por estas razones creo que pasar por alto estas gestas, pues ya tienen también su estimación. En cambio, creo que debo recordar aquellas otras, de las cuales ningún poeta ha obtenido una fama digna de temas tan dignos y que aún están en el olvido, haciendo su elogio y facilitando a otros el camino para que las introduzcan en sus cantos y en otros tipos de poesía de una manera digna de los que las han llevado a cabo. De las hazañas a que me refiero, he aquí las primeras: a los persas, que eran dueños de Asia y se disponían a someter a Europa, los detuvieron los hijos de esta tierra, nuestros padres, a quienes es justo y necesario que recordemos en primer lugar para enaltecer su valor. Si se quiere hacer un buen elogio, es preciso observar ese valor trasladándose por la palabra a aquella época, en que toda Asia estaba sometida, ya por tercera vez, a un rey. El primero de ellos, Ciro, tras conceder la libertad a los persas, sometió con la misma soberbia a sus propios conciudadanos y a los medas, sus señores, y puso bajo su mando el resto de Asia hasta Egipto1; su hijo puso bajo el suyo Egipto y Libia, hasta donde le fue posible penetrar2. El tercero, Darío, fijó por tierra los límites de su imperio hasta los escitas. Dominaba con sus naves el mar y las islas, de modo que nadie se atrevía a enfrentarse con él3, y las opiniones de todos los hombres se hallaban sometidas a esclavitud: ¡tan numerosos y grandes y belicosos eran los pueblos que el poderío persa había subyugado!

»Entonces Darío, tras habernos acusado a nosotros y a los eretrios de conspirar contra Sardes4, envió con ese pretexto quinientos mil hombres en barcos de transporte y de guerra y trescientas naves al mando de Datis, con la orden de que regresara conduciendo a los eretrios y a los atenienses, si quería conservar su cabeza. Y Datis, tras navegar en dirección a Eretria, contra unos hombres que se contaban entonces entre los más famosos de los griegos en el arte de la guerra y eran no pocos, los sometió en tres días5 y, para que ninguno pudiese huir, escudriñó todo el país del modo siguiente: una vez que llegaron a las fronteras de Eretria, sus soldados se situaron a intervalos de mar a mar y, cogidos de las manos, recorrieron todo el país, para poder decir al Rey que ninguno se les había escapado6. Con el mismo propósito, desde Eretria desembarcaron en Maratón, creyendo que les era fácil conducir también a los atenienses, después de haberlos sometido al mismo yugo que a los de Eretria. De estas acciones, unas habían sido ya efectuadas y las otras estaban a punto de llevarse a cabo, pero ninguno de los griegos prestó ayuda a los de Eretria7 ni a los atenienses, excepto los lacedemonios -pero éstos llegaron al día siguiente de la batalla-8; todos los demás, aterrorizados, se mantenían inactivos; dichosos de su seguridad presente. Trasladándose a aquel momento, se comprendería qué valientes fueron los que recibieron en Maratón el asalto de los bárbaros, castigaron el orgullo de toda Asia y erigieron, los primeros, un trofeo sobre los bárbaros, convirtiéndose en caudillos y enseñando a los demás que el poderío persa no era invencible, y que toda multitud como toda riqueza ceden al valor. Yo afirmo, pues, que aquellos hombres fueron los padres no sólo de nuestras personas, sino también de nuestra libertad y de la de todos los pueblos que habitan en este continente. Con sus ojos puestos en aquella empresa, los griegos tuvieron la audacia de arriesgarse en posteriores guerras por su salvación, convirtiéndose en discípulos de los hombres de Maratón.

»Nuestro discurso, pues, debe otorgar la primera distinción a aquellos hombres. La segunda, a los que combatieron en las batallas navales d Salamina y Arte misión9 y resultaron vencedores. Porque de estos hombres también se podrían contar muchas hazañas, qué asaltos sostuvieron por tierra y por mar y cómo los rechazaron. Pero lo que, también de ellos, me parece más glorioso, lo recordaré diciendo que coronaron la obra comenzada por los de Maratón. Porque los de Maratón sólo habían demostrado a los griegos que por tierra era posible rechazar a un gran número de bárbaros con pocos hombres, pero con naves aún era dudoso y los persas tenían fama de ser invencibles en el mar por número, riqueza, habilidad y fuerza. Esto, precisamente, merece ser alabado de los hombres que entonces combatieron por mar: que disiparon el temor que poseía a los griegos y pusieron fin al miedo que les inspiraba la multitud de naves y de hombres. Resultó, pues, que por obra de unos y otros, los que combatieron en Maratón y los que participaron en la batalla naval de Salamina, fueron educados los de más griegos que, gracias a los que combatieron por tierra y por mar, aprendieron y se acostumbraron a no temer a los bárbaros.

»Menciono en tercer lugar, tanto por el número como por el valor, la gesta que, por la salvación de Grecia, tuvo lugar en Platea10, tarea común en esta ocasión a lacedemonios y atenienses11. Todos ellos rechazaron la amenaza más grande y temible, y por su valor ahora nosotros hacemos su elogio y en el futuro nuestros descendientes. Pero después de estos sucesos, muchas ciudades griegas estaban aún al lado de los bárbaros, y se anunciaba que el Rey en persona tenía intención de atacar de nuevo a los griegos. Es, pues, justo que recordemos también a aquellos que culminaron la empresa salvadora de sus predecesores, limpiando el mar y expulsando de él a todos los bárbaros. Fueron éstos los que combatieron con las naves en el Eurimedonte12, los que participaron en la campaña contra Chipre13 y los que hicieron la expedición a Egipto14 y a otros muchos países. Es preciso que les recordemos y les agradezcamos haber logrado que el Rey, atemorizado, pensara en su propia salvación en lugar de maquinar para la ruina de los griegos.

»Nuestra ciudad toda, pues, sostuvo hasta el final esta guerra contra los bárbaros por ella misma y por otros pueblos de idéntica lengua.


  1. Cf. TUCÍDIDES, I 16; HERÓDOTO, I 75-83; 127; 162-200. 

  2. Cf. HERÓDOTO, III 1-13. 

  3. Cf. ibid., III 144; 151-159; IV. 

  4. Cf. ibid., V 99-103. 

  5. En seis días, según HERÓDOTO, VI 101. Cf., también, para esta expedición, Leyes III 698c. 

  6. HERÓDOTO habla de la misma táctica persa referida a otros episodios, en III 149; VI 31. Cf. el escepticismo del mismo Platón respecto a esta estratagema en Leyes III 698d. Véase, también, para esta cuestión, R. WEIL, L’archéologie de Platon, París, 1959, págs. 149-150. 

  7. Cf., sin embargo, HERÓDOTO, VI 100. 

  8. No se menciona el contingente de mil soldados de Platea, que ayudaron a los atenienses. Cf. HERÓDOTO, VI 106-108. Cf. Una distinta versión del episodio en Leyes, III 698d-e. En cuanto a la tardanza de los lacedemonios en llegar a Maratón, el mismo Platón la justifica por los impedimentos de la guerra de Mesenia. Cf. Leyes III 698e. Cf., también, para este episodio, HERÓDOTO, VI 106; 120. 

  9. No se menciona la batalla de las Termópilas. Tampoco a los aliados que tomaron parte en las batallas de Artemisión y Salamina, y cuyo concurso fue decisivo. Cf. HERÓDOTO, VIII 1-2; 44-48; véase, también, Leyes IV 707c-d. Para la presencia de los aliados, cf. LISIAS, Epitafio 34, y también, ibid., 3031, a propósito de Artemisión y de las Termópilas. 

  10. Cf. HERÓDOTO, IX 6-12; 30-32. 

  11. Cf. ibid., 28-29; LISIAS, Epitafio 46-47. 

  12. Cf. TUCÍDIDES, I 100. 

  13. Cf. ibid, I 112. 

  14. Cf. ibid., I 109-110.