Homem

El hombre no constituye un compuesto sustancial único. Se compone de un elemento material y corruptible, que es el cuerpo, y de otro espiritual e inmortal, que es el alma. «Todo ser es doble, es un compuesto de alma y de cuerpo, y es un yo, es decir, un alma separada, pura e incorruptible». «Lo indivisible y lo divisible son siempre cosas distintas. Su mezcla no consiste en formar un solo ser, sino que forman un todo, en el cual cada parte permanece pura y separada de la otra en su operación».

En su Psicología Plotino yuxtapone conceptos platónicos, aristotélicos y estoicos, sin cuidarse demasiado de armonizarlos entre sí. Por una parte, el alma proviene del mundo suprasensible, se une violentamente al cuerpo y tiende a separarse de él (platonismo); por otra, el alma es concebida como forma organizadora del cuerpo (aristotelismo, estoicismo).

Todas las almas proceden del Alma universal y todas son iguales, pero se hallan en distintos estados. Unas permanecen separadas y viven absortas en la contemplación del mundo inteligible. No tienen conciencia, ni memoria, ni deseos, ni dolores. Otras se hallan como flotando entre el cielo y la tierra. Son las de los demonios y los genios, de los cuales unos son buenos y otros malos. Pero otras cayeron en el mundo terrestre por haberse apartado de la contemplación del mundo ideal, y fueron encerradas en cuerpos materiales. De esta unión resultan en ellas la conciencia, los deseos, las pasiones y la memoria. Aunque en otros lugares explica la unión del alma con el cuerpo como si se tratara de una cosa natural dentro del proceso general de la emanación de los seres. Pero todas las almas constituyen una unidad viviente (pasai ai psychai toinun mian).

La esencia del hombre consiste en su alma, que es su principio de unidad, por el cual se asemeja al Uno. «Nosotros somos el alma». El hombre es el alma. Todo lo demás es yuxtapuesto y accidental.

En el hombre hay tres almas, que son tres formas o tres diferencias distintas: la superior, que es la intelectiva (noûs), por la cual el hombre participa de la Inteligencia y puede contemplar el mundo inteligible; la racional (dianoia), que corresponde al alma universal, y con la que puede raciocinar para apartarse del cuerpo y elevarse a la intuición del Alma superior; y la sensitiva (aisthetike), que es la que propiamente se une al cuerpo como forma para realizar las funciones sensitivas y vegetativas.

El alma intelectiva no está unida al cuerpo como forma, ni contenida en él como en un lugar, ni como la parte en el todo (IV 3,20), sino más bien como la luz en el aire, sin mezclarse con el cuerpo ni cambiar a pesar de las mutaciones que éste pueda experimentar (IV 3,22). La prueba de que el alma intelectiva permanece siempre separada de la materia es que razonamos siempre que queremos, pero no entendemos siempre que queremos. «La inteligencia es nuestra, sin ser nuestra, es nuestra cuando nosotros usamos de ella»1.

Pero ni siquiera el alma racional y la sensitiva están completamente unidas al cuerpo a la manera de forma sustancial. Sólo están sumergidas en el cuerpo parcialmente, como el que se encuentra con los pies dentro del agua, pero con el resto del cuerpo fuera. De aquí proviene la diferencia entre las almas. Por esencia todas son iguales. Pero unas están más inmersas que otras en la materia. El máximo grado de inmersión, y, por lo tanto, de degradación, corresponde a las plantas. «No es verdad que ninguna alma, ni tampoco la nuestra, esté completamente inmersa en lo sensible; hay en ella algo que siempre permanece en lo inteligible…, siempre conserva algo de exterior al cuerpo».

Tampoco hay comunicación directa del alma respecto del cuerpo. Del alma se desprende un fluido activo (pneuma) que causa los movimientos del cuerpo y lo utiliza como instrumento para su servicio2.

Pero la unión del alma con el cuerpo es accidental y violenta y, por lo tanto, tiende a separarse de él para retornar a su estado primitivo. «El alma humana se dice que en el cuerpo sufre todos los males, vive miserablemente, rodeada de dolores, de deseos, de temores y otros males. Para el alma el cuerpo es una cárcel y una tumba, y el mundo una caverna y un antro». La vida terrestre no es más que una sombra y una apariencia. En esto consiste el drama de la vida, pues el alma conserva el recuerdo del mundo superior y tiende a libertarse del cuerpo. Pero esto no es posible sino mediante la purificación. (Guillermo Fraile, História da Filosofia)



  1. V 3,3. En I 1,8 afirma claramente la existencia de un doble entendimiento: uno común (koinon) y otro propio (idion). 

  2. Es la teoría estoica, que más tarde reaparecerá en los «espíritus vitales» de Descartes.