Sabedoria e Justiça. Bom e Útil.

– ¿No será –añadí– que la sensatez y la sabiduría son una sola cosa? Ya antes nos había parecido que la justicia y la piedad eran, en cierto modo, lo mismo. ¡Vamos!, Protágoras, no desfallezcamos y examinemos lo que resta. Un hombre que comete injusticias, ¿te parece que es sensato al cometer las injusticias?

– Por mi parte, Sócrates, me avergonzaría admitir esto si bien la mayoría de los hombres lo sostienen.

– Entonces –repuse–, dirijo mi argumentación a ellos o a tí?

– Si lo prefieres –dijo–, discute primero esta opinión de la mayoría.

– Me es indiferente, con tal de que respondas tú solo, tanto si es esa tu opinión como si no. Porque lo que yo examino, ante todo, es la argumentación misma, aunque ello lleve aparejado, ¡qué duda cabe !, el que yo, que pregunto, como el que responde quedemos examinados.

Protágoras nos hizo al principio algunas muecas (pues tachaba de desagradable la cuestión), pero luego consintió en responder.

– Vamos, pues –le dije–, respóndeme desde el principio: ¿Te parece que algunos son sensatos al cometer injusticias?

– Sea –respondió.

– ¿Al ser sensato lo llamas tener buen sentido?

– Sí.

– ¿Y al tener buen sentido, meditar bien en que cometen las injusticias?

– Sea –respondió..

– ¿Y si, al cometer las injusticias, actúan bien o si actúan mal?

– Si actúan bien.

– ¿Afirmas que algunas cosas con buenas?

– Lo afirmo.

– ¿No es cierto –repuse–, que son buenas aquellas cosas que son útiles a los hombres?

– ¡Por Zeus! –replicó–. Yo llamo también buenas a cosas que no les son útiles.

Me pareció que Protágoras comenzaba a irritarse y que el responder le angustiaba y le hacía sufrir. Al verle en esta actitud, me precaví y le pregunté pausadamente:

Protágoras –le dije–, ¿te refieres a las que no son útiles a ninguno de los hombres o a las que no son útiles en absoluto? ¿A éstas últimas las llamas buenas?

– De ninguna manera; pero conozco muchas cosas perjudiciales para los hombres, por 1o que respecta a alimentos, bebidas, fármacos y otras mil cosas; y conozco también otras, que les son útiles: otras, que son indiferentes para los hombres, pero no para los caballos; otras, que son útiles sólo para los bueyes o sólo para los perros; otras, que no lo son para ninguno de éstos, pero sí para los arboles. Y por lo que respecta a las del árbol, unas, que son buenas para las raíces, pero dañinas para los brotes; por ejemplo, el estiércol: es bueno echarlo a las raíces de todas las plantas, pero si se te ocurre echarlo sobre los vástagos y las ramas tiernas, lo mata todo. Así también, el aceite es completamente nocivo para todas las plantas y muy perjudicial para el pelo de todos los animales excepto el del hombre; para el del hombre, así como para el resto de su cuerpo, sirve de protector. Por consiguiente, qué sea lo bueno resulta tan diverso y multiforme que incluso esto mismo, el aceite, es bueno para el hombre, aplicado a las partes externas de su cuerpo, pero muy malo, aplicado a las internas. Y por eso, todos los médicos prohiben a los enfermos el uso del aceite, salvo muy pequeñas dosis en aquellos alimentos que van a ingerir, lo imprescindible para eliminar la repugnancia que provocan en nuestros órganos olfativos ciertas viandas o carnes.