Sócrates. En segundo lugar, que una cosa a la que no se añade ni se quita nada, no puede aumentar ni disminuir, y subsiste siempre igual.
Teetetes. Es incontestable.
Sócrates. ¿No diremos, en tercer lugar, que lo que no existía antes y existe después, no puede existir si no pasa por la vía de la generación?
Teetetes. Así lo pienso.
Sócrates. Estas tres proposiciones se combaten, a mi entender, en nuestra alma, cuando hablamos de las tabas, o cuando decimos que en la edad que yo tengo, no habiendo experimentado aumento ni disminución, soy, en el espacio de un año, primero, más grande, y, después, más pequeño que tú, que eres joven, no porque mi masa haya disminuido, sino porque la tuya ha aumentado. Porque yo soy después lo que no era antes, sin haberme hecho tal, puesto que me es imposible devenir sin haber antes devenido, y puesto que, no habiendo perdido nada de mi masa, no he podido hacerme más pequeño. Una vez sentado esto, no podemos dispensarnos de admitir una infinidad de cosas semejantes. Teetetes, ¿qué piensas de esto? Me parece que no son nuevas, para ti, estas materias.
Teetetes. ¡Por todos los dioses! Sócrates, estoy absolutamente sorprendido con todo esto, y algunas veces, cuando echo una mirada adelante, mi vista se turba enteramente.
Sócrates. Mi querido amigo, me parece que Teodoro no ha formado un juicio falso sobre el carácter de tu espíritu. La turbación es un sentimiento propio del filósofo, y el primero que ha dicho que Iris era hija de Taumas, no explico mal la genealogía. ¿Comprendes, sin embargo, por qué las cosas son tal como acabo de decir, como consecuencia del sistema de Protágoras, o aún no lo comprendes?
Teetetes. Me parece que no.
Sócrates. Me quedarás obligado, si penetro contigo en el sentido verdadero, pero oculto, de la opinión de este hombre, o más bien de estos hombres celebres.
Teetetes. ¿Cómo no he de quedar agradecido y hasta infinitamente agradecido?
Sócrates. Mira alrededor por si algún profano nos escucha. Entiendo por profanos los que no creen que exista otra cosa que lo que pueden coger a manos llenas, y que no colocan en el rango de los seres las operaciones del alma, ni las generaciones, ni lo que es invisible.
Teetetes. Me hablas, Sócrates, de una casta de hombres duros e intratables.