Acabas de oír un resumen, Sócrates, de lo que relató el anciano Critias según el cuento de Solón. Cuando ayer hablabas de la república y de sus hombres, me asombré al recordar lo que acabo de contar, pensando que por algún azar no muy desacertado compartías milagrosamente mucho de lo que Solón decía. Pero, sin embargo, no quise hablar en vano, pues no lo recordaba muy bien por el tiempo que había transcurrido. Decidí, entonces, que primero debía decirme a mí mismo todo de esta manera y repetirlo suficientemente. Por eso, acordé de inmediato contigo el orden que dispusimos ayer, porque pensé que nosotros íbamos a estar bien provistos en lo que es la dificultad más grande en tales casos: hacer un discurso adecuado a lo que se pretende. Así, ayer, como dijo éste, ni bien salí de aquí, les referí a mis compañeros lo que en ese momento me venía a la memoria y cuando llegué a casa, recordé casi todo después de pensar en ello la noche entera. Sin duda, tal como se suele decir, lo que se aprende de niño se fija de manera admirable en el recuerdo. Pues no sé, si quizás podría recordar todo lo que escuché ayer, pero me maravillaría sobremanera que se me hubiera escapado algo de esto que oí hace tanto tiempo. Entonces, lo hice con mucho placer y como juego, y el anciano me lo contó de buen grado, cuando vio que yo lo interrogaba con interés, y, de esta manera me quedó grabado como una pintura a fuego de una escritura indeleble. A Timeo y Hermócrates les estuve relatando la historia desde por la mañana temprano para que pudieran participar conmigo en la conversación. Estoy preparado, entonces, para decirte, Sócrates, aquello por lo que se dijo todo esto, no sólo de manera resumida, sino tal como escuché cada particular. Ahora trasladaremos a la realidad a los ciudadanos y la ciudad que tú ayer nos describiste en la fábula, los pondremos aquí como si aquella ciudad fuera ésta y diremos que los ciudadanos que tú concebiste eran nuestros antepasados reales que dijo el sacerdote. Armonizarán completamente y no desentonaremos cuando digamos que eran los que vivían en aquel entonces. Cada uno tomará una parte a su cargo e intentaremos devolverte, en la medida de lo posible, lo adecuado a lo que ordenaste. Debemos considerar, Sócrates, si esta historia nos es apropiada o si hemos de buscar alguna otra en su lugar.
SÓCRATES. — ¿Qué otra podríamos preferir a ésta, Critias, que por su parentesco se ajusta de manera excelente a la presente festividad de la diosa? El que no sea una fábula ficticia, sino una historia verdadera es algo muy importante, creo. Pues ¿cómo y de dónde podríamos descubrir otros ciudadanos, si abandonamos a éstos? Imposible. Vosotros debéis hablar acompañados de buena fortuna y yo ahora tengo que escuchar en silencio la parte que me corresponde por lo que relaté ayer.
CRITIAS. — Observa, pues, Sócrates, cómo hemos organizado la disposición de los obsequios. Decidimos que Timeo, puesto que es el que más astronomía conoce de nosotros y el que más se ha ocupado en conocer la naturaleza del universo, hable en primer lugar, comenzando con la creación del mundo y terminando con la naturaleza de los hombres. Después de eso, yo, como si tomara de éste los hombres nacidos en el relato y de ti algunos con la mejor educación, los pondré ante nosotros como frente a jueces, según la historia y la ley de Solón, y los haré ciudadanos de esta ciudad, como si fueran aquellos atenienses de los que los textos sagrados afirman que desaparecieron, y, en adelante, contaré la historia como si ya fueran ciudadanos atenienses.
SÓCRATES. — Creo que con el banquete de discursos recibiré una recompensa perfecta y brillante. Timeo, te toca hablar a continuación, así parece, no sin antes invocar a los dioses, según la costumbre.