TIM 44d-47e: Explicação da estrutura do corpo

Para imitar la figura del universo circular, ataron las dos revoluciones divinas a un cuerpo esférico, al que en la actualidad llamamos cabeza, el más divino y el que gobierna todo lo que hay en nosotros. Los dioses reunieron todas las partes del cuerpo y se las entregaron para que se sirviera de él porque habían decidido que debía poseer todos los movimientos que iba a haber. Se lo dieron como ágil vehículo para que, al rodar sobre tierra que tuviera variadas elevaciones y depresiones, no careciera de medios para superar las unas y salir de las otras. Por eso, el cuerpo recibió una extensión y, cuando dios concibió su modo de traslación, le nacieron cuatro miembros extensibles y flexibles con cuya ayuda y sostén llegó a ser capaz de marchar por todas partes con la morada de lo más divino y sagrado encima de nosotros. Así, y por estas razones, les nacieron a todos piernas y manos. Los dioses concedieron el peso principal de la traslación a la parte anterior del cuerpo, porque la consideraban más valiosa y más digna de ejercer el mando que la posterior. Ciertamente, era necesario que la parte delantera del cuerpo humano se diferenciara y distinguiera de la trasera. Por ello, primero pusieron la cara en el recipiente de la cabeza, le ataron los instrumentos necesarios para la previsión del alma y dispusieron que lo anterior por naturaleza poseyera el mando. Los primeros instrumentos que construyeron fueron los ojos portadores de luz y los ataron al rostro por lo siguiente. Idearon un cuerpo de aquel fuego que sin quemar produce la suave luz, propia de cada día. En efecto, hicieron que nuestro fuego interior, hermano de ese fuego, fluyera puro a través de los ojos, para lo cual comprimieron todo el órgano y especialmente su centro hasta hacerlo liso y compacto para impedir el paso del más espeso y filtrar sólo al puro. Cuando la luz diurna rodea el flujo visual, entonces, lo semejante cae sobre lo semejante, se combina con él y, en línea recta a los ojos, surge un único cuerpo afín, donde quiera que el rayo proveniente del interior coincida con uno de los externos. Como causa de la similitud el conjunto tiene cualidades semejantes 49, siempre que entra en contacto con un objeto o un objeto con él, transmite sus movimientos a través de todo el cuerpo hasta el alma y produce esa percepción que denominamos visión. Cuando al llegar la noche el fuego que le es afín se marcha, el de la visión se interrumpe; pues al salir hacia lo desemejante muta y se apaga por no ser ya afín al aire próximo que carece de fuego. Entonces, deja de ver y se vuelve portador del sueño, pues los dioses idearon una protección de la visión, los párpados. Cuando se cierran, se bloquea la potencia del fuego interior que disminuye y suaviza los movimientos interiores y cuando éstos se han suavizado, nace la calma, y cuando la calma es mucha, el que duerme tiene pocos sueños. Pero cuando quedan algunos movimientos de mayor envergadura, según sea su cualidad y los lugares en los que quedan, así es el tipo y la cantidad de las copias interiores que producen y que, al despertar, recordamos como imágenes exteriores. No es nada difícil comprender la formación de imágenes en los espejos y en todo lo que es reflectante y liso. En efecto, fenómenos semejantes tienen lugar necesariamente por la combinación de los dos fuegos, el interior y el exterior, porque el fuego del rostro (que se refleja) se funde con el fuego de la vista en la superficie lisa y brillante una vez que en ésta se ha originado un fuego que sufre múltiples distorsiones. Lo que se encuentra a la izquierda aparece a la derecha porque, contra lo que es usual en el choque de los rayos, las partes entran en contacto con las partes opuestas de la visión. Contrariamente, lo que está a la derecha aparece a la derecha y lo que se encuentra a la izquierda, a la izquierda, cuando la luz cambia de posición al unirse con el otro rayo, esto es, cuando la superficie pulida de los espejos está curvada hacia arriba en ambos lados y desplaza la parte derecha hacia la izquierda de la visión y la otra parte, hacia la derecha. Si se retuerce el espejo longitudinalmente a la cara, todo aparece cabeza abajo, desplazando la parte inferior del brillo hacia arriba y la superior hacia abajo.