Cuando ya estaban todas las partes y miembros propios de un ser viviente mortal, y tenía que pasar necesariamente su vida entre fuego y aire, y, como era disuelto y vaciado por ellos y se desgastaba, los dioses concibieron una ayuda para él.
Mezclaron una naturaleza relacionada con la humana con otras figuras y sensaciones, de modo que hubiera un ser viviente diferente, y la plantaron. Los árboles, plantas y simientes domésticas actuales, cultivadas por la agricultura, fueron domesticadas para nosotros, pero antes existían sólo los géneros salvajes, que son más antiguos que los domésticos. En verdad, todo lo que eventualmente participa de la vida debería ser llamado con justicia y con la mayor corrección ser viviente. Lo que ahora mencionamos posee al menos la tercera especie de alma, de la que el discurso afirma que se asienta entre el diafragma y el ombligo y no participa en nada de la opinión ni del razonamiento ni de la inteligencia, sino de la percepción placentera o dolorosa acompañada de los apetitos, pues todo lo realiza por medio de la pasión y, cuando percibe algo de sí misma, su origen, por naturaleza, no le permite razonar [como razona el alma racional que] gira sobre sí misma, rechaza el movimiento proveniente del exterior y utiliza el propio. Por ello, aunque vive y no difiere de un animal, enraizado en un lugar, está fijo, porque ha sido despojado del movimiento propio.
Una vez que nuestros superiores hubieron plantado para nosotros, sus inferiores, todas estas especies para nuestra alimentación, abrieron canales en nuestro cuerpo, como en un jardín, para que fuera irrigado como desde una fuente. En primer lugar, cortaron dos venas dorsales como canales ocultos bajo la unión de la piel y la carne, dado que el cuerpo es gemelo a la derecha y a la izquierda. Las colocaron junto a la columna vertebral, con la médula generadora entre ellas, para que ésta alcanzara el mayor vigor posible y el flujo originado desde allí, al ser descendente, fuera abundante y proporcionara una irrigación equilibrada al resto del cuerpo. Después dividieron en dos las venas que circulan alrededor de la cabeza, las entrelazaron entre sí y las hicieron fluir en dirección contraria, para lo cual inclinaron algunas de la derecha hacia la izquierda del cuerpo y otras de la izquierda hacia la derecha para que hubiera otro vínculo entre la cabeza y el cuerpo junto con la piel, ya que ésta no estaba ceñida alrededor de la coronilla por tendones, y, además, para que desde cada una de las partes se hiciera evidente a todo el cuerpo el proceso de percepción. Desde allí prepararon la irrigación de una manera que observaremos fácilmente si acordamos de antemano lo siguiente, que todo lo que está compuesto por elementos menores es impenetrable a los mayores, pero lo que está compuesto de mayores no puede detener a los menores, y que el fuego es el elemento que tiene las partículas más pequeñas, por lo que atraviesa agua, aire, tierra y todo lo que está hecho de estos elementos, pero ninguno de ellos puede impedirle el paso. Lo mismo hay que suponer de la cavidad de nuestro tronco, que obstruye el paso de las comidas y bebidas cuando caen en ella, pero no puede detener el aire ni el fuego, dado que están compuestos de partículas menores que las que tiene su estructura. Dios utilizó estos dos elementos para el sistema de irrigación que va de la cavidad del tronco hacia las venas, un tejido de aire y fuego como las nasas que sirven para atrapar peces, con ingresos dobles en la entrada, de los que, a su vez, uno tiene una bifurcación. Desde los pasajes de entrada extendió como aderras alrededor de todo el órgano, hasta el extremo del tejido. Hizo todo el interior del tejido de fuego y la entrada y la cavidad de aire. Después lo tomó y se lo colocó al ser viviente que había modelado de la siguiente manera: puso la doble entrada en la boca e hizo bajar una parte por los tubos bronquiales hacia el pulmón, y la otra a lo largo de ellos a la cavidad del tronco. Dividió después el otro acceso en dos e hizo terminar cada parte conjuntamente en los conductos de la nariz, de modo que cuando no funciona el de la boca, desde esta entrada se pueden llenar todos sus flujos. Hizo crecer el resto de la cavidad de la nasa alrededor de toda la concavidad de nuestro cuerpo y que, unas veces, todo confluya suavemente hacia los accesos, puesto que es de aire, y, otras, que las entradas refluyan y que el tejido, como el cuerpo es poroso, se hunda hacia adentro a través de él y nuevamente salga. Los rayos de fuego interior, atados, siguen en ambas direcciones el aire que entra y esto no deja de suceder mientras el animal está con vida. Decimos que el que da los nombres llamó a este proceso inspiración y espiración. Este fenómeno le sucede a nuestro cuerpo cuando se humedece y enfría para alimentarse y vivir. Cuando en el interior el fuego toma contacto con el aire que entra y sale y lo sigue, se eleva continuamente para introducirse a través de la cavidad, donde recibe los alimentos y bebidas que disuelve y divide en pequeñas partículas, conduciéndolas a través de las salidas por las que había entrado, y, como desde una fuente en los canales, las vierte en las venas, y hace fluir los humores de las venas a través del cuerpo como a través de un acueducto.
Veamos otra vez el proceso de respiración, por medio de qué causas llega a ser tal como es ahora. Se produce de esta manera, entonces, puesto que no hay un vacío en el que pueda ingresar un cuerpo en movimiento y el aire se mueve de nosotros hacia el exterior, lo que se sigue de esto es ya evidente para cualquiera: que no sale al vacío, sino que empuja la sustancia vecina fuera de su región. Lo empujado siempre desplaza, a su vez, a lo que le es vecino y, según esta necesidad, todo es arrastrado concatenadamente hacia el lugar de donde partió el aire, entra allí, lo llena y sigue al aire. Todo esto sucede simultáneamente como el rodar de una rueda porque el vacío no existe. Por ello, el pecho y el pulmón, cuando exhalan el aire, se llenan nuevamente del que se encuentra alrededor del cuerpo, que es hundido y arrastrado a través de la carne porosa. Además, cuando el aire se vuelve y sale del cuerpo, empuja el hálito hacia dentro por el camino de la boca y la doble vía de las fosas nasales. Hay que suponer la siguiente causa de su origen. Todo animal tiene sus partes internas muy calientes alrededor de su sangre y sus venas, como si poseyera en sí una fuente de fuego. Ciertamente, lo que habíamos asemejado al tejido de la masa, está totalmente entretejido con fuego en su centro, y el resto, la parte exterior, con aire. Debemos acordar que el calor sale naturalmente a su región propia en el exterior, pero como hay dos salidas, una por el cuerpo y otra por la boca y la nariz, cuando el fuego avanza hacia una de ellas, empuja a lo que está alrededor de la otra y lo empujado cae en el fuego y se calienta, mientras que lo que sale se enfría. Si la temperatura cambia y el aire que se encuentra en una salida se calienta más, se apresura a retornar a aquel lugar de donde partió y, al moverse hacia su naturaleza propia, empuja al que se desplaza por la otra salida. En la medida en que sufre siempre los mismos procesos y desencadena a su vez los mismos fenómenos, gira así en un círculo aquí y allí y posibilita, producto de ambas causas, que se produzcan la inspiración y la espiración.
Además, debemos investigar de esta manera las causas o de los efectos de las ventosas medicinales, de la deglución y de los proyectiles, que una vez lanzados van por el aire o se mueven sobre la tierra, y de todos los sonidos, rápidos y lentos, que parecen agudos y graves, unas veces desafinados por la disimilitud del movimiento que producen en nosotros y otras acordes, por la semejanza. En efecto, los movimientos más lentos alcanzan a los primeros y más rápidos cuando se están apagando y se asemejan ya a aquellos movimientos con los que los mueven los sonidos emitidos posteriormente y, cuando los alcanzan, no los desordenan con la intercalación de otro movimiento, sino que unen el comienzo de una revolución más lenta y acorde con la más rápida que se está apagando y conforman una sensación mezcla de agudo y grave, con la que proporcionan placer a los brutos y felicidad a los inteligentes, porque en las revoluciones mortales se produce una imitación de la armonía divina. Y, además, todas las corrientes de agua y también las caídas de rayos y la sorprendente atracción de los ámbares y de las piedras herácleas: ninguno de estos fenómenos posee una fuerza tal, sino que al que investiga adecuadamente se le hará evidente que el vacío no existe, que todas estas cosas se empujan cíclicamente entre sí y que, por separación o reunión, todos los elementos se trasladan a su región propia, cambiando de sitio, así como que los fenómenos maravillosos son producto de la combinación de estos procesos entre sí.
En especial, la respiración, de donde partió nuestra exposición, surgió así por estas causas, como fue dicho anteriormente, porque el fuego corta los alimentos y, al oscilar dentro, sigue al aire y desde la cavidad llena las venas en su oscilación, porque vierte desde ellas las sustancias que ha cortado. Esta es la causa, por cierto, de que las corrientes de la alimentación fluyan así en todo el cuerpo de los animales. Las partículas que acaban de ser separadas de las sustancias alimenticias, unas de frutos, otras de hierba, que dios plantó para alimento, son de variados colores a causa de la mezcla entre sí. El calor rojo producido por la impresión del corte del fuego en la humedad es el más común en ellas. Por eso, el color de lo que fluye en el cuerpo tiene el aspecto que describimos, lo que llamamos sangre, alimento de la carne y de todo el cuerpo, a partir de la cual las partes irrigadas llenan la base de lo que se vacía. La forma de llenado y vaciado es como la revolución de todo lo que existe en el universo, que mueve todo lo afín hacia sí mismo. Lo que nos circunda disuelve y distribuye continuamente las sustancias que despide nuestro cuerpo, para enviar las de un mismo tipo hacia su propia especie. Los corpúsculos sanguíneos, por su parte, cortados en nuestro interior y rodeados como por un cosmos por la estructura del ser viviente, están obligados a imitar la revolución del universo. Por tanto, transportada hacia el elemento afín, cada una de las partículas interiores vuelve a llenar lo que se había vaciado en ese momento. Cuando sale más de lo que entra, el conjunto fenece, cuando sale menos, crece. La estructura de un animal joven posee triángulos elementales todavía nuevos de pies a cabeza que están estrechamente unidos unos con otros, pero su masa es tierna, ya que acaba de ser generada desde la médula y alimentada con leche. Con sus nuevos triángulos, domina y corta en su interior los de comida y bebida provenientes del exterior, más viejos y más débiles que los suyos y, al alimentar de muchos corpúsculos semejantes a la joven criatura, la hace crecer. Cuando la raíz de los triángulos se afloja, porque han combatido intensamente durante mucho tiempo contra muchos adversarios, ya no pueden cortar, haciéndolos semejantes a ellos a los que ingresan por la alimentación, sino que ellos mismos son divididos con facilidad por los que entran del exterior. Entonces, todo el animal se consume vencido en este proceso y el fenómeno recibe el nombre de vejez. Finalmente, cuando los vínculos unidos a los triángulos de la médula ya no soportan el esfuerzo y se separan, desatan a su vez los vínculos del alma e y ésta, liberada naturalmente, parte con placer en vuelo, pues todo lo que sucede contra la naturaleza es doloroso, pero lo que se da como es natural produce placer. Así, la muerte que se produce por enfermedad o heridas es dolorosa y violenta, pero la que llega al fin de manera natural con la edad es la menos penosa de las muertes y sucede más con placer que con dolor.