Tratado 11 (V, 2) — SOBRE EL ORIGEN Y EL ORDEN DE LAS REALIDADES QUE SIGUEN AL PRIMERO

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El Uno es todas las cosas y no es a la vez, ninguna de ellas. Porque es principio de todas las cosas, no es realmente todas las cosas. Y es, sin embargo, todas las cosas porque todas ellas retornan hacia El; y si no están todavía en El, seguro que llegarán a estarlo. Pero ¿cómo vienen todas las cosas del Uno, que es algo simple y que no muestra a través de sí mismo ninguna diversidad o duplicidad? Sin duda, porque ninguna cosa se da en El, sino que todas provienen de El; pues para que el ser sea, el Uno no puede ser él mismo el ser sino que será el generador del ser. El ser es, por tanto, lo primero que nace de El. El Uno es también perfecto porque nada busca ni nada posee ni de nada tiene necesidad. Siendo perfecto es igualmente sobreabundante, y su misma sobreabundancia le hace producir algo diferente de El. Lo que El produce retorna necesariamente hacia El, y, saciado de El y de su contemplación se convierte entonces en Inteligencia. Su propia estabilidad con respecto al Uno hace que lo vuelva ser, y su mirada dirigida al Uno hace que lo convierta en Inteligencia. Esto es, como se detiene para contemplar el Uno, se vuelve a la vez Inteligencia y ser.

Pero la Inteligencia, semejante como es al Uno, produce lo mismo que El esparciendo su múltiple poder. Lo que produce es una imagen de sí misma, al desbordarse de sí igual que lo ha hecho el Uno, que es anterior a ella. Este acto que procede del ser es lo que llamamos el Alma, en cuya generación la Inteligencia permanece inmóvil, lo mismo que ha permanecido el Uno, que es anterior a la Inteligencia, al producir la Inteligencia. Pero el Alma, en cambio, no permanece inmóvil en su acto de producción, sino que se mueve verdaderamente para engendrar una imagen de ella. Al volverse hacia el ser del que proviene se sacia de él, y al avanzar con un movimiento diferente y contrario, engendra esa imagen de sí misma que es la sensación, no sólo en la naturaleza sino también en las plantas. Y, sin embargo, nada aparece separado o cortado con respecto a lo anterior. Por lo cual, el alma semeja adelantarse hasta las plantas, y lo hace en un cierto sentido puesto que le pertenece el principio vegetativo que se da en ellas. Pero no se entrega por entero a las plantas, sino que al descender a éstas lo que hace es producir otra existencia por su avance y buena disposición hacia el mundo que le es inferior; ahora bien, por su parte superior, que sigue dependiendo de la Inteligencia, le es permitido permanecer inmóvil en sí misma.

He aquí, pues, que la marcha hacia delante, se realiza del primero al último término, pero permaneciendo siempre cada cosa en el lugar que le corresponde. El objeto engendrado ocupa ciertamente un lugar inferior al de su generador, si bien mantiene su identidad con el ser al que sigue, en tanto subsiste su ligazón con él. Así, cuando el alma se introduce en la planta, es una parte de ella la que permanece en la planta; se trata, sin duda, de su parte más audaz y más imprudente, dado que es ésta precisamente la que ha avanzado hasta aquí. Pero cuando se ha introducido en un ser irracional, es el predominio de su poder sensitivo el que la ha conducido hasta él. Y, en fin, cuando ha penetrado en el hombre, su actividad se circunscribe al razonamiento o procede realmente de la inteligencia, porque el alma dispone de una inteligencia que le es propia y tiene por sí misma la voluntad de comprender y de moverse.

Mas vengamos de nuevo a la cuestión: cuando procedemos cortar los retoños o las ramas de los árboles, ¿a dónde marcha la parte de alma que hay en ellos? Al lugar de donde proviene, porque no estaba en modo alguno separada de él, sino que formaba una misma cosa con su principio. Pero, ¿y si cortamos o quemamos la raíz? ¿A dónde se dirige la parte de alma que hay en ella? Ciertamente, se encuentra en un alma que no había pasado a otro lugar; pero, incluso, aunque esa parte no estuviese en el mismo lugar sino que se hubiese desplazado a otro, se encontraría en el alma con sólo ascender a ella. Y si esto no hiciese, se convertiría en el poder de otra planta, ya que no le es posible contraerse en sí misma. Si, pues, le es dado ascender, la encontraremos necesariamente en el poder superior del alma. Pero, ¿dónde situar este poder? En algo que todavía le antecede y que es colindante con la Inteligencia aunque no de una manera local, porque nada de lo que aquí decimos tiene propiamente relación con el lugar. Y sí lo afirmamos con mayor motivo de la Inteligencia, también, consiguientemente, deberemos afirmarlo del alma. Diremos, pues, del alma que no se encuentra en ninguna parte, sino en un ser que, por no encontrarse en ninguna parte, se encuentra, precisamente, en todas. Y si el alma se detiene a medio camino cuando asciende a la región superior y antes de haber llegado a ella, podrá afirmarse que lleva una vida intermedia y que se detiene en esa parte de ella que es intermedia.

Está claro, por tanto, que todas las cosas son y no son el Primero. Lo son, en verdad, porque provienen de El, y no lo son porque éste subsiste en sí mismo y lo que hace es darles la existencia. Todas las cosas son como una larga vida que se extiende en línea recta. En esta línea todos los puntos son diferentes, pero la línea misma no deja por ello de ser continua. Y la diferencia que mantiene cada punto entre sí no implica la consunción del anterior en el siguiente. Pero, ¿no engendra realmente nada esa parte del alma que ha venido a las plantas? Engendra la planta en la que se encuentra. Extremo este que convendrá investigar, pero partiendo de otro principio.