Plotino – Tratado 43,11 (VI, 2, 11) — Eliminar outros gêneros: o uno-ser

Igal

11 Pero hay que examinar cómo está el uno en el Ser, cómo es la supuesta división y cómo es, en general, la de los géneros y si es la misma en uno y otro caso. Pues bien, en primer lugar, ¿en qué sentido se dice que es una y en qué sentido es una cada cosa, cualquiera que sea? En segundo lugar, ¿decimos que la unidad se da en el Uno-Ser del mismo modo que en el Uno en sí?

Pues bien, la unidad que hay en todas las cosas no es la misma. Porque ni se da del mismo modo en los sensibles que en los inteligibles —pero tampoco el ser— ni se da del mismo modo en los sensibles comparados entre sí. Porque no es la misma en un coro y en un ejército que en una nave y en una casa, ni en éstas que en una cosa continua. Sin embargo, todas las cosas imitan al mismo Uno, pero sucede que unas lo imitan de lejos y otras en mayor grado, y donde la unidad es ya más verdadera es en la Inteligencia; porque el alma es una, mas la Inteligencia es más una todavía, como lo es también el Ser.

—Según eso, en cada cosa, al enunciar su ser, ¿enunciamos su unidad, y según sea su ser así será su unidad?

—Esto sucede accidentalmente. No es verdad, sin embargo, que cada cosa sea una en la medida en que es ser, sino que es posible que, no siendo menos ser, sea menos una. Un ejército o un coro no es menos ser que una casa, y sin embargo, es menos uno. Parece, pues, que la unidad que hay en cada cosa mira más al bien y que, en la medida en que tiene parte en el bien, en esa misma medida tiene parte en la unidad. Y en esto estriba el mayor o menor grado de unidad. Porque cada cosa aspira no a ser simplemente, sino a ser poseyendo el bien. Y por eso aun las cosas que no son unas se afanan, como pueden, por hacerse unas: las cosas naturales, juntándose en un mismo ser en virtud de su misma naturaleza, deseando aunarse. No se afanan cada una por separarse unas de otras, sino por unirse unas con otras y consigo mismas. Y todas las almas aspiran también a aunarse siguiendo su propia esencia. Y así, tienen al Uno a ambos lados: es su principio y su fin, puesto que el alma parte del Uno y aspira al Uno. Lo mismo pasa con el Bien, porque ninguna cosa vino a existir entre los seres ni, venida a la existencia, se daría por satisfecha sin aspirar al Bien. Esto por lo que toca a los seres naturales. Por lo que toca a los artificiales, cada arte dirige ella misma sus productos respectivos al Bien en cuanto puede y como aquéllos pueden.

Pero es el Ser el que mejor de todos consigue el Bien. Ya que está más cerca de él. De ahí que a las demás cosas nos contentemos con darles el nombre que les damos, por ejemplo «hombre». Porque aunque a veces digamos «un hombre», es por oposición a dos. Y si le damos el nombre de «uno» en algún otro sentido, se lo damos por añadidura, comenzando por el hombre mismo. Pero si se trata del Ser, le damos el nombre compuesto de «Uno-Ser» y lo honramos como «uno», tratando de indicar su íntimo consorcio con el Bien. Así, pues, aun en el Ser, el Uno es principio y fin, pero no como en las demás cosas, sino de otro modo, de suerte que la anterioridad y la posteridad se da aun en la unidad.

—¿En qué consiste, pues, el uno inherente al Ser? ¿No está del mismo modo en todas sus partes? ¿No es discernido como una nota común?

—En primer lugar, también en las líneas el punto es común a todas, y sin embargo no es género; asimismo, en los números, el uno es tal vez común a todos, y sin embargo no es género. Porque tampoco es el mismo el Uno en sí que el uno inherente al número uno, al dos y a los demás números. En segundo lugar, nada obsta para que, también en el Ser, unos Seres sean primarios y otros posteriores, unos simples y otros compuestos. Y aun cuando el uno fuera el mismo en todas las partes del Ser, la falta de diferencias haría que no generara especies. Pero si no genera especies, tampoco puede ser género.

Y basta sobre este punto.

Bouillet

Guthrie

MacKenna

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