Unidade da Virtude

Y ahora, pues, deseo, por una parte, recordar desde el principio tu postura sobre aquello que primeramente preguntaba acerca de estas cuestiones y, por otra parte, reexaminarlas conjuntamente. La cuestión era, según creo, ésta: La sabiduría, la sensatez, el valor, la justicia y la piedad, ¿son cinco nombres de una sola realidad o bien cada uno de éstos se apoya en una esencia propia y en una realidad con facultad particular, de modo que ninguna de ellas es como otra?

Decías entonces que no eran nombres de una sola realidad, sino que cada uno de estos nombres se aplicaba a una realidad particular y que todas éstas eran partes de la virtud, no a la manera en que lo son las partes del oro: semejantes entre sí y cada una respecto del todo del que son partes, sino como lo son las partes del rostro: diferentes entre sí y cada una respecto del todo del que son partes, poseyendo cada una facultad propia. Dime, pues, si tu opción al respecto es aún la misma que la de entonces; y si es otra, acláramela, para no tener que imputarte nada de lo que ahora te desdigas; pues no me extrañaría que hubieses dicho entonces aquello para ponerme a prueba.

– Pues te repito, Sócrates –dijo–, que todas ellas son partes de la virtud y que, si bien cuatro de ellas guardan bastante proximidad entre sí, el valor, en cambio, es bastante diferente de las restantes. Te darás cuenta de que digo la verdad por lo siguiente: Encontrarás muchos hombres que son muy injustos, muy impíos, muy intemperantes y muy ignorantes, pero, por otra parte, muy valientes, con diferencia.

– Espera –dije–, porque merece la pena examinar lo que dices. ¿A los valientes les llamas audaces o bien alguna otra cosa?

– Y también arriesgados, ya que van a donde la mayoría tiene miedo a ir.

– Veamos, pues, ¿afirmas que la virtud es algo bello y que tú te tienes por maestro de ella precisamente en cuanto es bella?

Muy bella, efectivamente, a menos que yo haya perdido el juicio.

– Y ésta ¿es en parte fea y en parte bella o toda bella?

– Toda bella, al máximum.

– ¿Sabes quiénes se sumergen audazmente en los pozos?

– Sí; los buzos.

– ¿Porque saben o por alguna otra razón?

– Porque saben.

– ¿Y quiénes son audaces en la lucha a caballo? ¿Los jinetes o los que no saben montar a caballo?

– Los jinetes.

– Y en el caso de la lucha con escudo, ¿quiénes?, ¿los que son soldados de escudo o los que no lo son?

– Los que son soldados de escudo. Y así en todo lo demás, si es eso lo que buscas: los entendidos son más audaces que los no entendidos, y aquéllos, a su vez, cuando han aprendido, más que antes de aprender.

– ¿Y no has visto a algunos que, sin entender de nada de esto, son, no obstante, audaces en cada una de las circunstancias anteriores?

– ¡Pero que muy audaces!

– Quienes así son audaces, ¿acaso no son también valientes?

– El valor, en ese caso, sería una cosa fea, porque los tales no están en su sano juicio.

– Entonces –repliqué–, ¿cómo llamas a los valientes?; ¿no dijiste que eran los audaces?

– Y lo mantengo.

– ¿No es cierto –repuse– que quienes son audaces de ésta última manera te parecen, no valientes, sino locos, y por otra parte, que los más sabios son los más audaces y, al ser los más audaces, los más valientes y, según este razonamiento, la sabiduría sería valor?

– Sócrates, no reproduces bien lo que yo he dicho al responderte. Al ser preguntado por tí si los valientes son audaces, asentí, pero sobre si los audaces son valientes no fui preguntado. Si me lo hubieras preguntado, te habría dicho que no todos. En cuanto a mi asenso, no has demostrado que los valientes no son audaces y que, por lo tanto, asentí incorrectamente. Luego, estableces que, de éstos, los entendidos son más audaces que los no entendidos, y de aquí deduces que el valor y la sabiduría son lo mismo. Siguiendo por este camino, podrías también deducir que la fuerza es sabiduría. Pues si volvieses de nuevo a preguntarme si los fuertes son potentes, respondería que sí. Y después, si los diestros en la lucha son más potentes que los no diestros y si aquéllos, cuando han aprendido, más que antes de aprender; y también respondería afirmativamente. El haber asentido yo a esto te permitiría, valiéndote de estos mismos argumentos, afirmar que, según mi asenso, la sabiduría es fuerza. Pero tampoco en este caso admito yo que los potentes son fuertes, pese a que los fuertes son potentes, pues potencia y fuerza no son la misma cosa, sino que la potencia es lo que procede del saber y también de la locura y de la pasión; la fuerza, en cambio, lo que procede de la naturaleza y de la buena alimentación del cuerpo. Así, también, en el caso anterior, audacia y valor no son la misma cosa: Sucede que los valientes son audaces, pero no, que los audaces son todos valientes. En el hombre, la audacia, como la potencia, procede del arte así como de la pasión y de la locura. El valor, en cambio, procede de la naturaleza y de la buena alimentación del espíritu.

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