Venus

Chevalier e Gheerbrant: Excertos do Dicionário dos Símbolos

Conocida es la gran importancia de Venus y del ciclo venusiano en las antiguas civilizaciones centroamericanas, y especialmente entre los mayas y los aztecas, tanto para el establecimiento del calendario como para su cosmogonía, estando el uno y la otra íntimamente ligados, por otra parte. Entre los aztecas los años venusianos se contaban por grupos de cinco, que correspondían a ocho años solares. Venus representaba a Quetzalcoatl, resucitado en el este tras su muerte en el oeste. El dios de la serpiente emplumada se representaba en esta reencarnación como un arquero, temido como portador de enfermedades, o como Dios de la muerte, con la cara cubierta con una máscara en forma de cabeza de muerto. No hay que olvidar que no se trata aquí sino de uno de los dos aspectos de la dualidad simbólica, muerte y renacimiento, contenida en el mito de Quetzalcoatl.

El ciclo diurno de Venus, que aparece alternativamente por el este y por el oeste (estrella matutina y estrella vespertina), la presenta como símbolo esencial de la muerte y del renacimiento. Estas dos apariciones del planeta, en los dos extremos del día, explican que la divinidad azteca — Quetzalcoatl — pueda también llamarse «el precioso gemelo».

La asociación de Venus y el Sol, a causa de la similitud de su curso diurno, hace aparecer a veces este astro divino como mensajero del Sol, intercesor entre este último y los hombres. Así para los indios ge sherente del Brasil, para quienes el Sol tiene dos mensajeros: Venus y Júpiter.

Ya para los sumerios Venus es la que muestra el camino a las estrellas. Como diosa de la tarde favorece el amor y la voluptuosidad; y como diosa de la manaña preside las acciones de guerra y las carnicerías. Es hija de la Luna y hermana del Sol. Mostrándose al alba y al crepúsculo, es natural que aparezca como una especie de lazo entre las divinidades diurnas y las nocturnas. Por esta razón, aun teniendo al Sol por hermano, tiene por hermana a la diosa de los infiernos. De su parentesco con el Sol — ella es su hermana gemela — provienen sus cualidades guerreras; se la llama «la valiente o la dama de las batallas». Eso en calidad de estrella matutina. Pero, como estrella del atardecer predomina en ella la influencia de su madre la Luna y se toma divinidad del amor y del placer. Los sellos asirios, lo mismo que las pinturas del palacio Mari (segundo milenio) le dan por atributo el león. En la literatura religiosa se la llama a veces «león furioso o leona de los dioses del cielo». En cuanto diosa del amor, reina de los placeres, igualmente llamada «la que ama el goce y la alegría», su culto está asociado a las prostituciones sagradas. Su mito incluye un descenso a los infiernos, lo que explica el sentido iniciático del simbolismo venusiano: un rey de Babilonia la llama «la que, al salir el sol y al ponerse el sol, toma buenos mis presagios». En Asiría como en Sumer aparece en los sueños y emite profecías sobre los resultados de las guerras: «Yo soy la Ishtar de Arbeles», dice en un oráculo a Asarhaddon; «ante ti y detrás de ti marcharé ino temas nada!» Entre sus atributos figuran el arco y la flecha, símbolos de sublimación. En Asiría, es «la reina de Nínive, aquella sobre cuyas rodillas se sienta Asurbanipal para chupar dos de sus tetas y esconder su cabeza enre sus otras dos». En un texto litúrgico babilónico es calificada de «dama de los destinos y reina de las suertes».

4. Este planeta, Venus, encarna en astrología la atracción instintiva, el sentimiento, el amor, la simpatía, la armonía y la dulzura. Es el astro del arte y de la agudeza sensorial, del placer y del atractivo, y la edad media lo apellidó «el pequeño benéfico». Se le atribuye el sentido del tacto, así como todas las manifestaciones de la feminidad (el lujo, la moda, el adorno, etc.). Sus domicilios (es decir, los signos del zodíaco en los que es particularmente poderosa) — Tauro y Libra — están respectivamente en relación con la garganta y los senos y con el arqueo de los riñones, es decir las particularidades de una silueta femenina.

5. Desde las edades primitivas, Venus era la estrella de las dulces confidencias; la primera de las bellezas celestes inspiraba a los enamorados por la impresión directa que la suave radiación del astro produce en el alma contemplativa. Para los astrólogos Venus está ligada en parte a los afectos de atracción voluptuosa y de amor, que nacen de la apetencia orgánica del recién nacido al contacto con la madre, y se prolongan hasta el altruismo sentimental. Este mundo venusino del ser humano agrupa en una sinergia afectiva de sensaciones, de sentimientos y de sensualidad, la atracción simpática hacia el objeto, la embriaguez, la sonrisa, la seducción, el arranque de placer, de satisfacción, de gozo y de fiesta en la afinidad y en la armonía del intercambio, de la comunión afectiva, así como los estados emocionales que comunican el encanto, la belleza y la gracia.

La divinidad aparece por otra parte en todas las mitologías con los atractivos más bellos: no se conciben adornos que pudiesen rivalizar con los de Afrodita, protectora del himen y tipo acabado de la hermosura femenina. Bajo su símbolo, reina en el ser humano la alegría de vivir, en la fiesta primaveral de la embriaguez de los sentidos, así como en el placer más refinado y espiritualizado de la estética. Su reino es el de la ternura y de las caricias, del deseo amoroso y de fusión sensual, de la admiración feliz, de la dulzura, de la bondad y del placer tanto como de la belleza. Es el reino de esa paz del corazón que se llama dicha.