1. La misión de la filosofía. — Si aun me dijeseis: ¡oh Sócrates!, no consentimos en lo que quiere Anito, y te dejamos en libertad, pero con la condición de que no emplees más tu tiempo en hacer esas investigaciones y que no filosofes más; de lo contrario, si te sorprendemos nuevamente, morirás; si, como digo, me dejaseis en libertad, pero de acuerdo a ese pacto, yo os diría: mis queridos atenienses, os saludo, pero obedeceré más bien a Dios, que no a vosotros, y hasta que yo tenga aliento y fuerzas, no dejaré de filosofar y de haceros advertencias y daros consejos, a vosotros y a quien se llegue hasta mí, diciéndole como me es habitual ya: ¡Oh, hombre óptimo!. . . ¿no te da vergüenza de preocuparte de tus riquezas con el fin de que se multipliquen hasta lo que sea posible, y de la reputación y el honor, y no cuidar y tener solicitud de la sabiduría, de la verdad y del alma, con el objeto de que llegue a ser tan buena como es posible? Y si alguno de vosotros me responde que él se preocupa de ello, no lo dejaré en seguida; no lo abandonaré, sino que lo interrogaré, lo examinaré y escrutaré. Y si me parece que no posee la virtud, aunque él lo afirma, lo reprenderé, pues considera vil lo que es valiosísimo y le atribuye valor a lo que es sumamente vil. Y esto lo hago con jóvenes y viejos, y en cualquier parte que me encuentre, con forasteros y ciudadanos. . .
Pues, sabedlo, esto me lo ordena Dios; yo creo que la ciudad no tiene ningún bien mayor que este servicio que yo presto al Dios, este mi constante andar acá y allá no haciendo otra cosa sino confortaros, a jóvenes y a viejos, a no preocuparse por el cuerpo ni por la riqueza, ni antes ni con mayor celo que el que tenéis para el alma, para que ella mejore en lo posible; diciendo que a los ciudadanos y a la ciudad la virtud no proviene de la riqueza, pero sí la riqueza y todo otro bien de la virtud. Y agregaré: atenienses. . . aunque me absolváis o no me absolváis, yo no haré otra cosa distinta, ni aun en el caso de que tuviese que morir muchas veces (PLATON, Apología, XVII, 29-30).
(Por este su concepto de la filosofía y de la enseñanza como misión sagrada, que debe ser cumplida aun al precio de la vida, Sócrates se opone a los sofistas, pan quienes la actividad educativa es un arte y una función utilitaria o profesional. Así, pues, aunque alejándose de los filósofos naturalistas por el objeto de la investigación, Sócrates retorna a su tradición, en lo que se refiere al valor religioso atribuido al culto de la ciencia, considerado como iniciación a cosas sagradas y purificación espiritual).