Sócrates. Aunque tema criticar, con alguna dureza, a Melito y a los demás que sostienen que todo es uno e inmóvil, lo siento menos respecto de éstos que con relación a Parménides. Parménides me parece a la vez respetable y temible, sirviéndome de las palabras de Homero. Le traté siendo yo joven y cuando él era muy anciano, y me pareció que había, en sus discursos, una profundidad poco común. Temo que no comprendamos sus palabras y que no penetremos bien su pensamiento, y más que todo, temo que las digresiones que nos vengan encima, si no las evitamos, nos hagan perder de vista el objeto principal de esta discusión, que es conocer la naturaleza de la ciencia. Por otra parte, el objeto en que nos ocupamos aquí es de una extensión inmensa, y sería falta de consideración el examinarlo de pasada, y si no le damos toda la amplitud que merece, acabaron nuestras indagaciones sobre la ciencia. Así, es preciso que no suceda lo uno ni lo otro, y vale más que, apelando a mi arte de comadrón, auxilie a Teetetes a parir sus concepciones sobre la ciencia.
Teetetes. Sea como quieres, puesto que tú eres el que mandas.
Sócrates. Haz, Teetetes, la observación siguiente sobre lo que se ha dicho. Has respondido que la sensación y la ciencia son una misma cosa, ¿no es así?
Teetetes. Sí.
Sócrates. Si te preguntaran con qué ve el hombre lo blanco y lo negro, y con qué oye los sonidos agudos y graves, probablemente dirías que con los ojos, y con los oídos.
Teetetes. Sin duda.
Sócrates. –Generalmente, no es estrechez de espíritu el emplear los nombres y los verbos en su acepción vulgar, y no tomados en todo su rigor; por el contrario, indica pequeñez de alma el usar de este recurso. Sin embargo, alguna vez es necesario, y así, por ejemplo, no puedo dispensarme en este momento de descubrir, en tu respuesta, lo que tiene de defectuosa. Mira, en efecto, cuál es la mejor de estas dos contestaciones, el ojo es aquello con lo que vemos o es por lo que vemos; el oído es aquello con lo que oímos o más bien es por lo que oímos.
Teetetes. Me parece, Sócrates, que es mejor decir los órganos por los que sentimos que no con los que sentimos.
Sócrates. Efectivamente, sería extraño, querido mío, que en nosotros hubiese muchos sentidos, como en los caballos de palo, y que ellos no se refiriesen todos a una sola esencia, llámesela alma o de cualquier otro modo, con la que, valiéndonos de los sentidos como de otros tantos órganos, sentimos lo que es sensible.
Teetetes. Me parece que debe ser así.
Sócrates. La razón por la que procuro aquí la exactitud de las palabras, es porque quiero saber si en nosotros hay un sólo y mismo principio, por el que sabemos, por medio de los ojos, lo que es blanco o negro, y los demás objetos, por medio de los demás sentidos, y si tú achacas cada una de estas sensaciones a los órganos del cuerpo, pero quizá vale más que seas tú mismo el que diga todo esto, en lugar de tomarme yo este trabajo por ti. Respóndeme, pues, ¿atribuyes al cuerpo o a otra sustancia los órganos por los que sientes lo que es caliente, seco, ligero, dulce?
Teetetes. –Los atribuyo al cuerpo solamente,