Sócrates. ¿Consentirías en concederme que lo que sientes por un órgano te es imposible sentirlo por ningún otro, por ejemplo, por la vista lo que sientes por el oído, o por el oído lo que sientes por la vista?
Teetetes. ¿Cómo no lo he de consentir?
Sócrates. –Luego, si tienes alguna idea sobre los objetos de estos dos sentidos, tomados en conjunto, no puede venirte esta idea colectiva de uno ni otro órgano.
Teetetes. No, sin duda.
Sócrates. La primera idea que tú tienes respecto al sonido y al color, tomados en conjunto, es que los dos existen.
Teetetes Sí.
Sócrates Y que el uno es diferente del otro, y semejante así mismo.
Teetetes. Sin duda.
Sócrates. Y que, tomados juntos, ellos son dos, y que, tomado cada una aparte, cada cual es uno…
Teetetes. Así lo entiendo.
Sócrates. ¿No te consideras en estado de examinar si son semejantes o desemejantes entre sí?
Teetetes. Quizá.
Sócrates. ¿Con el auxilio de qué órgano concibes todo esto, respecto de estos dos objetos. Porque no es por el oído ni por la vista por donde puedes saber lo que tienen de común. He aquí una nueva prueba de lo que decíamos. Si fuera posible examinar si uno u otro de estos dos objetos son o no salados, te sería fácil decirme de que órgano te servirás para ello. No sería la vista, ni el oído, sino algún otro órgano.
Teetetes. Sin duda, sería el órgano del gusto.
Sócrates. Tienes razón. ¿Pero, qué facultad te da a conocer las cualidades comunes a todos estos objetos, que llamas SER y NO SER, y sobre las que te pregunté antes? ¿Qué órganos destinarás a estas percepciones, y por dónde lo que siente en nosotros percibe el sentimiento de todas estas cosas?
Teetetes. Hablas, sin duda, del SER y NO SER, de la SEMEJANZA y de la DESEMEJANZA, de la IDENTIDAD y de la DIFERENCIA, y también de la UNIDAD y de los demás NÚMEROS. Y es evidente que tú me preguntas por qué órganos del cuerpo siente nuestra alma todo esto, así como lo par, lo impar, y todo lo que depende de ellos.
Sócrates. Perfectamente, Teetetes, eso es lo que yo quiero saber.
Teetetes. En verdad, Sócrates, no sé qué decirte, sino que, desde el principio, me ha parecido que no tenemos órgano particular para esta clase de cosas, como para las otras, pero que nuestra alma examina, inmediatamente por sí misma, lo que los objetos tienen de común entre sí.
Sócrates. Tú eres hermoso, Teetetes, y no feo, como decía Teodoro, porque el que responde bien es bello y bueno. Además, me has hecho un servicio dispensándome de una larga discusión, si juzgas que hay objetos que el alma conoce por sí misma, y otros que conoce por los órganos del cuerpo. Esto, en efecto, ya lo esperaba yo de ti, y deseaba que fuese esta tu opinión.
Teetetes. Pues bien, yo pienso como tú.