25. En cuanto a la memoria, ¿será posible que subsista en las almas cuando han salido ya de este mundo, o sólo se dará en algunas y en otras no? Pero, si es así, ¿se acordarán las almas de todo o tan sólo de algunas cosas? Convendría averiguar también si la memoria permanece siempre, o únicamente por un poco tiempo, luego que las almas han salido del cuerpo. Si queremos hacer una buena investigación, hemos de comprender primeramente qué es lo que en nosotros recuerda. En mi opinión, no se trata de lo que es la memoria sino del principio en el que ella reside. Porque lo que es la memoria ya se ha dicho en otro lugar y se ha repetido frecuentemente; lo que hemos de precisar con exactitud es la naturaleza de lo que recuerda.
Si la memoria es memoria de algo adquirido, sea conocimiento o impresión, no podrá existir en seres impasibles y ajenos al tiempo. No podrá, por tanto, situarse en Dios, ni en el ser, ni en la inteligencia, puesto que en ellos no cuenta para nada el tiempo, sino realmente la eternidad. Para Dios, el ser o la inteligencia, no hay un antes ni un después; son siempre como son y permanecen en identidad consigo mismos, sin experimentar nunca el menor cambio. ¿Cómo, pues, un ser idéntico y semejante a sí mismo iba a disfrutar del recuerdo, si no posee ni retiene en un momento dado un estado diferente del que poseía antes? Es claro que no se da en él una sucesión tal de pensamientos que le permita recordarse del estado o del pensamiento anteriores. Y, sin embargo, ¿qué impide que, sin experimentar cambio alguno, conozca los cambios de los demás seres y, por ejemplo, los períodos del mundo? Si piensa en los cambios de los seres que varían, pensará primeramente en una cosa y luego en otra; pero, en cuanto a los pensamientos de sí mismo, no podrá afirmarse que recuerda, porque los recuerdos no vienen a él para que los retenga y evite su alejamiento, ya que si así fuese temería que se le escapase su propia esencia.
En lo referente al alma, el término recordar no debe ser empleado en el mismo sentido que cuando se habla de las nociones innatas que ella posee. Porque cuando el alma se encuentra en este mundo posee verdaderamente esas nociones sin tener conocimiento de ellas, sobre todo al tomar contacto con el cuerpo; luego, cuando adquiere un conocimiento actual, podría aplicarse a este estado lo que los antiguos han dado en llamar la memoria y la reminiscencia. Ahora bien, se trata aquí de una memoria muy diferente, con la que nada tiene que ver el tiempo.
Con todo, tal vez hablemos con demasiada displicencia de estas cosas y sin que podamos verificar exactamente lo que decimos. Cabría quizá preguntarse a este respecto si la memoria y la reminiscencia pertenecen al alma ya citada, o bien a otra alma más oscura, o incluso al compuesto de alma y de cuerpo. Más, ya se trate de una o de otra cosa, o, por ejemplo, del ser animado, ¿cómo reciben el recuerdo? Convendrá que tomemos la cuestión desde el principio y que averigüemos lo que, en nosotros mismos, posee la memoria. Si es el alma la que recuerda, cuál de sus facultades o de sus partes es la que lo hace; y si es el ser animado — para algunos es él precisamente el que experimenta la sensación — , de que modo lo realiza. Aún podríamos indagar a que damos el nombre de ser animado y si conviene considerar la misma cosa tanto a quien percibe la sensación como a quien verifica los pensamientos. ¿O hay, en realidad, una realidad distinta para cada caso?