1. Puesto que, según decimos, lo que ha llegado a la contemplación de la belleza inteligible y que comprende la belleza de la inteligencia verdadera, puede también imprimir en su pensamiento la idea del padre de la inteligencia que se encuentra más allá de ella, trataremos de comprobar y de explicarnos a nosotros mismos, en tanto en cuanto ello sea posible, cómo se alcanza a contemplar la belleza de la inteligencia y del mundo inteligible. Consideremos para esto, si se quiere, dos masas de piedra que se hallen cercanas la una de la otra, pero la primera todavía en estado bruto y no trabajada, y la segunda, en cambio, preparada ya por la mano del artista y transformada en la estatua de un dios o de un hombre, de un dios que pueda ser una Gracia o una Musa, y de un hombre que no sea uno cualquiera sino el que el arte ha logrado producir combinando a tal fin todas las cosas bellas. Parece cierto que la piedra en la que el arte hizo penetrar la belleza de una forma ha de ser bella, no por el hecho de ser piedra (porque en este caso otra piedra lo sería de igual modo), sino por la forma el arte ha introducido en ella. La materia, ciertamente, poseía esta forma, que se encontraba en el pensamiento artista antes de haber llegado a la piedra. Y se encontraba en él, no porque (el artista) dispusiese de ojos y de manos, sino por su misma participación en el arte. He aquí, que esta belleza superior se daba como presupuesta en el arte; porque la belleza que vino a la piedra no es en la que aparece en el arte, ya que ésta tiene carácter permanente y de ella proviene otra, que resulta anterior a la primera. Y aún esta última belleza no ha permanecido pura y tal como aspiraba a ser, sino en la medida que la piedra hubo de ceder al arte. Si el arte produce objeto con arreglo a lo que él es y posee — lo hace según la idea de lo que crea —, no por esto deja de poseer una belleza superior y mucho más verdadera; porque la belleza del arte es realmente mucho mayor que la que encuentra en el objeto exterior. Pues, cuanto más se inclina a la materia y cuanto más se extiende, tanto más la belleza y queda por debajo de la belleza del Uno , Todo lo que se divide, se aleja más y más de mismo, ya se trate del vigor físico, del calor, de la fuerza general y, naturalmente, de la belleza. El primer agente productor, tomado en sí mismo, debe ser necesariamente superior a lo producido por él. Porque no es la falta de música, sino la música, precisamente, la que hace al músico, y la música que se da en las cosas sensibles es debida a otra música anterior a ella. Si se desprecia, las artes porque sólo producen imitaciones de la naturaleza, digamos también, ante todo, que las cosas naturales son, a su ver imitaciones de otras cosas, y convengamos luego en que (las artes) no imitan en absoluto los objetos visibles, sino que remontan a las razones de las que ha surgido la propia naturaleza. Añadamos a ello que producen muchas cosas de sí mismas y suplen lo que a otras les falta, como poseedoras que son de la belleza. Así, Fidias hizo su Zeus sin mirar a nada sensible, sino imaginándolo tal cual sería si accediese a mostrarse ante nuestros ojos.