-Tal vez, dije yo. Tal vez hemos estado buscando una cosa inútil. Se me ocurre esto, porque hay un par de cosas que me parecen sin sentido en la sensatez, si es que es así como decimos. Vamos, pues, a ver si podemos ponernos de acuerdo en que es posible que se dé un saber del saber y en que aquello que, desde un principio hemos propuesto como sensatez, o sea el saber lo que se sabe y lo que no se sabe, no lo dejemos de lado sino que lo aceptemos. Y aceptando todo esto, examinemos mejor, si así delimitada, nos será útil en algo. Porque lo que decíamos antes de que la sensatez sería un bien inmenso, como guía de la administración de la casa y de la ciudad, no me parece, Critias, que lo hemos conjugado acertadamente.
-¿Cómo es que no?, dijo él.
-Porque, le dije, hemos admitido demasiado fácilmente que sería un gran bien para los hombres, si cada uno de nosotros nos ocupáramos de aquellas cosas que sabemos, y las que no sabemos las dejaremos para los que la saben.
-¿Es que no estuvo bien el ponernos de acuerdo en esto?, dijo.
-No me lo parece, le dije.
-Verdaderamente, Sócrates, que son muy extrañas tus palabras, dijo.
-¡Por el perro! , contesté yo, también a mí me lo parecen. Es en esto en lo que yo precisamente me estába fijando antes, cuando dije que se me presentaban cosas extrañas y que tenía el temor de que nuestra investigación no fuera por buen camino. Pues, en verdad, si la sensatez es todo aquello que decimos que es, no me parece demasiado claro que nos haga buenos.
-¿Cómo es que no?, dijo él. Explícate, para que todos nosotros sepamos qué estás diciendo.