alma real

También el alma, luego que echa a andar, quiere cumplir su función, y tengamos en cuenta que el alma lo produce todo y ha de considerarse como un principio. Pero ya marche en línea recta, ya siga un camino inadecuado, la justicia presidirá todas sus acciones, puesto que el universo nunca podrá ser destruido. Al contrario, subsistirá siempre en virtud de la disposición y el poder de quien le dirige. Los astros, como partes, y no pequeñas, que son del cielo, colaboran con el universo y sirven de signos anunciadores anticipan así todo cuanto acontece en el mundo sensible, pero sólo producen lo que de ellos deriva de modo manifiesto. En cuanto a nosotros, hacemos realmente lo que nuestra alma realiza según su naturaleza, y eso en tanto no nos extraviemos en la pluralidad del universo; porque si de verdad nos extraviásemos, nuestro mismo error sería la compensación justa a ese extravío, que pagaríamos más tarde con un destino desgraciado. La riqueza y la pobreza provienen de una coyuntura externa; mas, ¿y qué decir de las virtudes y de los vicios? Las virtudes derivan del elemento primitivo del alma, pero los vicios dicen referencia al encuentro del alma con las cosas de fuera. De todo esto, sin embargo, ya se ha hablado en otro lugar. ENÉADA: II 3 (52) 8

Cuando hablemos del Uno o del Bien, conviene que pensemos en una misma naturaleza; si realmente afirmamos es una, nada en verdad le atribuimos, como no sea mostrárnosla lo mejor posible a nosotros mismos. Es, así lo primero, porque nada hay más simple; y es también suficiente, porque no proviene de varias cosas; en otro caso, dependería de todas ellas. Es lo que no se da en otra cosa, porque lo que se da en otra cosa depende siempre de ella. Al no depender de otra cosa, ni darse tampoco en otra cosa o producirse como una combinación, nada habrá necesariamente sobre el Bien. No cabe, pues, andar en busca de otros principios, sino poner al Bien por delante; luego a continuación de el, a la Inteligencia y a la actividad primera inteligente, y después de la Inteligencia al alma. Esa es la ordenación según la naturaleza; ni más ni menos que es se da en la realidad inteligible. Porque si se diese menos tendríamos que afirmar como cosas idénticas al alma y a la Inteligencia, o a la Inteligencia y a lo que es primero. Ahora bien, ya se ha demostrado repetidamente que son cosas diferentes. Nos queda por examinar en la presente ocasión si se da algo más que estos tres términos. Pero, ¿que naturalezas podrían tener que no fuesen las ya indicadas? Porque si el principio de todas las cosas es lo que queda dicho no podría encontrarse nada más simple ni nada que se sitúe más alto. No deberá hablarse verdaderamente de un principio en potencia y de un principio en acto, porque sería risible introducir esta división de ser en potencia y de ser en acto, al objeto de hacerlas más numerosas, en realidades que existen y que carecen de materia. Ni siquiera se encuentra esta división en los seres posteriores al Uno; y no debe pensarse en modo alguno que sé da una inteligencia en reposo y una inteligencia en movimiento. ¿Cómo concebir el reposo de la inteligencia, su movimiento y su palabra, o la indolencia en un caso y la actividad en otro? Pues la Inteligencia es siempre lo que es y en su acto se manifiesta como estable; al alma corresponde moverse hacia ella y alrededor de ella, y a la razón, que proviene de la Inteligencia, hacer al alma realmente inteligente, y no a cualquier otra naturaleza situada entre la Inteligencia y el alma. ENÉADA: II 9 (33) 1

En el poema verdadero, que es el que imitan, en parte, los hombres con disposición poética, el alma es el actor y el papel que debe representar lo recibe del autor del universo. Y así como los actores de nuestros dramas reciben sus máscaras, sus vestiduras, sus túnicas amarillas y sus andrajos, así también el alma recibe la suerte correspondiente, sin que en ello intervenga para nada el azar; pues la suerte está de acuerdo con la razón, y el alma se adapta a ella y juega su papel en el drama y en la razón universal. Seguidamente, canta sus propias acciones y todas las demás cosas que el alma realiza según su índole característica. Pero la belleza, la fealdad y el ornato que acompañen a la voz y a la actitud han de atribuirse al actor, que también a veces añade al poema un sonido disonante. Cuando esto ocurre, no es realmente el drama el que desmerece, sino el actor, que se ha desenvuelto torpemente. El autor del drama puede entonces repudiarle, juzgándole indigno según merece; y obra seguramente como un buen juez. En cambio, ensalza lo más posible al buen actor y, si los hay, guarda para él los mejores dramas, reservando para el otro los de menos consistencia. Otro tanto cabe decir del alma que ha penetrado en el poema del universo y toma su parte en la representación del drama, al que trae consigo sus propias virtudes y defectos; en efecto, al entrar aquí es ordenada debidamente y recibe todas las demás cosas, sin que no obstante deje de ser dueña de sus actos, por los que merecerá castigo o recompensa. Hay que añadir que estos actores representan en un teatro de mayores proporciones que el nuestro y que, asimismo, reciben del autor del universo una autoridad y un poder mucho más grandes, que les llevan a recorrer múltiples lugares, pero diferenciando claramente lo que es honroso de lo que no lo es; por si mismos también van en busca de los castigos y recompensas convenientes, cada uno en la región adecuada a sus costumbres. Es así como armonizan con la razón del universo, adaptado cada cual a la parte que en justicia le corresponde; obran en tal caso como las cuerdas de una lira, cuando éstas son colocadas en un lugar particular, de acuerdo con la naturaleza del sonido que ellas mismas son capaces de producir. ENÉADA: III 2 (47) 17

Pero, ¿quién es Zeus? ¿Y cuál es ese jardín, en el que, según nos dice (Platón), penetró Poros? Afrodita era, para nosotros, el alma, y Poros la razón de todas las cosas. Más, ¿qué hemos de entender por Zeus y su jardín? Por Zeus no hemos de entender el alma, ya que el alma, en nuestra opinión, es Afrodita. Acudamos, pues, para esto a las palabras de Platón, que en el Fedro llama a Zeus “el gran jefe” (del cielo) y en otros diálogos le concede, a mi juicio, el tercer lugar; con mucha más certeza todavía dice en el Filebo que “hay en Zeus un alma real y una inteligencia real” ENÉADA: III 5 (50) 8

El mundo, que es como una mansión bella y variada, no está separado de su creador ni puede prescindir de la comunicación con él, sino que, muy al contrario, todo entero y en todas partes ha de ser digno de sus cuidados, con los cuales recibirá provecho en su ser y en su belleza, en la medida en que pueda participar en ellos. Con todo, nada perjudicial resultará para el ser que está sobre él, porque este ser que le dirige continúa permaneciendo en lo alto. En estas condiciones se encuentra el universo animado: dispone de un alma que no es suya, pero que está hecha para él. Esa alma realmente le domina, sin que él pueda a su vez dominarla; y, además, le posee, sin que él pueda poseerla a ella. Este mundo asienta en el alma que le sostiene y nada hay en él que no participe en esta alma; es como una red tendida en las aguas, que vive en ellas y no puede, sin embargo, hacerlas suyas. Pero, cuando la mar se extiende, también la red se extiende con ella en la medida que le es posible, ya que cada una de sus partes se encuentra precisamente allí donde debe estar. Del mismo modo, el alma es tan grande por naturaleza que puede abarcar en sí misma a toda la sustancia corpórea. Así, dondequiera que el cuerpo se encuentre, allí se encuentra ella; y si se diese el caso de no existir un cuerpo, en nada afectaría esto a la magnitud del alma, que seguiría siendo lo que es. El universo tiene también tal extensión que se encuentra allí donde se encuentre el alma; sus límites alcanzan precisamente hasta el lugar donde le preserve el alma. La sombra de ésta avanza, pues, tanto como la razón que proviene de ella. Y la razón, a su vez, produce una magnitud comparable a la que su forma quiso producir ENÉADA: IV 3 (27) 9

Pero Zeus, que ordena el mundo, lo gobierna y lo dirige, Zeus, que posee eternamente un alma real y una inteligencia real, además de un poder de previsión que le permite conocer los acontecimientos, organizarlos y dominarlos, así como hacer girar los astros, cosa que ha hecho ya tantas veces, ¿cómo no va a conservar la memoria de todos los períodos, de cuántos y cuáles han tenido ya lugar? Si para que estos vuelvan a realizarse tiene que activar su imaginación, comparar y reflexionar, ¿cómo iba a olvidarse de todo lo demás, siendo como es él mismo el más hábil de los demiurgos? La gran dificultad que se presenta en cuanto a la memoria de los períodos cósmicos es la siguiente: ¿cuál es realmente su número, y puede Zeus conocerlo? Si este número resulta limitado, concederemos al universo un comienzo en el tiempo; pero si es ilimitado, el propio Zeus no conocerá nunca el número de sus obras. Sabrá, si acaso, que su obra es única y que disfrute de una vida única y eterna — así hay que entender el número ilimitado –, pero conocerá esta unidad, no de un modo exterior, sino por su misma obra. De este modo, lo ilimitado convive con él eternamente, y aún mejor le acompaña, pero Zeus lo contemplará con un conocimiento que no le viene de fuera. Si conoce la infinitud de su misma vida, conoce también en su unidad la actividad que ejerce en el universo, aunque ésta se extienda a todo. ENÉADA: IV 4 (28) 8