Enéada II, 4, 12 — Respostas às aporias relativas à noção de uma matéria sem grandeza

12. La magnitud refiérase, pues, a los cuerpos; porque es claro que las formas de los cuerpos se dan en la extensión. Ahora bien, no podemos decir que se hayan originado en la extensión, sino en el sujeto que ha recibido la extensión. Ya que si se hubiesen originado en la extensión, y no en la materia, carecerían igualmente de magnitud y de fundamento sólido; serian tan sólo razones — razones que se dan en el alma — , pero no cuerpos. Conviene, por tanto, que lo que es múltiple se origine en un ser uno, ser que, desde luego, recibirá la extensión, pero que no podrá confundirse con ella.

Añadamos ahora que todas las cosas de una mezcla tienden hacia un mismo ser porque poseen materia; si no necesitan de otro sujeto es realmente porque cada uno de los elementos mezclados aporta consigo su propia materia. Pero, con todo, estos elementos tienen necesidad de algo que los reciba, sea vaso, sea lugar; y si el lugar es posterior a la materia y a los cuerpos, serán los cuerpos los que, precisen inicialmente de la materia.

No hemos de afirmar que los cuerpos carezcan de materia por el hecho de que no la posean las producciones y las acciones. Porque los cuerpos son algo compuesto, y no así las acciones. Por otra parte, la materia ofrece un sujeto a los seres que actúan y en el momento en que actúan; materia que permanece en tanto dura la acción, pero no comprometida en ella, puesto que los seres que actúan no tratan de modificarla. Y una acción, además, no se cambia en otra acción, en razón de la materia, sino que más bien cambia el agente al pasar de una acción a otra acción; de tal modo que viene a ser él mismo la materia de sus acciones.

La materia es, pues, indispensable tanto para la cualidad como para la magnitud; y lo es también para los cuerpos. Hemos de considerarla, no como un nombre vacío de sentido, sino como un sujeto invisible y carente de magnitud. O, en otro caso, y por la misma razón, diríamos que no existen ni las cualidades ni la magnitud, porque podríamos aducir que, tomadas en sí mismas, no son nada cada una de ellas. Así, pues, si dichas cualidades existen, aunque sea de una manera oscura, con mucha más razón existirá la materia, aunque ésta no posea la claridad propia de los objetos de la sensación; porque es obvio que, como incolora, no, la perciben los ojos, y, como inaudible, no la perciben los oídos; añadamos que tampoco la perciben el sentido del gusto y, por consiguiente, la nariz y la lengua. ¿Será acaso percibida por el tacto? Digamos que no, porque no es un cuerpo. El tacto dice relación al cuerpo, a su densidad, a su rareza, a su blandura, a su dureza, o bien a su humedad o a su aridez; y ninguna de estas cosas se da en la materia. A ella se aplica un razonamiento que no proviene de la inteligencia, sino que está vacío, por lo cual se le llama razonamiento bastardo. En la materia no hay nada de naturaleza corpórea; porque si la corporeidad como forma es una cosa, la materia es otra diferente; aunque en tanto se conforma y se mezcla a la materia, aparece claramente como un cuerpo, y no ya sólo como materia.