10. —Pero si «nosotros» somos el alma y «nosotros» experimentamos estas afecciones, quiere decir que las experimentará el alma, y que el alma hará, asimismo, lo que hacemos.
—No. Dijimos que también el compuesto es nuestro, sobre todo cuando aún no estamos separados, ya que aun las afecciones que experimenta nuestro cuerpo decimos que las experimentamos nosotros. El «nosotros» tiene, pues, dos sentidos: el que incluye la bestia y el que transciende ya la bestia. Ahora bien, «bestia» es el cuerpo vivificado; pero el hombre verdadero es otro, el que está puro de dichas afecciones, poseyendo las virtudes intelectivas1, las cuales residen en el alma misma que está tratando de separarse, tratando de separarse y separada aun estando acá todavía. (Y es que, una vez que ésta se haya apartado del todo, también la que es un destello de ella se marcha en su compañía.) En cambio, las virtudes que se implantan no por la sabiduría, sino «por el hábito y el ejercicio»2, son propias del compuesto. Porque del compuesto son los vicios, pues que las envidias, los celos y las conmiseraciones también lo son.
—Y los cariños, ¿de quién son?
—Unos del compuesto y otros del «hombre interior»3.
Las virtudes «intelectivas» son las virtudes «superiores» del tratado I 2. ↩
Cita de Platón (República 518 e 1-2). Estas otras virtudes corresponden a las «cívicas» del tratado I 2. ↩
La expresión «hombre interior» proviene de Platón (República 589 a 7-b 1). Aquí se refiere al «hombre verdadero» en contraste con el compuesto animal en el sentido de este tratado (7, 20-21); en V 1, 10, 10, se refiere al alma superior (intelectivo-racional) en contraste con la inferior (sensitivo-vegetativa). ↩