Enéada III, 2, 1 — Existe uma providência que governa o universo

1- El atribuir a un hecho casual y fortuito la existencia y la ordenación del mundo es algo verdaderamente absurdo y propio de un hombre incapaz de pensar y de percibir1. Ello es claro antes de todo razonamiento y serían suficientes para probarlo razones que estuviesen bien fundadas. ¿Cuál es, sin embargo, el modo como nacen y se producen las cosas, algunas de las cuales resultan no estar de acuerdo con la recta razón y nos hacen dudar de la providencia? ¿No es así que llegamos a decir que no existe la providencia o que consideramos (el mundo) como la obra de un demiurgo malo? Conviene que examinemos esto, tomando la cuestión desde arriba y por su comienzo.

Es indudable que hay una providencia para cada caso; no es otra que el razonamiento que precede a la acción, según el cual nos preguntamos por qué conviene o no cumplir un acto que no es obligatorio y qué es lo que se sigue o no de ello para nosotros. Dejemos esto a un lado y tratemos ahora de la llamada providencia universal, pues suponiendo que ésta existe, habremos de sacar de aquí las debidas consecuencias. Si dijésemos que el mundo no ha existido siempre y que ha tenido comienzo en un determinado momento, propondríamos una providencia como esta de la que hablamos, análoga, por tanto, a la que se refiere a las cosas particulares. Esta providencia sería como una cierta previsión y un cálculo reflexivo de la divinidad, que vendría a preguntarse cómo crear el universo y hacerlo a la vez el mejor posible. Ahora bien, puesto que afirmamos que el mundo existe desde siempre y que en ningún momento ha dejado de ser, parece conveniente que digamos que la providencia es la rectitud y conformidad del universo con la inteligencia, bien que la inteligencia sea anterior al universo, no desde luego en cuanto al tiempo sino en el sentido de que el universo deriva de ella y ella es, asimismo, anterior por naturaleza al universo y también causa de él. Es como el arquetipo o modelo del que el universo resulta ser la imagen; con lo cual esta imagen misma existe por la inteligencia y subsiste siempre por ella, de la manera que sigue:

La naturaleza de la inteligencia o del ser es el mundo verdadero o primero, mundo no susceptible de división o distribución alguna, ya que no se encuentra falto de nada, ni siquiera en lo que concierne a sus partes, puesto que éstas no han sido arrancadas al todo. Digamos que toda vida y toda inteligencia aparece aquí reunida en una unidad, aunque tal unidad hace de cada parte un todo. Cada parte, que es un todo, gusta realmente de sí misma y no se presenta separada de las otras, sino sólo como algo diferente, pero no extraño a todo lo demás. Ninguna parte falta a otra, aun en el caso de ser contraria a ella. En todas partes se aparece el ser uno y completo, inmóvil y no sujeto a alteración; no se da, pues, la acción de una parte sobre otra. Porque, ¿cómo explicar esta acción, cuando verdaderamente nada falta? ¿Por qué una razón habría de producir una razón o una inteligencia otra inteligencia? El poder de producir algo por sí mismo no es propio de los seres totalmente perfectos, sino que, por el contrario, toda acción y todo movimiento está en razón de la misma imperfección del ser. Así, los seres que consideramos bienaventurados son inmóviles en sí mismos y les basta con ser lo que son. No se aventuran a ser indiscretos, saliendo a tal efecto de sí mismos. Porque la felicidad de estos seres es tal que, sin actuar, realizan grandes cosas y, asimismo, producen muchas otras no pequeñas permaneciendo inmóviles.


  1. Cf. Aristóteles, Física. B 4. 195 b 31.