Enéada III, 8, 4 — A natureza em repouso

4. Sí se le preguntase por qué produce, tendría que contestar de este modo, caso de que quisiese prestarnos atención y decidirse a hablar: “No era necesario que se me preguntase, sino que convendría comprender y callar, como callo yo ahora, que no tengo la costumbre de hablar. ¿Y qué es lo que hay que comprender? Pues que el ser engendrado es para mí un objeto de muda contemplación y, mejor, el objeto natural de mi contemplación. Yo mismo he nacido de una contemplación así y siento una inclinación natural a contemplar; lo que en mí contemplo produce un objeto, al igual que los geómetras dibujan figuras cuando contemplan. Yo, sin embargo no dibujo ninguna figura, sino que contemplo, y las líneas de los cuerpos se cumplen como si realmente saliesen de mí. Se encuentra en mí la disposición de mi madre y de todos los que me engendraron; ellos mismos han salido de una contemplación y yo, por mí parte, he nacido antes de que ellos actuasen. Ahora bien, siendo ellos mejores razones que yo y contemplándose a sí mismos, no cabe duela que me han engendrado”.

¿Qué quiere decirse con esto? Simplemente, que lo que llamamos naturaleza es un alma, producto también de un alma anterior dotada de una vida más poderosa. Diremos de ella que encierra en sí una contemplación silenciosa, no dirigida ni a los seres de lo alto ni a los seres de abajo; pues al contrario, permanece tal cual es, en un estado de reposo y de conocimiento de sí, viendo, gracias a la inteligencia y al conocimiento que tiene de sí misma, las cosas qué le es posible ver, sin que le sea necesaria otra búsqueda para producir de una vez el objeto de su contemplación en la plenitud de su hermosura y de su gracia.

Si queremos atribuirle a la naturaleza la inteligencia y la sensación, no por eso hemos de hablar de una inteligencia y de una sensación análogas a las de los otros seres; porque en esto cabe la comparación entre el hombre dormido y el hombre despierto. Cuando contempla su objeto la naturaleza permanece en reposo. Se trata de un objeto nacido en ella, porque ella permanece en sí misma y consigo misma y es, además, un objeto de contemplación. Esta contemplación es silenciosa y un tanto confusa, porque, realmente, hay otra contemplación diferente de ella y mucho más evidente; digamos que la primera viene a ser una imagen de esa otra contemplación. De ahí también la completa debilidad de sus productos, porque una contemplación débil ha de producir necesariamente algo carente de fuerza. Así ocurre con los hombres: cuando se encuentran débiles para la contemplación, pasan en seguida a la acción, que es como una sombra de la contemplación y de la razón. Justamente, por no ser capaces de entregarse a la contemplación a causa de la debilidad de su alma, no pueden aprehender los objetos suficientemente y no se llenan, por tanto, de ellos; sí, en cambio, desean verlos, y para esto se aplican a la acción, tratando de ver con los ojos lo que no pueden ver con la inteligencia. Cuando, pues, producen algo, lo que quieren es verlo ellos mismos y hacerlo ver y sentir a los demás; eso es lo que les mueve a la acción, sin la medida de sus propias posibilidades.

Descubrimos por todas partes que la producción y la acción son un debilitamiento o un acompañamiento de la contemplación; debilitamiento, si luego de la acción nada nos queda por ver; acompañamiento, si podemos contemplar todavía una cosa mejor que la que se ha producido. Porque, ¿cómo un ser capaz de contemplar la verdad iba a preferir la imagen de la verdad? Lo prueba el hecho de que los niños más tardos, aquellos que son incapaces de aceptar la instrucción y la contemplación, son precisamente los abocados a los oficios y a los trabajos manuales.