12. Podrá decirse tal vez que ésta es la manera de actuar de la naturaleza, pero que, si hablamos de la sabiduría universal, hemos de atribuirle necesariamente los razonamientos y los recuerdos. He aquí, sin embargo, una manera de razonar propia de hombres que toman la sabiduría por lo que no es, y que consideran lo mismo tanto el pensar como el tratar de pensar. Porque, ¿qué otra cosa es razonar sino procurar descubrir la razón y el pensamiento verdaderos que alcanzan los dominios del ser? Quien razona actúa de manera semejante al que toca la cítara y al que trata de habituarse a ella, esto es, lo mismo que el que intenta aprender. Porque razonar es, en fin, tratar de aprender lo que el sabio ya posee. De modo que la sabiduría se da, en efecto, en quien ha dejado de pensar, pues el que esto hace ha alcanzado ciertamente la cima del saber. Si colocamos, por tanto, el principio del universo en la categoría de los que aprenden, habrá que atribuirle el razonamiento, pero también la incertidumbre y el recuerdo de los que combinan el pasado con el presente y el futuro. Silo colocamos en el rango de los que ya saben, hemos de creer que su sabiduría se ha detenido en un cierto límite. Conoce, por otra parte, todo lo que va a ocurrir, porque sería absurdo negarle este conocimiento. ¿No iba a saber, por ejemplo, cómo será (el mundo)? Y, si es así, ¿qué necesidad tendría de razonar y de combinar el pasado con el presente? Supuesto que se le conceda el conocimiento del futuro, hemos de admitir que éste no es como el de los adivinos, sino más bien como el de aquellos que fabrican un objeto en la creencia de que verdaderamente existirá. No es otra la certeza de los que gobiernan todas las cosas, pues para ellos no hay duda ni perplejidad de ninguna clase. Quienes disponen de una opinión firme persisten invariablemente en ella.
He aquí que (el principio del universo) conoce las cosas futuras lo mismo que las presentes y, además, con toda seguridad, sin que intervenga para ello el razonamiento. Si no conociese el futuro, que a él se debe, no podría producirlo con certeza y según una imagen de él; lo produciría, pues, de una manera casual. En tanto produce es, por consiguiente, algo inmutable. Y si es inmutable en tanto produce, producirá realmente no de otro modo que según el modelo que lleva consigo. Esto es, producirá de una sola y única manera, porque, si produjese ahora de un modo y luego de otro, ¿qué impediría sus fracasos? Es claro que su obra contiene diferencias, aunque estas diferencias no provienen de la creación misma, sino de su sujeción a las razones seminales. Pero estas razones provienen del creador, de manera que la creación se acomoda necesariamente a ellas. Por consiguiente, el principio productor del universo no puede equivocarse nunca, ni mantenerse en la duda, como tampoco agriar el gesto, según la consideración de algunos respecto al gobierno del mundo. Porque, evidentemente, sólo se experimentan dificultades cuando se trabaja sobre algo extraño y que en verdad no se domina. Mas, quien realmente es dueño, y dueño único de su obra, ¿de qué otra cosa iba a tener necesidad sino de sí mismo y de su voluntad? Lo cual es igual que tener necesidad de su propia sabiduría, porque su voluntad es lo mismo que su sabiduría. Digamos, pues, que no necesita de nada extraño para producir, porque su sabiduría no es en él algo que le venga de fuera, sino algo que produce él mismo. No se sirve, por tanto, del razonamiento y de la memoria, cosas ambas que le son realmente extrañas.