Enéada IV, 4, 15 — A questão da temporalidade: as almas não estão no tempo

15. Mas he aquí una dificultad contra lo que ahora decimos: si la eternidad se da en la inteligencia y el tiempo en el alma — pues afirmamos que el tiempo sólo tiene existencia en relación con la actividad del alma y que, además, salió de ella — , ¿cómo la actividad del alma no se divide con el tiempo y, al volver sobre el pasado, no engendra a la vez la memoria en el alma del universo? Porque claro está que situamos la identidad en lo eterno y la diversidad en el tiempo; de otro modo, la eternidad y el tiempo, serian la misma cosa, si no atribuyésemos a las almas ningún cambio en sus actos. ¿Acaso se dará por bueno que nuestras almas admiten el cambio y cualquier otra falta que nosotros situamos en el tiempo, en tanto el alma del universo, que engendra el tiempo, queda colocada fuera de él? Pues bien; sea esto así. Pero, ¿cómo es que engendra el tiempo y no en cambio la eternidad? Lo que ella engendra, tendremos que contestar, no es realmente eterno, sino que está comprendido en el tiempo. Y las almas no se dan por entero en el tiempo, sino tan sólo sus afecciones y sus acciones. Todas las almas son eternas y el tiempo es algo posterior a ellas. Mas, lo que está en el tiempo es inferior al tiempo mismo, porque el tiempo debe abarcar necesariamente lo que se encuentra en él, como cuando se habla de lo que está en el lugar y en el número.