23> Conviene aceptar que la sensación es la percepción de lo sensible por el alma o por el ser animado cuando el alma aprehende las cualidades de los cuerpos e imprime en sí misma las formas de éstos. El alma, naturalmente, debe percibir las cosas por sí sola, o bien juntamente con otra cosa. Si sola, ¿cómo podría hacerlo? Ciertamente, percibiría lo que se da en sí misma y es bien sabido que ella es tan sólo un pensamiento. Y si percibe otras cosas, ha debido poseerlas primero, ya por hacerse semejante a ellas, ya por unirse a algún ser que con ella tiene semejanza. Pero no es posible que se haga semejante si realmente permanece en sí misma, porque, ¿cómo un punto podría hacerse semejante a una línea? Tampoco, naturalmente, la línea que está en el pensamiento podría ser semejante a la línea sensible, ni, por supuesto, el fuego o el hombre pensados al fuego o al hombre sensibles. Aun con mayor razón la naturaleza productora del hombre ha de ser diferente al hombre que engendra, ya que, si llega a aprehender a solas al hombre sensible, alcanzará únicamente su modelo inteligible, escapándosele en cambio el hombre sensible al no poseer ella nada con que pueda aprehenderlo.
Un objeto visible, cuando es visto desde lejos por el alma, envía hasta ella una forma, la cual, en su comienzo, resulta indivisible con relación al alma. Esta forma concluye en el objeto, del cual el alma ve su color y su figura tal como ellos son. No basta sólo, pues, para la percepción con el objeto exterior y el alma; si así fuese, el alma no se sentiría afectada. Es necesario un tercer término para poder sufrir la acción del objeto y recibir su forma. Ese tercer término debe ser afectado al mismo tiempo que el objeto y de la misma manera que él, lo cual supone que ha de tener su misma materia. A él corresponde sufrir y al alma, en cambio, conocer. Y debe ser afectado de tal modo que conserve algo del objeto que le afecta, sin ser idéntico a él. Pero, como algo intermedio entre el objeto y el alma debe experimentar también una afección que resulte intermedia entre lo sensible y lo inteligible, puesto que refiere uno a otro ambos puntos extremos. Es él, por tanto, quien puede recibir la forma para darla a conocer al alma, pues no en vano es capaz de hacerse semejante a una y a otra. Por ser órgano del conocimiento sensible no puede ser idéntico al sujeto que conoce ni al objeto que es conocido; pero podrá hacerse semejante a uno y a otro, al objeto externo por ser afectado por él, al sujeto interno porque de su experiencia se origina una forma en el alma.
Si hemos de hablar con toda propiedad, conviene admitir que las sensaciones tienen lugar por medio de órganos corpóreos. Esto es consecuencia de la naturaleza del alma, la cual no percibe nada sensible si permanece fuera del cuerpo. El órgano a que nos referimos debe ser, o todo el cuerpo, o una parte de él, elegida especialmente para esta función, como ocurre con el tacto y con la vista. Viendo el artificio de que se sirven los órganos se comprueba su carácter intermedio entre nosotros, que somos quienes juzgamos, y el objeto juzgado, ya que ellos nos dan a conocer los caracteres específicos de los objetos. Porque la regla adoptada para lo recto, tanto en el alma como en ‘la plancha de madera, es como algo intermedio entre ambas, sirviendo para que el artesano juzgue de la rectitud misma de la plancha.
Conviene, sin embargo, que el objeto juzgado se encuentre en contacto con el órgano, porque si el órgano se halla alejado de aquél podrá interponerse entre ellos alguna otra cosa, como acontece por ejemplo cuando el cuerpo siente el calor de un fuego que está alejado de él. Tendríamos que preguntarnos en este sentido si se da realmente la percepción aun sin la modificación del medio, esto es, si existiendo un vacío entre el órgano de la visión y el color, puede llegar a verse con la sola presencia del órgano. Pero se trata ya de otro punto. En cuanto a la sensación, queda claro que pertenece a un alma encerrada en un cuerpo y que se realiza por el cuerpo.