13. De ahí que, verdaderamente, el Uno sea algo inefable; porque, lo que digáis de El, será siempre alguna cosa. Ahora bien, lo que está más allá de todas las cosas, lo que está más allá de la venerable Inteligencia e, incluso, de la verdad que en todas las cosas, eso no tiene nombre, porque el mismo nombre sería algo diferente de él. (El Uno), pues, no es ninguna de las cosas, ni posee ningún nombre, porque nada puede decirse de él como de un sujeto. Sin embargo, en tanto nos es posible, tratamos de designarlo de alguna manera para nosotros mismos; pero, cuando caemos en la incertidumbre y afirmamos que “sí no tiene sensación ni conciencia de sí mismo, tampoco puede llegar a conocerse”, hemos de señalar que, al decir esto, nos volvemos en realidad hacia la hipótesis contraria. Pues lo hacemos múltiple al considerarlo cognoscible, y es más, al atribuirle el conocimiento y el pensamiento, admitimos también que tiene necesidad de pensar. Mas, una vez concedido esto, estimamos que el pensar es para él algo superfluo; porque, en nuestra opinión, el pensamiento sólo es posible por la reunión de muchas cosas en una y la conciencia simultánea de esta totalidad, lo cual se dice con razón del pensamiento de sí mismo, que es el pensamiento por excelencia. Si admitimos que cada ser es por sí mismo algo y que nada tiene que buscar, diremos también del pensamiento que, si tiende hacia algo exterior, es realmente deficiente y no puede ser considerado ya como el pensamiento esencialmente puro. Ahora bien, el principio absolutamente simple se basta por entero a sí mismo y, verdaderamente, de nada tiene necesidad; por supuesto, la segunda naturaleza se basta también enteramente, pero tiene necesidad de sí misma; esto es, tiene necesidad de pensarse a sí misma, porque un ser que tiene necesidad de sí mismo sólo se satisface con su totalidad y en la reunión consigo mismo; por tanto, uniéndose a sí mismo y volviendo también hacia sí su pensamiento. Mas, la conciencia simultánea de una totalidad es la sensación de una multiplicidad, como su mismo nombre lo indica. Y, si el pensamiento primero es la vuelta del ser sobre sí mismo, sin ningún género de duda este ser es múltiple. Por eso, si tuviese que decir “yo soy el ser” lo diría, y con razón, como si hubiese hecho un descubrimiento en sí mismo, porque es claro que el ser es múltiple. Y en el caso de que, por percibir algo simple, dijese también “yo soy el ser”, ocurriría que no se ha encontrado a sí mismo ni ha encontrado siquiera el ser; porque, al hablar del ser verdadero no puede hacerlo como de una piedra, ya que con esa sola palabra se dicen en realidad muchas cosas. Pues, este ser, si es un ser real y no algo que lleva tal nombre, por contener una huella del ser; si es como una imagen con relación a su modelo, entonces, necesariamente, contiene varias cosas. ¿Pero qué? ¿No se podrá pensar separadamente cada una de ellas? No, no podréis pensarlas si queréis mantenerlas separadas unas de otras; porque el ser múltiple en sí mismo y contiene todo aquello de lo que podáis hablar.
Pero, si es así, el ser que es el más simple de todos no tiene el pensamiento de sí mismo; pues, si lo tuviese, sería ser múltiple. Por tanto, ni se piensa a sí mismo, ni es objeto de pensamiento alguno.