Enéada V, 3, 17 — A alma não pode ter acesso ao Uno

17. ¿Qué cosa hay, pues, superior a la vida plenamente sabia, exenta de faltas y de errores, a la Inteligencia que posee todo, y a la vida y a la Inteligencia universales? Si respondiésemos que “el principio que las ha producido”, tendríamos que preguntarnos, entonces, cómo las ha producido. Y si no se muestra como un principio superior, nuestro razonamiento no alcanzará nada nuevo y quedará detenido en Inteligencia. Mas, deberemos elevarnos más allá de ella porque, entre otras muchas razones, la propiedad de bastarse sí misma se aplica a la Inteligencia por estar hecha de muchas cosas y mantenerse, a la vez, exterior a ellas. Cada una de estas cosas es claramente deficiente y es por ello por lo que participa en la misma unidad en la que Ella participa, sin ser, no obstante, el Uno en sí. ¿Qué es, por tanto, el Uno en el que ella participa y qué la hace ser, a la vez, que todas las demás cosas? Si produce el ser de todas las cosas y da a la pluralidad de ellas, con su sola presencia, el poder de bastarse a sí misma, es, en efecto, la causa productora de la esencia, de la esencia que se basta a sí misma, sin ser por ello la esencia, puesto que se encuentra más allá de la esencia y de los seres que se bastan a sí mismos.

¿Basta con esto y podemos dar de lado a la cuestión? No, porque mi alma, y ahora más que nunca, siente los dolores del parto. De tal modo que, colmada hasta el máximo de estos dolores, debe ya dar a luz precipitándose hacia el Uno. Y, no obstante, conviene conjurarla, si encontramos todavía algún encanto contra tales dolores. Porque, tal vez, su aquietamiento se origine con nuestros discursos, a condición de repetir con frecuencia sus encantos. Pero, ¿qué nuevo conjuro podríamos encontrar? Porque el alma, que corre en pos de todas las verdades, huye sin embargo de todas aquellas en las que participamos, en cuanto queremos decirlas o pensarlas; ya que conviene que el pensamiento discurso, si realmente quiere expresarse, aprehenda las cosas una as otra, cumpliendo así su camino. Ahora bien; ¿qué contacto podrá seguirse en lo que es absolutamente simple? Basta para ello con un contacto intelectual. Pero, con este contacto, cuando tiene lugar, no se da posibilidad ni tiempo alguno para poder expresar nada, siendo sólo más tarde ando se razona sobre él. Hemos de creer que lo vemos cuando el alma percibe súbitamente su luz; porque la luz proviene de él y es él mismo. Pensemos, pues, que está presente a nosotros cuando nos ilumina, cual si se tratase de otro dios que viene a una morada, obedeciendo a algún llamamiento; es claro que, si no hubiese venido, no nos habría iluminado. De la misma manera, el alma carece de luz ando no lo contempla; en cambio, cuando ha sido iluminada, tiene ya lo que ella buscaba. Tal es el fin verdadero del alma: el contacto con esa luz y la visión que tiene de ella, por medio de otra luz sino, precisamente, por esa misma luz que le da la visión. Porque lo que (el alma) debe contemplar es la luz por la que es iluminada. Y ni el sol es listo por otra luz. Pero, ¿cómo llegar a esto? Suprimid todo lo demás.