8. Pero ¿cuál es el inteligible que ve la Inteligencia y cuál es la inteligencia que ve, como si se viese a sí misma? ¿No convendrá que busquemos un inteligible tal como el color o la forma que se da en los cuerpos? Porque los inteligibles realmente algo que les precede. La razón espermática produce estas cosas no es idéntica a ellas, por el carácter invisible de su naturaleza. Y esto hay que afirmarlo, con razón de los inteligibles, ya que su naturaleza es la misma que la de los seres que los poseen, al igual que la razón espermática resulta ser idéntica al alma en la que ella reside. Pero el alma no ve lo que tiene en sí misma. Sin duda, porque no lo ha engendrado y porque ella misma es una imagen, como lo son también las razones espermáticas. La claridad, la verdad y la primacía deben atribuirse al ser del que provienen, ser que se pertenece a sí mismo y que existe por sí mismo. Pero una imagen no puede subsistir sin un objeto del que provenga y un sujeto en el que resida, porque conviene a la imagen el serlo precisamente de un objeto diferente de ella y el residir en un sujeto también diferente, salvo que permanezca unida a su modelo . De ahí que no contemple, porque no posee una luz suficiente para hacerlo. Y, aunque esto mismo le fuese posible encontraría su perfección en otra cosa y no se vería nunca a sí misma.
Nada de ello acontece en el mundo inteligible, sino que allí la visión se confunde con el objeto visible, de tal modo que el objeto visible es tal como es la visión y la visión tal como es el objeto visible. ¿Quién podrá decir lo que es? Sin duda, quien ve lo inteligible, esto es, la Inteligencia. Incluso en este mundo la visión es luz y, como está unida a la luz, ve realmente la luz, porque ve los colores. Pero, en el mundo inteligible, la visión no se ejercita con algo extraño sino que se realiza por sí misma, porque no tiene que mirar hacia afuera. Contempla una luz por medio de otra luz y no valiéndose de algo extraño. Se trata, pues, de una luz que ve otra luz, o mejor, de la luz que se ve a sí misma.
Esta luz ilumina al alma y la distingue con sus rayos. E, igualmente, la hace inteligible y semejante a sí misma, esto es, semejante a la luz que proviene de lo alto. Tal como vemos en el alma la huella de esta luz, así podremos imaginárnosla nosotros, pero en un grado de belleza, de magnitud y de claridad mucho mayor, que la aproxime a la naturaleza de la Inteligencia y de lo inteligible. Esta iluminación proporciona al alma una vida mucho más clara, que no es, sin embargo, la vida generadora; porque, todo lo contrario, hace que el alma se vuelva hacia sí misma y no le permite que se disperse, sino que la inclina a amar la claridad que hay en la Inteligencia. No se trata, ciertamente, de la vida sensitiva, porque mira hacia fuera de lo que conoce mejor por los sentidos, y el que recibió la luz de las cosas verdaderas mira menos a las cosas visibles que a sus contrarias. Nos queda por considerar que haya podido adquirir la vida intelectual, que es como una huella de la vida de la Inteligencia, en la que se encuentra la verdad.
La vida de la Inteligencia es como un acto. Ella es la luz primera, que ilumina primitivamente por sí misma cual una claridad que se vuelve hacia sí o luz que a la vez ilumina y es iluminada, verdadero inteligible en suma, que piensa y pensado, y es visto por sí mismo, sin tener necesidad de a cosa, ya que se basta a sí mismo para ver. Porque, en definitiva, lo que hace es verse a sí mismo. También por sí mismo es conocido de nosotros, pues el conocimiento que nosotros tenemos de él lo obtenemos gracias a él. De otro celo, ¿cómo podríamos hablar de él? Es realmente tal que se percibe claramente a sí mismo, nosotros nos percibimos gracias a él. Según estos razonamientos nuestra alma se eleva hacia él y se manifiesta como su imagen, de tal manera que la vida del alma es una imagen y una semejanza de lo inteligible. Y así cuando piensa, se hace semejante a Dios y a la Inteligencia. Si alguien le pregunta cuál es esta inteligencia plena y perfecta, que se conoce ya desde su principio, se coloca primeramente en la Inteligencia o deja el sitio al acto de la Inteligencia, aunque conservando en sí misma su recuerdo. Muestra, pues, las mismas propiedades que la Inteligencia y, como es su imagen, puede verla de alguna manera, gracias a la exactísima semejanza que presenta con ella esa parte del alma que puede alcanzar la semejanza con la Inteligencia.