12. Es preciso que percibamos cada cosa por la facultad cognoscitiva que corresponda; unas por los ojos, otras por los oídos y las demás de la misma forma. Y hemos de pensar, bien, que hay otras cosas que ve la Inteligencia, y que comprender no es escuchar ni ver. ¡Como si pudiese prescribirse que se ve con los oídos o que los sonidos no existen que no se los ve! Pensemos, sin embargo, que los hombres olvidadizos de lo que desde el principio y hasta ahora echan de menos y ansían. Todas las cosas tienden hacia El, desean por una necesidad de su naturaleza, como si sospechasen que no pueden existir sin El. En cuanto a lo que despierta nuestra admiración y nuestro amor, sólo de ser percibido por seres capaces de conocer y en estado vigilia; pero el Bien, en cambio, está ahí desde siempre y constituye el objeto de un deseo innato, incluso para los seres adormecidos, no llenándonos de admiración si alguna vez lo vemos porque ya se encuentra siempre presente y no tenemos necesidad de recordarlo. Ahí está, en efecto, aunque no lo veamos, porque está, incluso, presente para los seres adormecidos. El deseo de lo bello, cuando se hace presente, nos produce dolores, porque es preciso que lo veamos para que lo deseemos; se trata realmente de un amor de segundo grado, que se da en los seres que conocen, lo cual revela que lo bello ocupa, precisamente, el segundo rango. El deseo del Bien es más antiguo y no supone percepción de ninguna clase, por lo que se dice también que el Bien es más antiguo y anterior a lo bello. Quienes poseen el Bien piensan ya que tienen bastante y que han colmado sus deseos; pero lo bello no todos lo ven y piensan por ello que, si existe, existe para sí mismo, mas no para nosotros, porque la belleza de cada uno sólo pertenece al que la posee. Basta, por lo demás, parecer bello, aunque no se lo sea, en tanto en lo que concierne al Bien no resulta suficiente con la apariencia .Porque disputamos, rivalizamos y aun entramos en pendencia con lo bello por creerlo engendrado como nosotros mismos; cual si quisiésemos parecernos a alguien de rango inferior al rey y que pretendiese para sí la misma dignidad, aduciendo para ello que depende del mismo rey que él, pero desconociendo que si, en efecto, depende del rey, el otro personaje se encuentra realmente antes que él. La causa de este error estriba en que participamos en el mismo principio que lo bello y que el Uno es anterior, tanto a lo bello como a nosotros mismos; mas si el Bien no tiene necesidad de lo bello, lo bello, en cambio, sí tiene necesidad de Aquél. El Bien es dulce, bondadoso y delicado, encontrándose presente cuando así lo queremos. Lo bello produce estupor y turbación y origina placer con mezcla de dolor. Nos atrae, aun sin saberlo, fuera del Bien, lo mismo que el amado atrae a la amada fuera de la casa del padre, porque es más joven que el Bien. El Bien es más antiguo, no en el tiempo, sino verdaderamente, y por tener un poder anterior, ya que dispone de todo el poder posible. Lo que viene después de El no tiene ya todo el poder sino el que corresponde a un ser posterior y proveniente del Bien. De modo que el Bien es señor de todo el poder, porque no tiene necesidad de los seres que ha producido y, por ser así, abandona lo que ha engendrado y permanece tal como era antes de producir nada, pues, de nada tendría que ocuparse de no haber producido ningún ser. Si algo realmente puede provenir de El, El mismo no tiene por qué sentir envidia, ya que ninguna cosa puede nacer ni es capaz de venir sin El a la existencia, siendo así que El ha engendrado todas las cosas. Pero El mismo no constituye todas las cosas, para no tener necesidad de ellas; por el contrario, se encuentra por encima de todas las cosas y puede producirlas y permitir, incluso, que las cosas existan por sí mismas, aunque El permanezca sobre ellas.