23. Aquello que el alma persigue y que da luz a la Inteligencia, aquello cuya huella suscita nuestro movimiento, no es en modo alguno admirable que tenga un tal poder de atracción y que nos llame hacia caminos en los que erramos enteramente para descansar por entero en El. Porque es claro que todo viene de El, y nada está por encima de El sino que se subordina a El. ¿Cómo no iba a ser el Bien el mejor de los seres? Si realmente la naturaleza del Bien debe bastarse a sí misma en el más alto grado y no ha de necesitar ya de ninguna otra cosa, ¿podría encontrarse alguna naturaleza que la superase? Ya es lo que es antes de que exista otra cosa, antes incluso de que exista el mal. Si los males se hacen presentes con posterioridad en las cosas que no participan por completo del Bien y que se encuentran en los últimos grados, si en este camino hacia lo peor no se halla nada que exceda a los males, ciertamente hemos de decir que los males son lo contrario del Bien, sin que en esta oposición aparezca intermediario alguno1.
Eso es ciertamente el Bien; porque, o el Bien no existe por entero, o si necesariamente existe, eso tiene que ser y no otra cosa. Si se dijese que el Bien no existe, suprimiríamos de raíz el mal. Indiferente resultaría entonces la preferencia por una u otra naturaleza, lo cual parece imposible. Todo lo que cae en el campo de los bienes refiérese a El, pero El en cambio no se refiere a nada. ¿Qué es, pues, lo que produce este Ser? Produjo la Inteligencia, produjo la vida y, por intermedio de la Inteligencia, las almas y todos los seres que participan de la razón y de la vida. Siendo como es la fuente y el principio de todos estos seres, ¿quién podría decir de qué modo y en qué medida es Bien? Pero, ¿qué es lo que hace ahora el Bien? Ahora conserva los seres, hace que piensen los seres inteligentes proveyéndoles de inteligencia, y hace asimismo que vivan los seres vivos insuflándoles la vida. Hace, en fin, que puedan existir los seres que no serían capaces de vivir.
Dice Plotino en la Enéada primera, 8, 3: Convendría pensar el mal en relación al Bien de la misma manera que consideramos la falta de medida en relación a la medida, o lo ilimitado con respecto a lo limitado, o lo que no tiene forma con relación a lo que la tiene, o lo que siempre es incompleto con respecto al ser autárquico. Pues el mal es siempre indeterminado, nunca estable, por completo pasivo, desaseado y enteramente pobre. ↩