Excerto de Pierre Aubenque, La Prudencia en Aristóteles (p. 105-16)
Completamente distinta es la relación que Aristóteles instituye entre la sabiduría y la prudencia, por la simple razón de que ningún saber humano llegará jamás a llenar la distancia entre una y otra. Lo que para Aristóteles separa al hombre de la sabiduría y requiere que actúe según las reglas de la prudencia, a falta de otras mejores, no es sólo su propia imperfección, sino la incompleción del mundo. Así como el sabio estoico es una parte del mundo, el mundo, a causa de su contingencia, separa de la sabiduría al hombre aristotélico. La sabiduría de lo inmutable no nos es de ninguna ayuda en un mundo donde todo nace y perece. Al menos no tiene para nosotros más que el valor de ejemplo un poco lejano. Esperando poder [106] diatamente en nosotros mismos el orden que vemos en el cielo, nos corresponde ordenar el mundo, no negándolo en provecho de otro mundo, sino comprometiéndonos en él, pactando con él en caso necesario, sirviéndonos de él para llevarlo a su plenitud. Tal es la tarea, provisional, pero sin duda indefinidamente provisional, que el hombre debe asumir en el mundo tal como es, y que no se volvería inútil más que el día, siempre aplazado, en que la razón y el trabajo del hombre hubieran dominado enteramente el azar.1 Aunque Aristóteles distingue claramente la habilidad técnica, que es indiferente a sus fines, y la prudencia, que es moral en sus fines como en sus medios, le queda la tentación de pensar la acción moral de acuerdo con el modelo de la actividad técnica, puesto que se trata, en uno y otro caso, de insinuarse en la contingencia, y de racionalizar no solamente al hombre, sino al mundo. La vida moral no se confunde, para Aristóteles, ni con la contemplación ni con la voluntad recta. Pero, como el trabajo con el que es a menudo comparada, comporta el doble discernimiento de lo posible y de lo deseable, la adaptación de los medios a los fines, pero también de los fines a los medios. El sabio estoico se considerará él mismo como una obra de arte, reflejo de un mundo acabado. El prudente de Aristóteles está más bien en la situación del artista que tiene primero que hacer, para vivir en un mundo en el que pueda ser verdaderamente hombre. La moral de Aristóteles es, si no por vocación, al menos por condición, una moral del hacer, antes de ser y para ser una moral del ser.
Igualmente el arte humano y la consecuente división entre el trabajo servil y la actividad libre se volverían inútiles el día en que «los telares funcionaran solos» (Política, I, 4, 1253b 33-1254a 1). Pero Aristóteles escribe esta frase en sentido irreal. ↩