Martínez Hernández
»Entonces, Aristófanes —me dijo Aristodemo—, tomando a continuación 189ala palabra, dijo:
—Efectivamente, se me ha pasado, pero no antes de que le aplicara el estornudo, de suerte que me pregunto con admiración si la parte ordenada de mi cuerpo desea semejantes ruidos y cosquilleos, como es el estornudo, por tanto cesó el hipo tan pronto como le apliqué el estornudo.
»A lo que respondió Erixímaco:
—Mi buen Aristófanes, mira qué haces. Bromeas cuando estás a punto de hablar y me obligas a convertirme en guardián de tu discurso para ver si dices algo risible, a pesar de que te es posible hablar en paz.b
»Y Aristófanes, echándose a reír, dijo:
—Dices bien, Erixímaco, y considérese que no he dicho lo que acabo de decir. Pero no me vigiles, porque lo que yo temo en relación con lo que voy a decir no es que diga cosas risibles —pues esto sería un beneficio y algo característico de mi musa—, sino cosas ridículas.
—Después de tirar la piedra —dijo Erixímaco—Aristófanes, crees que te vas a escapar. Mas presta atención y habla como si fueras a dar cuenta de lo que digas. No obstante, quizá, si me parece, te perdonaré.
c—Efectivamente, Erixímaco —dijo Aristófanes—, tengo la intención de hablar de manera muy distinta a como tú y Pausanias habéis hablado. Pues, a mi parecer, los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros, puesto que si se hubiesen percatado le habrían levantado los mayores templos y altares y le harían los más grandes sacrificios, no como ahora, que no existe nada de esto relacionado con él, siendo así que debería existir por encima de todo. Pues es el más filántropo de los dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de enfermedades dtales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano. Intentaré, pues, explicaros su poder y vosotros seréis los maestros de los demás. Pero, primero, es preciso que conozcáis la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente. En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, emasculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la forma de cada persona era totalmente redonda, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, el mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además 190acuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros, que entonces eran ocho. Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues btambién la luna participa de uno y de otro. Precisamente eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitores. Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban csolución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: «Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo —dijo— los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a dla vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. Andarán rectos sobre dos piernas y si nos parece que todavía perduran en su insolencia y no quieren permanecer tranquilos, de nuevo —dijo— los cortaré en dos mitades, de modo que caminarán dando saltos sobre una sola pierna». Dicho esto, cortaba a cada individuo en dos mitades, como los que cortan las serbas y las ponen en conserva o ecomo los que cortan los huevos con crines. Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llaman precisamente ombligo. 191aAlisó las otras arrugas en su mayoría y modeló también el pecho con un instrumento parecido al de los zapateros cuando alisan sobre la horma los pliegues de los cueros. Pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo estado. Así pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no bquerer hacer nada separados unos de otros. Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora precisamente llamamos mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo. Compadeciéndose entonces Zeus, inventa otro recurso y traslada sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. De esta forma, pues, cambió hacia la parte frontal sus órganos genitales y cconsiguió que mediante éstos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombro con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas de la vida. Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un dsímbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia, cuantos hombres son sección de aquel ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras. Pero cuantas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, esino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas. Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se 192aequivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos. Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando son ya unos hombres, aman a los mancebos y no prestan batención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía. Por consiguiente, el que es de tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que siempre se apega a lo que le está emparentado. Pero cuando se encuentran con aquella auténtica mitad de sí mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados cpor afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento. Éstos son los que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello fuera el contacto de las relaciones sexuales y que, precisamente por esto, el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran empeño. Antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien adivina dlo que quiere y lo insinúa enigmáticamente. Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: «¿Qué es, realmente, lo que queréis, hombres, conseguir uno del otro?», y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: «¿Acaso lo que deseáis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día os separéis el uno del otro? Si realmente deseáis esto, quiero fundiros ey soldaros en uno solo, de suerte que siendo dos lleguéis a ser uno, y mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común y, cuando muráis, también allí en el Hades seáis uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Mirad, pues, si deseáis esto y estaréis contentos si lo conseguís». Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado. Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad. Antes, como digo, éramos 193auno, pero ahora, por nuestra iniquidad, hemos sido separados por la divinidad, como los arcadios por los lacedemonios. Existe, pues, el temor de que, si no somos mesurados respecto a los dioses, podamos ser partidos de nuevo en dos y andemos por ahí como los que están esculpidos en relieve en las estelas, serrados en dos por la nariz, convertidos en téseras. Ésta es la razón, precisamente, por la que todo hombre debe exhortar a otros a ser piadoso con los dioses en todo, para evitar lo uno y conseguir lo otro, siendo Eros nuestro guía y caudillo. Que nadie obre ben su contra —y obra en su contra el que se enemista con los dioses—, pues si somos sus amigos y estamos reconciliados con el dios, descubriremos y nos encontraremos con nuestros propios amados, lo que ahora consiguen sólo unos pocos. Y que no me interrumpa Erixímaco para burlarse de mi discurso diciendo que aludo a Pausanias y a Agatón, pues tal vez también ellos pertenezcan realmente a esta clase y sean ambos varones por naturaleza. Yo me estoy refiriendo a todos, hombres cy mujeres, cuando digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza. Y si esto es lo mejor, necesariamente también será lo mejor lo que, en las actuales circunstancias, se acerque más a esto, a saber, encontrar un amado que por naturaleza responda a nuestras aspiraciones. Por consiguiente, si celebramos al dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos procura los mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro dlas mayores esperanzas de que, si mostramos piedad con los dioses, nos hará dichosos y plenamente felices, tras restablecernos en nuestra antigua naturaleza y curarnos.
»Éste, Erixímaco, es —dijo— mi discurso sobre Eros, distinto, por cierto, al tuyo. No lo ridiculices, como te pedí, para que oigamos también qué va a decir cada uno de los restantes o, más bien, cada uno ede los otros dos, pues quedan Agatón y Sócrates.
—Pues bien, te obedeceré —me dijo Aristodemo que respondió Erixímaco—, pues también a mí me ha gustado oír tu discurso. Y si no supiera que Sócrates y Agatón son formidables en las cosas del amor, mucho me temería que vayan a estar faltos de palabras, por lo mucho y variado que ya se ha dicho. En este caso, sin embargo, tengo plena confianza.
—Tú mismo, Erixímaco —dijo entonces Sócrates—, has competido, 194aen efecto, muy bien, pero si estuvieras donde estoy yo ahora, o mejor, tal vez, donde esté cuando Agatón haya dicho también su bello discurso, tendrías en verdad mucho miedo y estarías en la mayor desesperación, como estoy yo ahora.
—Pretendes hechizarme, Sócrates —dijo Agatón— para que me desconcierte, haciéndome creer que domina a la audiencia una gran expectación ante la idea de que voy a pronunciar un bello discurso.
—Sería realmente desmemoriado, Agatón —respondió Sócrates—, bsi después de haber visto tu hombría y elevado espíritu al subir al escenario con los actores y mirar de frente a tanto público sin turbarte lo más mínimo en el momento de presentar tu propia obra, creyese ahora que tú ibas a quedar desconcertado por causa de nosotros, que sólo somos unos cuantos hombres.
—¿Y qué, Sócrates? —dijo Agatón—. ¿Realmente me consideras tan saturado de teatro como para ignorar también que, para el que tenga un poco de sentido, unos pocos inteligentes son más de temer que muchos estúpidos?
—En verdad no haría bien, Agatón —dijo Sócrates—, si tuviera csobre ti una rústica opinión. Pues sé muy bien que si te encontraras con unos pocos que consideraras sabios, te preocuparías más de ellos que de la masa. Pero tal vez nosotros no seamos de esos inteligentes, pues estuvimos también allí y éramos parte de la masa. No obstante, si te encontraras con otros realmente sabios, quizás te avergonzarías ante ellos, si fueras consciente de hacer algo que tal vez fuera vergonzoso. ¿O qué te parece?
—Que tienes razón —dijo.
—¿Y no te avergonzarías tú ante la masa, si creyeras hacer algo vergonzoso?
»Entonces, Fedro —me contó Aristodemo— les interrumpió y dijo:
d—Querido Agatón, si respondes a Sócrates, ya no le importará nada de qué manera se realice cualquiera de nuestros proyectos actuales, con tal que tenga sólo a uno con quien pueda dialogar, especialmente si es bello. A mí, es verdad, me gusta oír dialogar a Sócrates, pero no tengo más remedio que preocuparme del encomio a Eros y exigir un discurso de cada uno de vosotros. Por consiguiente, después de que uno y otro hayan hecho su contribución al dios, entonces ya dialoguen.
e—Dices bien, Fedro —respondió Agatón—; ya nada me impide hablar, pues con Sócrates podré dialogar, también, después, en otras muchas ocasiones.
Cousin
(189a) Aristophane répondit :
— « Il est cessé en effet, mais ce n’a pu être que par l’éternuement ; et j’admire que la bonne disposition du corps demande un mouvement comme celui-là, accompagné de bruits et d’agitations ridicules ; car le hoquet a cessé aussitôt que j’ai eu éternué.
— Prends garde, Aristophane, à ce que tu fais, dit Éryximaque ; tu es sur le point de parler et tu plaisantes à mes dépens. Sais-tu, mon cher, que ta raillerie pourrait bien m’obliger (189b) à te surveiller, et à voir un peu s’il ne t’échappera rien qui prête à rire ? tu cherches la guerre quand tu peux avoir la paix.
— Tu as fort raison, Éryximaque, répondit Aristophane en souriant ; prends que je n’ai rien dit ; de l’indulgence, je te prie ; car je crains, non pas de faire rire avec mon discours, ce qui serait pour moi une bonne fortune et le triomphe de ma muse, mais de dire des choses qui soient ridicules.
— Aristophane, reprit Éryximaque, tu jettes ta flèche et tu t’enfuis. Mais crois-tu échapper ? Fais bien attention à ce que tu vas dire, et parle comme un homme qui doit rendre compte de chacune de ses paroles. (189c) Peut-être, s’il m’en prend envie, je, te traiterai avec indulgence.
— « À la bonne heure, Éryximaque, dit Aristophane. Aussi bien je me propose de parler bien autrement que vous avez fait, Pausanias et toi. Il me semble que jusqu’ici les hommes n’ont nullement connu la puissance de l’Amour ; car s’ils la connaissaient, ils lui élèveraient des temples et lui offriraient des sacrifices ; ce qui n’est point en pratique, quoique rien ne fut plus convenable : car c’est celui de tous les dieux qui répand le plus de bienfaits sur les hommes ; (189d) il est leur protecteur et leur médecin, et les guérit des maux qui s’opposent à la félicité du genre humain. Je vais essayer de vous faire connaître la puissance de l’Amour, et vous enseignerez aux autres ce que vous aurez appris de moi. Mais il faut commencer par dire quelle est la nature de l’homme et quels sont les changements qu’elle a subis.
« La nature humaine était primitivement bien différente de ce qu’elle est aujourd’hui. D’abord, il y avait trois sortes d’hommes, les deux sexes qui subsistent encore, (189e) et un troisième composé des deux premiers et qui les renfermait tous deux : il s’appelait androgyne ; il a été détruit, et la seule chose qui en reste, est le nom qui est en opprobre. Puis tous les hommes généralement étaient d’une figure ronde, avaient des épaules et des côtes attachées ensemble, quatre bras, quatre jambes, deux visages opposés l’un à l’autre et parfaitement semblables, (190a) sortant d’un seul cou et tenant à une seule tête » quatre oreilles, un double appareil des organes de la génération, et tout le reste dans la même proportion. Leur démarche était droite comme la nôtre, et ils n’avaient pas besoin de se tourner pour suivre tous les chemins qu’ils voulaient prendre ; quand ils voulaient aller plus vite, ils s’appuyaient de leurs huit membres, par un mouvement circulaire, comme ceux qui les pieds en l’air imitent la roue. La différence qui se trouve (190b) entre ces trois espèces d’hommes vient de la différence de leurs principes : le sexe masculin est produit par le soleil, le féminin par la terre, et celui qui est composé de deux, par la lune, qui participe de la terre et du soleil. Ils tenaient de leurs principes leur figure et leur manière de se mouvoir, qui est sphérique. Leurs corps étaient robustes et leurs courages élevés, ce qui leur inspira l’audace de monter jusqu’au ciel et de combattre contre les dieux, ainsi qu’Homère l’écrit d’Éphialtès et d’Otos. (190c) Jupiter examina avec les dieux ce qu’il y avait à faire dans cette circonstance.
La chose n’était pas sans difficulté : les dieux ne voulaient pas les détruire comme ils avaient fait les géants en les foudroyant, car alors le culte que les hommes leur rendaient et les temples qu’ils leur élevaient, auraient aussi disparu ; et, d’un autre côté, une telle insolence ne pouvait être soufferte. Enfin, après bien des embarras, il vint une idée à Jupiter : Je crois avoir trouvé, dit-il, un moyen de conserver les hommes et de les rendre plus retenus, (190d) c’est de diminuer leurs forces : je les séparerai en deux ; par là ils deviendront faibles ; et nous aurons encore un autre avantage, qui sera d’augmenter le nombre de ceux qui nous servent : ils marcheront droits, soutenus de deux jambes seulement ; et, si après cette punition leur audace subsiste, je les séparerai de nouveau, et ils seront réduits à marcher sur un seul pied, comme ceux qui dansent sur les outres à la fête de Bacchus.
Après cette déclaration le dieu fit la séparation qu’il venait de résoudre, et il la fit de la manière (190e) que l’on coupe les œufs lorsqu’on veut les saler, ou qu’avec un cheveu on les divise en deux parties égales. Il commanda ensuite à Apollon de guérir les plaies, et de placer le visage des hommes du côté que la séparation avait été faite, afin que la vue de ce châtiment les rendît plus modestes. Apollon obéit, mit le visage du coté indiqué, et, ramassant les peaux coupées sur ce qu’on appelle aujourd’hui le ventre, il les réunit toutes à la manière d’une bourse que l’on ferme, n’y laissant qu’une ouverture qu’on appelle le nombril.
Quant aux autres plis (191a) en très-grand nombre, il les polit et façonna la poitrine avec un instrument semblable à celui dont se servent les cordonniers pour polir les souliers sur la forme, et laissa seulement quelques plis sur le ventre et le nombril, comme des souvenirs de l’ancien état. Cette division étant faite, chaque moitié cherchait à rencontrer celle qui lui appartenait ; et s’étant trouvées toutes les deux, elles se joignaient avec une telle ardeur dans le désir de rentrer dans leur ancienne unité, qu’elles périssaient dans cet embrassement de faim (191b) et d’inaction, ne voulant rien faire l’une sans l’autre.
Quand l’une des deux périssait, celle qui restait en cherchait une autre, à laquelle elle s’unissait de nouveau, soit qu’elle fut la moitié d’une femme entière, ce qu’aujourd’hui nous autres nous appelons une femme, soit que ce fût une moitié d’homme ; et ainsi la race allait s’éteignant.
Jupiter, touché de ce malheur, imagine un autre expédient. Il change de place les instruments de la génération et les met par-devant. Auparavant ils étaient par-derrière, et on concevait, (191c) et l’on répandait la semence, non l’un dans l’autre, mais à terre, comme les cigales. Il les mit donc par-devant, et de cette manière la conception se fit par la conjonction du mâle et de la femelle. Il en résulta que, si l’homme s’unissait à la femme, il engendrait et perpétuait l’espèce, et que, si le mâle s’unissait au mâle, la satiété les séparait bientôt et les renvoyait aux travaux et à tous les soins de la vie. Voilà comment l’amour (191d) est si naturel à l’homme ; l’amour nous ramène à notre nature primitive et, de deux êtres n’en faisant qu’un, rétablit en quelque sorte la nature humaine dans son ancienne perfection. Chacun de nous n’est donc qu’une moitié d’homme, moitié qui a été séparée de son tout, de la même manière que l’on sépare une sole. Ces moitiés cherchent toujours leurs moitiés.
Les hommes qui sortent de ce composé des deux sexes, nommé androgyne, (191e) aiment les femmes, et la plus grande partie des adultères appartiennent à cette espèce, comme aussi les femmes qui aiment les hommes. Mais pour les femmes qui sortent d’un seul sexe, le sexe féminin, elles ne font pas grande attention aux hommes, et sont plus portées pour les femmes ; c’est à cette espèce qu’appartiennent les tribades. Les hommes qui sortent du sexe masculin recherchent le sexe masculin. Tant qu’ils sont jeunes, comme portion du sexe masculin, ils aiment les hommes, ils se plaisent à coucher avec eux et à être dans leurs bras ; (192a) ils sont les premiers parmi les jeunes gens, leur caractère étant le plus mâle ; et c’est bien à tort qu’on leur reproche de manquer de pudeur : car ce n’est pas faute de pudeur qu’ils se conduisent ainsi, c’est par grandeur d’âme, par générosité de nature et virilité qu’ils recherchent leurs semblables ; la preuve en est qu’avec le temps ils se montrent plus propres que les autres à servir la chose publique.
Dans l’âge mûr (192b) ils aiment à leur tour les jeunes gens : ils n’ont aucun goût pour se marier et avoir des enfants, et ne le font que pour satisfaire à la loi ; ils préfèrent le célibat avec leurs amis. Ainsi, aimant ou aimé, le but d’un pareil homme est de s’approcher de ce qui lui ressemble.
Arrive-t-il à celui qui aime les jeunes gens ou à tout autre de rencontrer sa moitié ? la tendresse, la sympathie, (192c) l’amour les saisit d’une manière merveilleuse : ils ne veulent plus se séparer, fût-ce pour le plus court moment. Et ces mêmes êtres qui passent leur vie ensemble, ils ne sont pas en état de dire ce qu’ils veulent l’un de l’autre : car il ne paraît pas que le plaisir des sens soit ce qui leur fait, trouver tant de bonheur à être ensemble ; il est clair que leur âme (192d) veut quelque autre chose qu’elle ne peut dire, qu’elle devine et qu’elle exprime énigmatiquement par ses transports prophétiques.
Et si, quand ils sont dans les bras l’un de l’autre, Vulcain, leur apparaissant avec les instruments de son art, leur disait : Qu’est-ce que vous demandez réciproquement ? Et que, les voyant hésiter, il continuât à les interroger ainsi : Ce que vous voulez, n’est-ce pas d’être tellement unis ensemble que ni jour ni nuit vous ne soyez jamais l’un sans l’autre ? Si c’est là ce que vous désirez, je vais vous fondre, (192e) et vous mêler de telle façon, que vous ne serez plus deux personnes, mais une seule et que, tant que vous vivrez, vous vivrez d’une vie unique, et que, quand vous serez morts, là aussi dans le séjour des ombres, vous ne serez pas deux, mais un seul. Voyez donc encore une fois si c’est là ce que vous voulez et si, ce désir rempli, vous serez parfaitement heureux.
Oui, si Vulcain leur tenait ce discours, nous sommes convaincus qu’aucun d’eux ne refuserait et que chacun conviendrait qu’il vient réellement d’entendre développer ce qui était de tout temps au fond de son âme : le désir d’un mélange si parfait avec la personne aimée qu’on ne soit plus qu’un avec elle. La cause en est que notre nature primitive était une, et que nous étions autrefois un tout parfait ; le désir (193a) et la poursuite de cette unité s’appelle amour. Primitivement, comme je l’ai déjà dit, nous étions un ; mais en punition de notre injustice nous avons été séparés par Jupiter, comme les Arcadiens par les Lacédémoniens.
Nous devons donc prendre garde à ne commettre aucune faute contre les dieux, de peur d’être exposés à une seconde division, et de devenir comme ces figures représentées de profil au bas des colonnes, n’ayant qu’une moitié de visage, et semblables à des dés séparés en deux. Exhortons-nous réciproquement à honorer (193b) les dieux, afin d’éviter un nouveau châtiment, et de revenir à l’unité sous les auspices et la conduite de l’Amour ; que personne ne se mette en guerre avec l’Amour, et c’est se mettre en guerre avec lui que de se révolter contre les dieux : rendons-nous l’Amour favorable, et il nous fera trouver cette partie de nous-mêmes nécessaire à notre bonheur, et qui n’est accordée aujourd’hui qu’à un petit nombre de privilégiés.
Qu’Éryximaque ne s’avise pas de critiquer ces dernières paroles, comme si elles regardaient Pausanias et Agathon ; car peut-être (193c) sont-ils de ce petit nombre et appartiennent-ils l’un et l’autre à la nature mâle et généreuse. Quoi qu’il en soit, je suis certain que nous serons tous heureux, hommes et femmes, si l’amour donne à chacun de nous sa véritable moitié et le ramène à l’unité primitive. Cette unité étant l’état le meilleur, on ne peut nier que l’état qui en approche le plus ne soit aussi le meilleur en ce monde, et cet état, c’est la rencontre et la possession d’un être selon, son cœur.
Si donc le dieu qui nous procure ce bonheur a droit à nos louanges, (193d) louons l’Amour, qui non-seulement nous sert en cette vie, en nous faisant rencontrer ce qui nous convient, mais qui nous offre aussi les plus grands motifs d’espérer qu’après cette vie, si nous sommes fidèles aux dieux, il nous rétablira dans notre première nature, et, venant au secours de notre faiblesse, nous donnera un bonheur sans mélange.
« Voilà, Éryximaque, mon discours sur l’amour ; il est différent du tien, mais, je t’en conjure encore une fois, ne t’en moque point, afin que nous puissions entendre les autres, ou plutôt les deux autres ; (193e) car Agathon et Socrate sont les seuls qui restent.
— « Je t’obéirai, dit Éryximaque, et d’autant plus volontiers que ton discours m’a charmé, mais à un tel point que, si je ne connaissais combien sont éloquents Socrate et Agathon en matière d’amour, je craindrais fort qu’ils ne demeurassent court, la matière paraissant épuisée par tout ce qui a été dit jusqu’à présent. Cependant j’attends encore beaucoup d’eux. (194a)
— Tu t’es très-bien tiré d’affaire, Éryximaque, dit Socrate ; mais, si tu étais où j’en suis et où j’en serai plus encore quand Agathon aura parlé, tu tremblerais et serais tout aussi embarrassé que moi.
— Tu veux donc, ô Socrate, dit Agathon, me jeter un sort, et me troubler l’esprit en me faisant croire que l’assemblée est dans l’attente, comme si je devais dire les plus belles choses.
— J’aurais bien peu de mémoire, Agathon, reprit Socrate, (194b) si toi, que j’ai vu monter avec tant de fermeté sur la scène, environné des comédiens, et, regardant en face une si grande assemblée, réciter tes vers sans aucune émotion, j’allais croire que tu puisses te troubler pour quelques personnes comme nous !
— Ah ! je te prie, répondit Agathon, ne crois pas, Socrate, que je sois tellement enivré du théâtre, que j’ignore combien, pour un homme sensé, le jugement d’un petit nombre de sages est plus redoutable que celui d’une multitude de fous. (194c)
— Je serais bien injuste si je doutais de ton bon goût ; je suis persuadé que si tu te trouvais avec un petit nombre de personnes qui te paraîtraient sages, tu les préférerais à la foule ; mais peut-être ne sommes-nous pas de ces sages ; car enfin nous étions aussi au théâtre et nous faisions partie de la foule. Mais supposé que tu te trouvasses avec d’autres qui fussent des sages, ne craindrais-tu pas de faire quelque chose qu’ils pussent désapprouver?
— Oui certainement, je le craindrais, répondit Agathon.
— Et n’aurais-tu pas la même crainte vis-à-vis la foule ? reprit Socrate. (194d)
Là-dessus, Phèdre prit la parole, et dit :
— Mon cher Agathon, si tu continues de répondre à Socrate, il ne se mettra plus en peine du reste, pourvu qu’il ait avec qui causer, surtout si c’est quelqu’un qui ait de la beauté. Moi aussi j’aime à entendre Socrate ; mais c’est aujourd’hui un devoir pour moi de veiller à ce que l’Amour ne perde rien des louanges qui lui sont dues, et je dois demander à chacun de vous sa part. Quand vous aurez l’un et l’autre payé votre dette au dieu, vous pourrez causer tant qu’il voudra. (194e)
— Tu as raison, Phèdre, reprit Agathon, et me voilà prêt à parler ; car aussi bien pourrai-je rentrer une autre fois en conversation avec Socrate. Je vais donc établir d’abord le plan de mon discours, et je commencerai.
Jowett
Eryximachus said: Beware, friend Aristophanes, although you are going to speak, you are making fun of me; and I shall have to watch and see whether I cannot have a laugh at your expense, when you might speak in peace.
You are quite right, said Aristophanes, laughing. I will unsay my words; but do you please not to watch me, as I fear that in the speech which I am about to make, instead of others laughing with me, which is to the manner born of our muse and would be all the better, I shall only be laughed at by them.
Do you expect to shoot your bolt and escape, Aristophanes? Well, perhaps if you are very careful and bear in mind that you will be called to account, I may be induced to let you off.
The original human nature unlike the present.The three sexes; their form and origin.Their rebellious spirit.Various operations are performed on them by the command of Zeus.The two halves wander about longing after one another.The characters of men and women depend upon the nature from which they were originally severed.The strong presentiment which lovers have of they know not what.Worse may yet befall men unless they worship the Gods; they may be not halved only, but quartered.Aristophanes deprecates ridicule.
Aristophanes professed to open another vein of discourse; he had a mind to praise Love in another way, unlike that either of Pausanias or Eryximachus. Mankind, he said, judging by their neglect of him, have never, as I think, at all understood the power of Love. For if they had understood him they would surely have built noble temples and altars, and offered solemn sacrifices in his honour; but this is not done, and most certainly ought to be done: since of all the gods he is the best friend of men, the helper and the healer of the ills which are the great impediment to the happiness of the race. I will try to describe his power to you, and you shall teach the rest of the world what I am teaching you. In the first place, let me treat of the nature of man and what has happened to it; for the original human nature was not like the present, but different. The sexes were not two as they are now, but originally three in number; there was man, woman, and the union of the two, having a name corresponding to this double nature, which had once a real existence, but is now lost, and the word ‘Androgynous’ is only preserved as a term of reproach. In the second place, the primeval man was round, his back and sides forming a circle; and he had four hands and four feet, one head with Jowett1892: 190two faces, looking opposite ways, set on a round neck and precisely alike; also four ears, two privy members, and the remainder to correspond. He could walk upright as men now do, backwards or forwards as he pleased, and he could also roll over and over at a great pace, turning on his four hands and four feet, eight in all, like tumblers going over and over with their legs in the air; this was when he wanted to run fast. Now the sexes were three, and such as I have described them; because the sun, moon, and earth are three; and the man was originally the child of the sun, the woman of the earth, and the man–woman of the moon, which is made up of sun and earth, and they were all round and moved round and round like their parents. Terrible was their might and strength, and the thoughts of their hearts were great, and they made an attack upon the gods; of them is told the tale of Otys and Ephialtes who, as Homer says, dared to scale heaven, and would have laid hands upon the gods. Doubt reigned in the celestial councils. Should they kill them and annihilate the race with thunderbolts, as they had done the giants, then there would be an end of the sacrifices and worship which men offered to them; but, on the other hand, the gods could not suffer their insolence to be unrestrained. At last, after a good deal of reflection, Zeus discovered a way. He said: ‘Methinks I have a plan which will humble their pride and improve their manners; men shall continue to exist, but I will cut them in two and then they will be diminished in strength and increased in numbers; this will have the advantage of making them more profitable to us. They shall walk upright on two legs, and if they continue insolent and will not be quiet, I will split them again and they shall hop about on a single leg.’ He spoke and cut men in two, like a sorb–apple which is halved for pickling, or as you might divide an egg with a hair; and as he cut them one after another, he bade Apollo give the face and the half of the neck a turn in order that the man might contemplate the section of himself: he would thus learn a lesson of humility. Apollo was also bidden to heal their wounds and compose their forms. So he gave a turn to the face and pulled the skin from the sides all over that which in our language is called the belly, like the purses which draw in, and he made one mouth at the centre, which he fastened in a knot (the same which is called the navel); he also moulded the breast and took out most of the wrinkles, Jowett1892: 191much as a shoemaker might smooth leather upon a last; he left a few, however, in the region of the belly and navel, as a memorial of the primeval state. After the division the two parts of man, each desiring his other half, came together, and throwing their arms about one another, entwined in mutual embraces, longing to grow into one, they were on the point of dying from hunger and self–neglect, because they did not like to do anything apart; and when one of the halves died and the other survived, the survivor sought another mate, man or woman as ‘we call them,—being the sections of entire men or women,—and clung to that. They were being destroyed, when Zeus in pity of them invented a new plan: he turned the parts of generation round to the front, for this had not been always their position, and they sowed the seed no longer as hitherto like grasshoppers in the ground, but in one another; and after the transposition the male generated in the female in order that by the mutual embraces of man and woman they might breed, and the race might continue; or if man came to man they might be satisfied, and rest, and go their ways to the business of life: so ancient is the desire of one another which is implanted in us, reuniting our original nature, making one of two, and healing the state of man. Each of us when separated, having one side only, like a flat fish, is but the indenture of a man, and he is always looking for his other half. Men who are a section of that double nature which was once called Androgynous are lovers of women; adulterers are generally of this breed, and also adulterous women who lust after men: the women who are a section of the woman do not care for men, but have female attachments; the female companions are of this sort. But they who are a section of the male follow the male, and while they are young, being slices of Jowett1892: 192the original man, they hang about men and embrace them, and they are themselves the best of boys and youths, because they have the most manly nature. Some indeed assert that they are shameless, but this is not true; for they do not act thus from any want of shame, but because they are valiant and manly, and have a manly countenance, and they embrace that which is like them. And these when they grow up become our statesmen, and these only, which is a great proof of the truth of what I am saying. When they reach manhood they are lovers of youth, and are not naturally inclined to marry or beget children,—if at all, they do so only in obedience to the law; but they are satisfied if they may be allowed to live with one another unwedded; and such a nature is prone to love and ready to return love, always embracing that which is akin to him. And when one of them meets with his other half, the actual half of himself, whether he be a lover of youth or a lover of another sort, the pair are lost in an amazement of love and friendship and intimacy, and one will not be out of the other’s sight, as I may say, even for a moment: these are the people who pass their whole lives together; yet they could not explain what they desire of one another. For the intense yearning which each of them has towards the other does not appear to be the desire of lover’s intercourse, but of something else which the soul of either evidently desires and cannot tell, and of which she has only a dark and doubtful presentiment. Suppose Hephaestus, with his instruments, to come to the pair who are lying side by side and to say to them, ‘What do you people want of one another?’ they would be unable to explain. And suppose further, that when he saw their perplexity he said: ‘Do you desire to be wholly one; always day and night to be in one another’s company? for if this is what you desire, I am ready to melt you into one and let you grow together, so that being two you shall become one, and while you live live a common life as if you were a single man, and after your death in the world below still be one departed soul instead of two—I ask whether this is what you lovingly desire, and whether you are satisfied to attain this?’—there is not a man of them who when he heard the proposal would deny or would not acknowledge that this meeting and melting into one another, this becoming one instead of two, was the very expression of his ancient need 1 . And the reason is that human nature was originally one and we were a whole, and the desire and pursuit of the whole is called love. Jowett1892: 193There was a time, I say, when we were one, but now because of the wickedness of mankind God has dispersed us, as the Arcadians were dispersed into villages by the Lacedaemonians 2 . And if we are not obedient to the gods, there is a danger that we shall be split up again and go about in basso–relievo, like the profile figures having only half a nose which are sculptured on monuments, and that we shall be like tallies. Wherefore let us exhort all men to piety, that we may avoid evil, and obtain the good, of which Love is to us the lord and minister; and let no one oppose him—he is the enemy of the gods who opposes him. For if we are friends of the God and at peace with him we shall find our own true loves, which rarely happens in this world at present. I am serious, and therefore I must beg Eryximachus not to make fun or to find any allusion in what I am saying to Pausanias and Agathon, who, as I suspect, are both of the manly nature, and belong to the class which I have been describing. But my words have a wider application—they include men and women everywhere; and I believe that if our loves were perfectly accomplished, and each one returning to his primeval nature had his original true love, then our race would be happy. And if this would be best of all, the best in the next degree and under present circumstances must be the nearest approach to such an union; and that will be the attainment of a congenial love. Wherefore, if we would praise him who has given to us the benefit, we must praise the god Love, who is our greatest benefactor, both leading us in this life back to our own nature, and giving us high hopes for the future, for he promises that if we are pious, he will restore us to our original state, and heal us and make us happy and blessed. This, Eryximachus, is my discourse of love, which, although different to yours, I must beg you to leave unassailed by the shafts of your ridicule, in order that each may have his turn; each, or rather either, for Agathon and Socrates are the only ones left.
Indeed, I am not going to attack you, said Eryximachus, for I thought your speech charming, and did I not know that Agathon and Socrates are masters in the art of love, I should be really afraid that they would have nothing to say, after the world of things which have been said already. But, for all that, I am not without hopes.
Jowett1892: 194Socrates said: You played your part well, Eryximachus; but if you were as I am now, or rather as I shall be when Agathon has spoken, you would, indeed, be in a great strait.
You want to cast a spell over me, Socrates, said Agathon, in the hope that I may be disconcerted at the expectation raised among the audience that I shall speak well.
I should be strangely forgetful, Agathon, replied Socrates, of the courage and magnanimity which you showed when your own compositions were about to be exhibited, and you came upon the stage with the actors and faced the vast theatre altogether undismayed, if I thought that your nerves could be fluttered at a small party of friends.
Do you think, Socrates, said Agathon, that my head is so full of the theatre as not to know how much more formidable to a man of sense a few good judges are than many fools?
Nay, replied Socrates, I should be very wrong in attributing to you, Agathon, that or any other want of refinement. And I am quite aware that if you happened to meet with any whom you thought wise, you would care for their opinion much more than for that of the many. But then we, having been a part of the foolish many in the theatre, cannot be regarded as the select wise; though I know that if you chanced to be in the presence, not of one of ourselves, but of some really wise man, you would be ashamed of disgracing yourself before him—would you not?
Yes, said Agathon.
But before the many you would not be ashamed, if you thought that you were doing something disgraceful in their presence?
Socrates is not allowed to talk.
Here Phaedrus interrupted them, saying: Do not answer him, my dear Agathon; for if he can only get a partner with whom he can talk, especially a good–looking one, he will no longer care about the completion of our plan. Now I love to hear him talk; but just at present I must not forget the encomium on Love which I ought to receive from him and from every one. When you and he have paid your tribute to the god, then you may talk.