García Bazán (Plotino:200-203) – O Bem além da vida e da beleza

Pero si el Intelecto es satisfacción total, si en su deseo del Bien el Intelecto lo capta en la medida misma de su deseo y puede mantener ese deseo inalterable como inclinación hacia su huella inteligible sin el más leve altibajo, este modo de existencia colmada es acto intelectual primero, por excelencia, es plenitud de vida y otorga un bienestar estable y eterno. El Intelecto en la culminación de su acto intrínseco es vida, vida plena, potente e ininterrumpida, movimiento [200] perfecto que es reposo interior porque nada busca, ya que todo lo encierra, porque todo lo ha encontrado. Vida omnipotente, actividad libre, acto desbordante de luz, tal es la acción inteligible como contemplación cognoscitiva de los propios contenidos que piensa. Naturalmente toda esta actividad de un ser compuesto perfecto y ordenado, porque se sabe también que en su contemplación está contenido el número auténtico, es acto, el primer acto y, por lo tanto, reconoce por sobre sí la causa de ese acto, el motor último de un deseo que se refleja logradamente en esa convergencia total hacia sí mismo que alcanza cuanto desea, pero que es, justamente, como imagen de un deseo más profundo, testimonio de necesidad, de precariedad, de anhelo de Infinito o Absoluto no actual. La Posibilidad en sí se yergue sobre el acto y la vida poderosa, el movimiento en sí sin obstáculos, la operación y energía que todo lo puede, por ser precisamente actividad, toma conciencia de sus límites. Porque el conocimiento se sabe imagen; el ser, producto; la vida, actividad; y el conocimiento quiere volcarse hacia su fondo no cognoscible; el vástago, hacia su Padre; y la vida, hacia la serenidad absoluta. Hay en el ser perfecto una toma de conciencia, el presentimiento de un carácter de préstamo, no en sí mismo. El Intelecto está totalmente iluminado, pero cuando deja a un costado los contenidos brillantes percibe que lo que le otorga el brillo está en él disimulado en las formas eternas y que es verdaderamente más importante, entonces, que los objetos reales y su resplandor. En el corazón de la imagen, por consiguiente, se desata la ascensión definitiva. Más que lúcidos de imagen, es necesario permanecer ebrios de luz. Ser capaces de desenvolver tal agudeza en la percepción de la imagen y que se profundice de tal modo la visión inteligible que la intensidad de la mirada se transforme en serenidad. Que los perfiles nítidos de la polimorfa arquitectura inteligible se miren con tal acento, que el perfil se difumine, se convierta en el resplandor [201] que lo invade, en la claridad que permite su visión, y que en esta atmósfera simultáneamente aureola del Intelecto y actividad luminosa interior del que conoce o el vidente en toda su plenitud, Belleza, en síntesis, flor luminosa del Intelecto, en camino de embriaguez luminosa, se alcance la serenidad equilibrada de la Luz. Contacto final, sin intermediarios. Puesto que como fue posible transponer desde la sobriedad de la imagen a la ebriedad del brillo total, igualmente será posible franquear el umbral del arrebato luminoso, por la paz en sí misma de la luz sin mácula. Se entiende de este modo que la Belleza sea el camino, mejor, la puerta que conduce y abre al Uno. Hay en estas descripciones una poderosa reanimación de las experiencias mistéricas, remozadas filosóficamente a través del Fedro platónico que sería un error interpretar estéticamente, de acuerdo con las pautas hermenéuticas del pensamiento moderno y contemporáneo. Es más bien la vertiente de lo ético (to ethikon) con su ingrediente estético (aisthesis) subordinado, la que se ofrece como vía y remate del ascenso complejo que conduce hacia la unión o reunificación. Por lo dicho puede sostener Plotino:

«Ahora bien, si se llega a ser al mismo tiempo espectador y espectáculo, viéndose uno a sí mismo y a los demás, siendo esencia, pensamiento y viviente total, no se contempla ya al Bien como algo externo, así se está próximo, lo que viene de inmediato es Aquel y Él mismo ya está vecino brillando sobre el todo inteligible, justo ahora, despedida toda enseñanza, conducido hasta aquí e instalado en la [202] Belleza, en la que está, hasta aquí piensa, pero si llevado por la ola de su intelecto se eleva por la ola que se hincha, “ve de repente” no sabiendo cómo, sino que la visión habiendo llenado de luz los ojos no genera otra visión, sino que el espectáculo es la Luz misma. Porque en Aquello no existe lo visto y su luz, ni el intelecto y el objeto de pensamiento, sino un resplandor que los genera posteriormente y emite el ser desde sí; pero Él es una Luz única que engendra al Intelecto, no extinguiéndose en el acto de engendrar, sino permaneciendo igual y produciendo al Noûs por ser de este modo. Porque si no fuese tal su naturaleza el Intelecto no existiría». [Cf. En. VI, 7, 36]

GARCÍA BAZÁN, F. Plotino y la mística de las tres hipóstasis. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: El Hilo De Ariadna, 2011.

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