Cassirer: Marsilio Ficino

Marsilio Ficino
Excertos de Ernst Cassirer – El Problema del Conocimiento

Tampoco el profundo y acucioso conocimiento de las obras platónicas que se logra dentro de los marcos de la Academia de Florencia conduce, de momento, a una decisiva transformación interior. Cierto es que entre Plethon y Marsilio Ficino existen hondas y características diferencias, lo mismo en cuanto a personalidad que en lo que se refiere a los fundamentales designios de su doctrina. La mirada es, en Ficino, más amplia y más libre; las fuentes históricas son abarcadas ahora e investigadas a fondo y en toda su extensión; en cambio, aparece ya embotada aquí aquella tendencia reformadora con que nos encontramos en los comienzos del platonismo.

La doctrina platónica trata de convertirse ahora en el centro y en el foco de unidad en que deben encontrarse todas las tendencias pugnantes de la época. En ella aparecen directamente fundidas y reconciliadas la religión y la filosofía, la metafísica y la ciencia, que llevan, por lo demás, una existencia aparte, discurriendo cada una de ellas por sus propios derroteros.

En el platonismo aparece ya esbozada y traducida a su expresión pura, en cuanto a su contenido y a su sentido más generales, la doctrina cristiana. Se conserva y eleva a claridad conceptual el contenido de los grandes sistemas precedentes de la antigüedad.

La diferencia de criterios doctrinales se debe, simplemente, a la diversa interpretación de la gran revelación divina, que es una sola y que precede y sirve de fundamento a toda la historia de la filosofía y de la religión.

De este modo, los cambios y las transformaciones internas que la misma doctrina platónica ha experimentado son acogidos por igual e interpretados como otras tantas fases de una trayectoria continua y homogénea del pensamiento. Es en el taller de Plotino, de Porfirio, de Jámblico y de Proclo — dice Ficino en una carta a Bessarion — donde el oro de la filosofía platónica se forjó y depuró bajo el fuego de la más aguda crítica, limpiándolo de todas las escorias, para que su brillo llenara toda la redondez de la tierra. Con este reconocimiento, se abre libre margen a las diferentes corrientes místicas, las unas secundarias y las otras profundas, del platonismo. La teoría de las ideas solamente es contemplada y comprendida ahora como a través de un medio extraño.

Leibniz señala la falla más íntima de la teoría de Ficino cuando le reprocha el haberse lanzado ante todo sobre los problemas “hiperbólicos” y trascendentes, en vez de seguir indagando los auténticos fundamentos metodológicos: las definiciones exactas que Platón da de los conceptos fundamentales.

Ya veíamos, al referirnos a Plethon, que la reforma de la metafísica hacia la que se orientaba dejaba intactos los fundamentos aristotélicos de la ciencia y de la investigación empírica. Pues bien, tampoco aquí se derriba esta barrera: se considera como el grande y característico mérito de Platón el haberse entregado desde el primer momento pura y exclusivamente a la investigación de lo divino, al paso que todos los demás filósofos se perdían en la consideración de la naturaleza, de la que sólo es posible llegar a adquirir un conocimiento muy imperfecto y como “en sueños”. Al predicar esta supeditación del mundo de los cuerpos en una esfera inferior del ser y del saber, Ficino se distingue clara y nítidamente de la forma realmente moderna del platonismo, que brota sobre el suelo de la ciencia exacta de la naturaleza.