16. Los castigos que, en orden a la justicia, acontecen a los malos, conviene referirlos a esta ordenación, que es la verdaderamente debida. Pero, ¿y en cuanto a los males que, en forma de castigos, de escasez de recursos o de enfermedades, suceden contra toda justicia a los hombres de bien? ¿No convendría atribuirlos a una falta anterior? Porque hemos de tener en cuenta que todos estos males, ligados de algún modo a las cosas y anunciados por ciertos signos, se manifiestan conforme a la razón del universo. Aunque también pudiera decirse que no se ajustan a razones naturales y que nada tienen que ver con los hechos precedentes, de los que son meros acompañantes. Esto es lo que ocurre cuando una casa se cae: perece realmente aquel que está debajo de ella, sea éste quien sea. Y lo mismo acontece cuando dos cosas, o simplemente una sola, avanzan según un cierto orden: deshacen y pisotean a todo el que encuentran en su camino. Tal vez pudiera pensarse que esto no constituye un mal para quien lo sufre, si miramos de modo general á la trama provechosa del universo. No hay entonces tal injusticia, sino más bien una justificación que se basa por entero en los hechos acaecidos anteriormente. Pero no deberemos creer, de todos modos, que unos hechos responden a un cierto orden, y otros, en cambio, quedan fuera de toda ley y determinación. Porque si todas las cosas han de ocurrir según causas y consecuencias naturales, y, asimismo, de acuerdo con una razón y un orden, tendremos que convenir en que este orden y esta trama deben extenderse hasta lo más pequeño. La injusticia cometida por un individuo es realmente una injusticia para el mismo que la comete, y éste, de cualquier modo que sea, no se ve descargado de su falta; ahora bien, considerada en el orden universal, la injusticia carece de sentido e incluso no lo tiene para el que la ha sufrido, porque se trata de algo que debía ocurrir así. Si es un hombre bueno el que la sufre, concluirá necesariamente en un bien. Pues no hemos de pensar que este orden sea injusto y extraño a la divinidad, sino que, al contrario, hace donación a cada uno de lo que es justo y conveniente. Es cierto que las causas no están del todo claras para nosotros, y el hecho de desconocerlas es motivo de que las censuremos.