Enéada II, 4, 11 — Aporias relativas à noção de uma matéria sem grandeza

11. ¿De qué otra cosa hay, sin embargo, necesidad, además de la magnitud y de todas las demás cualidades, para la constitución de los cuerpos? Se necesitará, al menos (un sujeto) que las reciba a todas. Ese sujeto poseerá una masa y, por supuesto, una magnitud determinada; sin ella, no tendría dónde recibirlas. Siendo, por otra parte, inextenso, ¿qué utilidad podría prestar de no servir de asiento a la forma, a la cualidad, a la extensión y a la magnitud, cosas éstas que van bien con los cuerpos de la materia? En modo alguno, se dice, las acciones, producciones, espacios de tiempo y movimientos, que son cosas que se dan en los seres, tienen necesidad de substrato material. No es necesario, ciertamente, que los primeros cuerpos tengan una materia; cada uno de ellos constituye un todo en el que la variedad proviene de la mezcla de muchas formas. He aquí, pues, que la materia carente de magnitud es un nombre sin sentido.

No se necesita, por tanto, que todo receptáculo de formas sea una masa, caso de que la magnitud no le corresponda ya por otro motivo. El alma, por ejemplo, lo recibe todo y lo posee todo a la vez; si la magnitud fuese uno de sus atributos, es claro que poseería cada uno de los objetos en la magnitud. Si las formas que recibe la materia las recibe realmente en la extensión es porque se muestra capaz de recibir la extensión; como ocurre en los animales y en las plantas susceptibles de agrandarse, cuyas cualidades marchan en parangón con la cantidad, disminuyendo también si el animal o la planta disminuye. Estos seres cuentan de antemano con una cierta magnitud que es el sujeto de las formas; pero, ¿es la materia la que la exige? De ningún modo; la materia de que aquí se habla no es la materia en general, sino la propia de dichos seres; convendrá, desde luego, que la materia en general tenga algo más que la magnitud. El sujeto que recibe las formas no conviene que sea una masa, sino que la masa viene a él con todas las otras cualidades; si tiene verdaderamente esa apariencia es por su disposición para recibir la magnitud antes que ninguna otra cosa. Pero sería, en todo caso, una masa vacía, de dónde la afirmación de algunos, que consideran a la materia lo mismo que el vacío. Yo digo que esa apariencia de volumen proviene de que el alma no tiene nada que determinar cuando toma relación con la materia, lo cual la empuja a lo indeterminado; no cuenta entonces con nada que la limite, ni puede dirigirse a ningún lado, porque esto ya sería para ella una cierta limitación. No deberá decirse que lo indeterminado es, separadamente, grande o pequeño, sino que es grande y pequeño. Se trata de una masa inextensa, o mejor de una materia de esa masa que se reduce de lo grande a lo pequeño, pero que luego pasa también de lo pequeño a lo grande. La indeterminación de la materia es esa misma masa, y constituye en ella el receptáculo de la magnitud.

Estamos aquí en el terreno de la imagen material. Porque, en lo que atañe a los otros seres inextensos, esto es, a las formas definidas, no nos proporcionan la idea de la masa. Existe, sin embargo, la materia indeterminada, que no es estable por sí misma y se mueve hacia toda forma, dejándose conducir fácilmente hacia ella. Esta materia se hace múltiple al verse llevada a todas partes en una generación incesante; tiene, por eso, de algún modo, la naturaleza misma de la masa.