Enéada III, 2, 15 — Necessidade da guerra

15- Todo esto se dice de las cosas consideradas en sí mismas. Pero se da una trabazón de todas ellas, bien en aquellas cosas que ya fueron engendradas, bien en las que se engendran a cada instante, con lo que se originan obstáculos y dificultades. Comprobamos que los animales se devoran unos a otros y que los hombres se atacan entre sí; la guerra, por ejemplo, es algo siempre continuo, que no conoce el descanso ni la tregua. Si, sobre todo, la razón hizo así las cosas, ¿cómo no ha de afirmarse que están bien hechas? No ayuda, sin embargo, a los que así argumentan el afirmar que todo resulta lo mejor posible, que la materia es causa de que las cosas sean inferiores, que el mal no puede ser destruido si las cosas tienen que ser como son y realmente están bien así, que la materia no se presenta como dominadora, sino que ha sido traída a las cosas para que éstas sean lo que son y que, en fin, la razón misma se aparece en mayor grado como la causa de que la materia sea tal cual es. Para esta manera de decir, la razón es un principio y, en realidad, lo es todo, pues todo también, en el proceso de la generación, acontece y se ordena conforme a la razón. Pero, ¿cómo se explica entonces la necesidad de esa guerra implacable que subsiste entre los animales y los hombres? Ese devorarse mutuamente los animales es como una especie de compensación, ciertamente necesaria, entre unos seres que, aunque no se les matase, no podrían durar eternamente. Si en el momento en que deben dejar la; vida, su muerte puede reportar utilidad a otros animales, ¿por qué mirar esto con malos ojos? ¿No comprobamos que nacen de un nuevo modo. cuando son devorados por otros? Ocurre aquí como con el autor muerto en la escena, que, cambiando su apariencia exterior, vuelve a aparecer en otro papel, lo cual significa que no había muerto realmente. Si la muerte, pues, no representa otra cosa que un cambio de cuerpo, cambio análogo al del actor que muda de ropa, o si, incluso, puede representar algunas veces el abandono absoluto del cuerpo, a semejanza del actor que sale definitivamente de la escena para no volver ya más a ella, ¿qué de terrible tiene este intercambio que verifican los animales? ¿No es ello aún mejor que el no haber tenido principio? Porque la privación de la vida les traería consigo la imposibilidad de atender a otros. Mas es claro que se da en el universo una vida múltiple, productora y cinceladora de todos los seres, que no cesa de conformar continuamente unos juguetes, como son los seres vivos, realmente hermosos y de buen ver. Y si los hombres toman las armas unos contra otros, recordemos que son seres mortales y que, luchando en un orden conveniente, nos dan a entender con claridad que las grandes empresas no son otra cosa que juegos con lo cual nos declaran también que la muerte no es algo terrible, y que morir en las guerras y en los combates es adelantar un poco en el tránsito a la vejez o acaso partir mas rápidamente para retornar antes. Si se ven privados de la vida y de las riquezas, conocerán que estas cosas no les pertenecían y, entonces, resultará ridícula esta posesión para sus mismos raptores, que podrán verse desposeídos a su vez por otros; pues, para quienes no se materialice la privación, peor resultará aún la conservación que la pérdida.

Hemos de considerar, por tanto, como algo propio del espectáculo teatral, todos esos crímenes y todas esas muertes, todas esas tomas y saqueos de ciudades. Todas esas cosas no son, en verdad, más que cambios de escena y de forma, la representación de unos lamentos y de unos gemidos. Porque en la vida de cada cual no es el alma la que se encuentra en el interior, sino su sombra, esto es, el hombre exterior que se lamenta, se queja y realiza todas sus cosas sobre esa escena múltiple que es la tierra entera. Así son los actos del hombre que vive una vida inferior y externa, del hombre que desconoce que sus lágrimas y sus actividades más serias no son otra cosa que juegos infantiles. Sólo por el hombre serio son tomadas también en serio las cosas graves; al resto de los hombres es meramente un pasatiempo. Y si estos últimos consideran sus juegos en serio es porque no saben cuál es su papel. Si se experimentan estas cosas en tono de chanza, ha de conocerse también, luego de esquivado el pasatiempo, que habíamos caído en juegos infantiles. Cuando, por ejemplo, Sócrates juega, quien realmente juega es el Sócrates exterior. Conviene, pues, meditar que las lágrimas y los gemidos no constituyen testimonio de males verdaderos; porque es sabido que los niños lloran y se lamentan por males que realmente no lo son.